domingo, 1 de abril de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: SÁBADO, 31 DE MARZO DE 2018

Sábado, 31 de marzo de 2018

Mañana, por fin, empieza el mes de abril. Creo que hacía mucho tiempo que no tenía tantas ganas de que llegase este mes. Para mí siempre ha sido un mes muy especial, no sólo porque se halle ya inmerso en la primavera ni porque sea el reflejo del renacimiento de la naturaleza, sino porque, en mi alma, su llegada siempre produjo cambios muy bonitos, porque en abril me pasaron varias veces las mejores cosas de mi vida, porque en abril he vivido con Agnes otras muy especiales (como cuando viajamos a Galicia el año pasado, por primera vez juntas y ella después de casi treinta años lejos de su tierra) y porque abril siempre me trae sensaciones que no me entregan otros meses del año. Yo creo que más que en diciembre tendría que haber nacido en abril o tal vez nací en abril en otra vida mía.

Y siento que este abril llega distinto, con cautela y silencio, pero lleno de momentos muy vívidos. Tengo en mi ser sensaciones que no sé explicar. Llevo todo el invierno intuyendo y negando cosas, intuyendo otras que no tengo más remedio que aceptar y también deseando que el frío se vaya ya de una vez y llegue el cálido esplendor de la primavera. Por fin ya hace tiempo de primavera. Agnes no lleva tan bien este cambio, a ella no le gusta tanto la primavera como a mí, sobre todo por el calor, pero igualmente noto que el avance de los días nos acerca a algo muy importante.

Agnes está distinta, con altibajos muy extraños que de repente desaparecen, pero, mientras duran, me hacen tener miedo a que esa energía tan bonita con la que había comenzado este año se quiebre. Es cierto que ha pasado momentos muy duros por culpa del trabajo, pues le han buscado problemas donde ella no los buscaba ni se los imaginaba, y además el mes de marzo ha sido muy duro para ella, pues, además de haber pasado una época muy agobiante y mala en el trabajo, ha empezado a estudiar con mucho ahínco para poder sacarse unas oposiciones. Yo fui quien la animó a hacerlo, a que estudiase, y realmente no me costó nada convencerla de que lo hiciese. Sabe perfectamente que aprobándolas será la forma de regresar a Galicia con algún trabajo digno que nos permita subsistir cómodamente. Es evidente que ella ya habría vuelto hace mucho tiempo sin tener nada, pero ninguna de las dos queremos hacer las cosas así.

Por un lado siento que me calma mucho verla estudiar así, tan motivada, tan contenta con la posibilidad de regresar si aprueba, de trabajar allí si las aprueba; pero, por la otra parte, noto que su ímpetu y su energía son muy efímeros y presiento que en cualquier momento éstos pueden quebrarse y al mismo tiempo noto que ella se esfuerza lo indecible para no caer, para no hundirse en la aparente recaída que la espera al otro lado de todos estos días. Ella no me lo dice y es realmente eso lo que más me intimida, que no me lo confiese, pero sé que no está bien, que cuando no la miro entorna los ojos y deja de esforzarse por entregarme luz con su mirada y noto también que, cuando no está delante de mí, se encierra en sí misma, se acomoda en su estado de ánimo, del cual sale con mucho esfuerzo cuando tiene que hablar conmigo o con cualquier persona que requiera su atención. De repente me dice que solamente tiene ganas de llorar y llora durante por lo menos media hora sin consuelo, sólo diciéndome que se encuentra mal; pero después de eso regresa a lo que sabe que tiene que hacer para conseguir volver realidad su sueño. No desiste, por muy difícil que sea el temario que está estudiando, sigue estudiando pese a estar muy cansada y muerta de sueño. Y estos días de fiesta que ha tenido empezaba a estudiar por la mañana y no lo dejaba hasta que nos íbamos a dormir. Claro que de vez en cuando paraba para salir conmigo a alguna parte, para comer, para lo que fuese. Creo que nunca la he visto así, tan implicada en algo.

