miércoles, 14 de marzo de 2018

DIARIO DE AGNES: DOMINGO, 11 DE FEBRERO DE 2018

Domingo, 11 de febrero de 2018

Últimamente, me cuesta mucho hallar un momento calmado que no preceda a otros intensos para poder reencontrarme conmigo misma y sobre todo para poder escribir centrándome en lo que siento, narrando cualquier hecho que me ocurriese recientemente, porque los días se van tan rápido que ni tan sólo tengo tiempo a sentirlos ni a