Pero también noto cosas que no sé explicar y que, cuando las comento con mi hermana, siento que son mucho más importantes de lo que quiero reconocer. Son cosas muy sutiles que, según mi hermana, pueden darme muchas pistas sobre el verdadero estado de ánimo de Agnes. Según Agnes, todo va bien, se encuentra perfectamente, lo único que le pasa es que anímicamente está cansada, ya está. Según mi hermana, Agnes me oculta que no está bien, que está a punto de sufrir una recaída si es que no lo está haciendo ya. Y las señales en las que se basa mi hermana para afirmar algo así es su cambiante estado de ánimo, su falta de apetito, sus despistes (está muy distraída, olvidándose de cosas básicas, olvidando cosas que le he dicho hace un momento) e incluso que tenga que insistirle para que salgamos, para que nos relacionemos con nuestras amigas. Hoy, por ejemplo, sé perfectamente que no le apetecía en absoluto ir a comer con ellas, pero me lo ha ocultado porque no quería hacerme sentir mal. Me cuesta mucho entender por qué le resulta tan complicado relacionarse con los demás. Hoy, comiendo con ellas, notaba que tenía que esforzarse mucho por seguirles las conversaciones, por escucharlas, por contestarles, aunque lo hacía aparentemente conforme y cómoda, pero yo sé que le costaba. En cambio, cuando estamos solas, parece la mujer más calmada y feliz del mundo, aunque es evidente que siempre veo más allá de sus miradas, siempre puedo introducirme en sus ojos, hundirme en sus palabras, escuchar las que no me dice, oír el verdadero tono de la voz de su alma, saber qué no quiere expresar a través de sus ojos negros y tan expresivos. La conozco mucho más de lo que ella se imagina y tal vez quiera aceptar.

Con mi hermana tampoco puedo hablar realmente de esto. A ella no puedo contarle cosas que yo noto sin saber por qué lo noto y cómo es posible que lo haga con tanta claridad. A mi hermana le he explicado miles de veces que me sorprende mucho ver a Agnes tan incapaz de relacionarse con nuestros amigos y de repente, en Galicia, verla tan extrovertida, como si no fuese una persona tímida, como si nunca se hubiese sentido intimidada por nada ni por nadie, como si siempre hubiese sido feliz. Ésa es la Agnes que es cuando estamos en su tierra; alguien que sonríe de verdad, a quien le brillan de verdad los ojos, alguien que habla sin timidez, con profundidad y mucha cercanía con quienquiera que se le acerque. Yo no sabía que era así. Yo no me imaginaba que había en ella esa otra Agnes que tanto me gusta, de la que apenas conocía nada hasta entonces, hasta este octubre pasado. Y mi hermana me dice que es normal, que actúa así porque está en su tierra, pero que tampoco tendría que existir esa inmensa diferencia entre la que es cuando está allí y la que es cuando está aquí, sobre todo porque aquí de momento tenemos nuestra vida y no sé cuánto tiempo más vamos a vivir aquí, pero no puede estar así siempre, con esas ganas tan absolutamente nulas de relacionarse con los demás, con esa timidez tan inmensa cuando tiene que hablar con alguien que se supone que nos conoce. Incluso en el templo le cuesta hablar. Y de eso también quería hablar precisamente.

En esta entrada quería desahogarme con respecto a varias cosas que me preocupan mucho, que no es que me ofendan, pero sí me quitan a veces el sueño. También noto que para Agnes el templo ya no es tan importante e incluso, hasta la semana pasada, que celebramos con la gente del templo el ritual de Ostara, hacía muchísimo tiempo que no celebraba ningún ritual. Yo sí he celebrado alguno de vez en cuando, esas veces que lo necesitaba o simplemente porque necesitaba sentirme cerca de la Diosa, pero tengo la sensación de que para ella ya no es lo mismo. NO sé qué le pasa, pero no me habla nada de ese tema, es como si todo eso que ambas compartíamos hubiese desaparecido. No me atrevo a decir que ha perdido la fe, porque sé que fe tiene, y mucha, pero está distinta, como si algo en ella se hubiese apagado. No sé con certeza desde cuándo lo noto, pero noto que algo en ella ya no está igual. Y me atreví a preguntárselo el sábado pasado, antes de ir al templo, porque me insinuó muchísimas veces que no le apetecía nada ir e incluso me dijo que fuese yo sin ella, pero al final la convencí de que ese ritual le iría muy bien. Creo que no fue el que mejor le ha ido en su vida, pero tampoco creo que se arrepintiese de haber ido, aunque tampoco me lo confirmó. El caso es que esas cosas se notan, aunque no se hablen, yo lo notaba, y se me confirmó precisamente el sábado pasado. Le pregunté si había dejado de creer y me dijo que no, que seguía creyendo, pero que simplemente no le apetecía ir al ritual. No es la primera vez que no le apetece ir a un ritual. En Samhain también le pasó, y eso que es su ritual preferido.

Por más que le pregunto si le ocurre algo, si se le ha apagado la fe, lo único que saco de ella es que tiene muy pocas ganas de interactuar con el mundo que la rodea, de salir de casa cuando se tira tantas horas fuera, de estar con nadie más que no sea yo. Al mismo tiempo pienso que, cuando me dice todo eso, lo que en verdad quiere decirme es que en este lugar no le da la gana de dejar salir todo lo que ella es, en este lugar no le da la gana de dejar fluir su preciosa energía y tampoco le da la gana de intentar estrechar los lazos que tenemos con las personas que son nuestros amigos precisamente porque no estamos en Galicia, porque esa gente no es de allí y porque está cansada de hablar con gente que no tiene su acento ni sabe hablar su lengua; pero es evidente que jamás me dirá algo así, aunque lo piense.

Pero, si escribo todo esto, no es para quejarme, sino porque me preocupa, porque me entristece que ella misma se vete a sí misma de ese modo, se corte las alas de esa forma, se restrinja tanto cuando sé que puede ser y es tan maravillosa. NO entiendo por qué no permite que los demás la conozcan tal como es, por qué no es posible que en este lugar se abra más a la gente y delante de las personas que nos conocen sea quien de verdad es.

En su trabajo pasa algo así también, aunque sé que es mucho peor. Sé que no se relaciona con nadie, que apenas comparte nada con nadie, que no se esfuerza en absoluto por conocer a la gente con la que trabaja. Según ella, son personas con las que no tiene nada que ver, pero, no sé, me parece un poco triste que se niegue la oportunidad de darse a conocer a los demás; aunque también es verdad que me oculta la mayor parte de las cosas que vive allí, no sé si porque no quiere recordarlas ni darles importancia o porque realmente le duelen, pero sé que ha tenido problemas con algunas personas de allí. Me ha insinuado a veces que hay dos compañeras que hablan mucho de ella, que, cuando ella se acerca, se callan al instante y la miran de formas raras. Una vez me dijo que no quería contarme esas cosas porque no quería que yo pensase que se imaginaba cosas que no eran; pero yo jamás dudaré de ella en ese sentido.

Yo también he tenido problemas con algún compañero de trabajo y precisamente lo que más necesito es contárselo a ella porque necesito desahogarme, porque quiero que me diga qué piensa, porque necesito sacar como sea todo lo que siento ante esa situación; pero ella es muy reservada, muy hermética y a veces conmigo incluso es muy inaccesible. Tengo que sacarle a veces las cosas con pinzas, con mucho esfuerzo, hasta que por fin me confiesa lo que siente, lo que piensa sobre un tema que le duele, que le arranca tantas lágrimas. Y es que realmente me encantaría saber lo que le pasa en todo momento para decirle las palabras que más necesita oír.

Al mismo tiempo, siento que la conozco mejor que nadie en el mundo, que puedo adivinar enseguida qué piensa en todo momento, que puedo entender el lenguaje de sus miradas como nadie lo hizo antes, que oigo en su voz eso que no quiere decir, y cuando estoy con ella no necesito nada más, sé perfectamente lo que necesita, lo que quiere, aunque me diga lo contrario de lo que prefiere, sólo para satisfacerme a mí, para que yo me sienta bien y feliz. Y también cuando estamos tan juntas, solamente ella y yo, tengo la potente sensación de que no hay nadie en el mundo que pueda comprenderme y conocerme mejor que ella, que ella tiene en su alma toda la mía, que puede decir lo que pienso sin que sea necesario que yo le diga nada.

Pero de verdad sí me preocupa que no esté bien y que no quiera decírmelo para que esa sensación que la absorbe no se vuelva más fuerte. . Muchas veces me ha confesado que, aunque se sienta muy mal, prefiere no decir nada para que ese desaliento no se vuelva más fuerte y también creo que lo que le ocurre es que no quiere aceptar que no está tan bien como le gustaría. NO quiere preocuparme, ni a mí ni a nadie, pero tampoco es justo que se guarde las cosas para ella.

Y está continuamente trayendo hacia ella la existencia de Galicia, el espíritu de Galicia, como sea, a través de música, de cualquier cosa. Tengo la impresión de que cada vez le cuesta más vivir lejos de su tierra y necesita lograr que su esencia invada sus momentos. Es como una especie de desesperación insaciable.

El otro día, creo que fue el jueves, mientras escuchábamos una canción preciosa típica de su tierra, cuyo nombre no recuerdo, me contó que esa canción se la había enseñado su abuelita y que, cada vez que la escuchaba, le parecía que la oía cantar. Entonces yo le dije que tenía mucha suerte por tener tantos recuerdos bonitos, que a mí no me pasaba con mi infancia con tanta fuerza como a ella. También le dije que era muy curioso que tuviese con su tierra una relación tan fuerte, que siempre me había parecido muy bonito y curioso que casi toda la gente de Galicia sienta tanta nostalgia si se halla lejos de su tierra, que siempre me pregunté qué tendrá ese lugar para que quienes nacieron allí y o quienes se enamoren de esa tierra no puedan vivir lejos de ella. Ella se rió y dijo: “porque Galicia é única”, pero entonces le dije que yo nunca había sentido nada así, que es verdad que me sentí muy atada a la isla donde viví cuatro años, pero nunca sentí hacia ella ni la mitad de la nostalgia que siente ella continuamente por Galicia. Entonces Agnes me dijo algo que yo nunca me había planteado, me dijo (y lo escribo en castellano a pesar de que ella me lo dijo en gallego porque, evidentemente, todavía no domino su lengua como para escribirla): “creo que a ti te pasaría si vivieses fuera de España mucho tiempo. Viviste en la isla mucho tiempo, pero ese lugar era mágico y su belleza apenas te permitía extrañar este país, pero, si pasases fuera de España mucho tiempo, estoy segura de que extrañarías con mucha fuerza todo lo que viviste aquí”.

También me dijo, a colación de que yo le dije que no recordaba mi infancia con tanto cariño como ella: “si estuvieses lejos de España, entonces sí recordarías con mucha añoranza tu infancia y recordarías incluso cosas de las que ahora ni te acuerdas, simplemente porque tu país es España, simplemente eso”.

Y puede que tenga razón, puede que yo no sienta lo mismo hacia el lugar en el que nací porque es todo el país en sí lo que me tiene atada, pero yo creo que sería capaz de vivir en cualquier parte del mundo porque tampoco siento por España ese lazo tan fuerte que me resquebraje el alma si me hallo lejos. Yo creo que mi tierra está en Agnes, es decir, ella es mi hogar, es la tierra lejos de la que jamás podría vivir, y no me importa donde esté. Lo único que me importa es que ella esté bien, se sienta completa y sea feliz, nada más, y es que hace mucho tiempo que no la percibo plenamente feliz, que no me deslumbran sus ojos. Noto que, aunque conmigo se sienta feliz y plena, le falta algo, algo no brilla en ella de la misma forma.

Ahora ya nos queda menos de un mes para volver a Galicia. Cada vez que se lo recuerdo, por unos momentos que yo quisiera alargar hasta la eternidad, sus ojos negros se llenan de luz y se le ilumina el rostro, me sonríe como no la veo sonreír ante nada más. Me da mucho miedo perderla, es cierto, tengo mucho miedo a que no quiera volver cuando en mayo tengamos que regresar, me da mucho miedo traerme la mitad de su ser, traérmela tan destruida como regresó en octubre. No quiero volver a pasar por eso, no quiero; pero tampoco quiero retenerla aquí para evitar que su alma se desgarre. De todas formas, ahora parece que está más claro que es posible que podamos iniciar allí otra vida. Yo ya lo tengo completamente aceptado e incluso he de confesar que me iría mañana mismo si así consiguiera recuperar esa parte de Agnes que aquí, en este lugar, no tengo ni voy a tener. Me iría mañana mismo si nos asegurasen que allí ya podemos iniciar una vida al menos trabajando alguna de las dos. No me importa tener que estar haciendo cualquier cosa para encontrar trabajo e incluso es que me quedaría en mayo, realmente, para no volver arrastrándola así como la arrastramos en octubre, que por ejemplo nos costó mucho conseguir que nos fuésemos cuando vimos el atardecer en Finisterre, que nos costó la vida que dejase de llorar cuando nos volvimos el sábado, que incluso pensé que tendríamos que volver, que no podíamos seguir el viaje si se encontraba tan mal. Me acuerdo de que, comiendo en un pueblo de Soria cuyo nombre ahora no recuerdo, le temblaban las manos, que apenas pudo probar la comida, que se esforzaba mucho por comer y se dejó más de la mitad del plato, que se levantó mil veces al baño porque no quería seguir llorando delante de nosotras. Me acuerdo de que me dijo que se encontraba mal, que el corazón le iba muy rápido y yo tenía la sensación de que estaba obligándola a permanecer en un mundo desconocido para ella y me dolía muchísimo verla así, tan deshecha. Mi hermana incluso, en una de esas veces en las que Agnes fue al baño, me dijo: “tendrás que plantearte en serio vivir en Galicia. No lo soportará por mucho tiempo”.

Pero yo soy muy terca y, con la excusa de que quiero hacer bien las cosas, alargo el momento de irnos. Es cierto que yo del todo no quería irme, no estaba convencida de querer marcharme de aquí, por eso le daba largas, le decía: “tenemos que ahorrar para que, dentro de un año, podamos iniciar en Galicia una nueva vida”, pero se lo decía sabiendo que eso estaba muy lejos todavía; pero ahora tengo clarísimo que tenemos que irnos. Incluso es que hace dos meses yo estaba convencida de que quería vivir aquí hasta cuando fuese porque me gusta vivir aquí; pero no sé cómo he entendido de repente que estoy siendo muy egoísta, que, si quiero de verdad a Agnes, tengo que esforzarme por ayudarla a construirnos allí nuestra vida, que, si estamos juntas, no nos costará, seguro. Sé ahora que, si de verdad la quiero, si quiero verla feliz y si de veras me importa su bienestar anímico, tengo que acompañarla, tengo que volver con ella; pero también soy consciente de que es su sueño y que tiene que ser ella quien logre volverlo realidad. Por eso también quiero que se saque las oposiciones como sea, pero también pienso que, si no lo consigue, evidentemente, nos iremos como sea. Un año más no podemos estar aquí. Es incluso antinatural huir de lo inevitable, huir de algo que jamás va a desaparecer.

Antes sobre todo me dolía imaginarme en Galicia porque estaría lejos de mi hermana, pero ahora ella tiene una pareja con quien se pasa la mayor parte del tiempo. Está haciendo su vida como nosotras hacemos la nuestra. El chico que está con mi hermana es bastante majo, nos cae bien, sobre todo a mí, y sobre todo me cae bien porque sabe cuidar a mi hermana, porque con ella se nota que tiene una conexión muy especial. Ella está de vacaciones esta semana en Cantabria, que su chico es de allí (yo no sé qué nos pasa a las dos con la gente del norte) y está hablándome maravillas de su familia, del lugar donde nació su chico, y la veo tan feliz que eso me calma muchísimo.

Creo que voy a dejar ya de escribir. Es muy tarde y a las dos nos conviene descansar. Sólo espero que esas señales que yo creo detectar en Agnes desaparezcan, que esté bien, por favor, que no decaiga, que no se desaliente. Necesito que sea fuerte para que pueda cumplir sus sueños, para que ella pueda confiar en sí misma.

 

 

DIARIO DE AGNES: DOMINGO, 18 DE MARZO DE 2018

Domingo, 18 de marzo de 2018

Cómo pueden cambiar las cosas en un mes. La última vez que escribí me sentía muy decepcionada con Artemisa por varios motivos. Ahora, un mes después, realmente no sé cómo sentirme ante la misma vida. Me encuentro en un camino distinto, en un momento de mi existencia en el que presiento que las cosas pueden cambiar y al mismo tiempo en el que tengo la impresión de que esa esperanza puede desaparecer de un momento a otro y volar lejos de mí convertida en un polvo invisible que el paso del tiempo mezclará con el olvido.

Al final, Artemisa se percató (casi a la semana siguiente de cuando escribí por última vez) de que era una tontería cambiar los muebles de nuestra casa. No sé cómo llegó sola a esa conclusión. Yo no le dije nada para no influir en sus pensamientos. Una tarde me dijo que prefería esperar y que de momento no era necesario que cambiásemos nada, que todo está bien como está y que ya nos compraremos muebles nuevos cuando realmente las dos sintamos que estamos viviendo en el lugar en el que de veras queremos hallarnos. Yo no le di las gracias ni tampoco le dije que me había sentado muy mal que quisiese cambiar los muebles casi sin contar conmigo. Lo único que le dije fue que tenía razón, y punto, tampoco quería demostrarle que mi alma estaba dando saltos de alegría, pero yo sé que me lo notó, igual que, al día siguiente de cuando escribí por última vez, se dio cuenta de que me ocurría algo con ella, de que no estaba igual, pues me costaba hablarle y también seguirle las conversaciones que ella iniciaba conmigo. Artemisa habló conmigo, me preguntó qué me ocurría y entonces, antes de irnos a dormir, le confesé que me había sentado muy mal que ignorase por completo mi estado de ánimo, que ni siquiera le diese importancia al hecho de que no me encontraba bien, de que últimamente estoy más agotada que nunca (y sobre todo en aquel entonces) y también que ni tan sólo se plantease la posibilidad de preguntarme si me apetecía quedarme en Barcelona tantas horas. Se quedó muy sorprendida cuando se dio cuenta de que yo estaba más ofendida de lo que ella había pensado, pero ya todo eso quedó atrás.

Hace unas semanas empecé a estudiar mucho para sacarme unas oposiciones y el estudio me quita mucho tiempo. Es evidente que quiero conseguir sacármelas para poder irme a Galicia, pero también para poder tener un trabajo mucho mejor. Últimamente me siento muy extraña en mi trabajo, no me siento nada a gusto allí y el trabajo que realizo no me gusta nada. Me siento inútil, parece que apenas puedo desarrollarme como persona y estoy deseando cambiar de aires. Me siento cada vez más desesperada aquí y Artemisa me entiende. Desde aquel día en el que parecía que yo no le importase en absoluto, ya no volvió a insinuarme que no podemos irnos a Galicia. No me comenta casi nada sobre ese tema. Lo único que me dice es que estudie, que luche por conseguir esas oposiciones como sea porque serán el camino que nos lleve a Galicia, a las dos, pero de sí misma no habla mucho. Yo tampoco me atrevo a preguntarle. Yo la noto tan conforme con la vida que llevamos que muchas veces me pregunto si no estoy siendo muy egoísta por querer irme obligándola a dejar aquí todo lo que tiene, a lo que tanto se aferra: su trabajo, su hermana, sus amigas (son más suyas que mías, yo apenas le tengo confianza a esa gente, salvo a alguna de ellas, pero soy tan tímida que apenas me atrevo a hablarle), a la ciudad en la que vivimos, la que ella se conoce tan bien, y a veces pienso que debo olvidarme ya de mi sueño, que lo que más debe importarme es que estoy con Artemisa, que no estoy sola, que estoy rodeada de gente que me quiere de verdad, que me respetará pase lo que pase, que me protegerá siempre, que estará siempre a mi lado, a la mínima que tenga algún problema, y entonces siento que mi interior se desgarra, una voz me dice que tengo que enterrar mi sueño y centrarme en lo que verdaderamente tengo, lo que tengo de verdad, pero entonces me imagino viviendo así, conforme con esto, con todo, y siento que algo se me hiela por dentro, que se me vacía el alma, y entonces sé que no podré estar del todo conforme siempre porque, sí, aquí lo tenemos todo, yo lo tengo casi todo, pero no me siento en absoluto atada a este lugar, no me gusta el diseño de sus calles, no me gustan los olores que lo invaden todo, no me alimenta nada el alma ir por las calles y oír hablar el acento de la gente, no me hace sentir nada acogida que prácticamente todo esté escrito en un idioma que no es el mío, no me siento en mi hogar, por mucho que me proteja la gente que me quiere y que yo quiero. Si es que de veras sé que eso es lo que más debe importar, que no estoy sola, que después de todo lo que pasé en mi vida ya por fin tengo con quien contar, pero no, no puedo, de verdad que no puedo. Yo cogería con mis manos esa parte de mi alma que tengo tan herida, la acariciaría y la llenaría de energía luminosa para que no me palpitase tanto, para que continuamente no estuviese diciéndome: tengo que volver, tengo que volver, yo la cogería entre mis manos y la dormiría para que, durante un tiempo, no me hablase más, pero no puedo, ésta tiene mucha fuerza y yo no puedo controlarla, yo no puedo controlar esos pensamientos que tanto me invaden continuamente la mente, esas ganas de soñar, esa esperanza que se me sale por todas las partes de mi cuerpo, por los ojos, por la piel, por la voz, ese pensamiento constante que tengo dedicado a mi tierra, esas ganas de vivir allí, de estar por fin allí y de recuperar así la parte de mí que aquí no tengo, que perdí hace mucho tiempo. Y sé que parece que solamente estoy hecha de la morriña que siento por Galicia, pero no es verdad, yo sé que no es cierto, lo sé porque cuando estoy allí soy tantas cosas que ni yo misma me conozco, soy yo de verdad, y es eso lo que quiero darles a mis seres queridos, eso, mi yo toda, mi yo completa.

Y tengo que ser paciente, pero al mismo tiempo la misma vida me da mucho miedo porque yo no sé qué está deparándome. Me siento perdida, no sé cuánto tiempo más estaré aquí, qué tengo que hacer, si esto servirá para algo. Lo único que quiero es vivir en Galicia para siempre y que Artemisa nunca me deje sola, no quiero perderla por nada del mundo. Sé que al principio será difícil, pero yo espero y sé que todo esto merecerá mucho la pena.

Y dejo de escribir porque quiero seguir estudiando. Apenas tengo tiempo para mí y mucho menos para escribir aquí. Hoy escribí porque me sentía culpable al saber que lo último que había escrito estaba tan lleno de resentimiento y de decepción, sobre todo hacia mi Artemisiña.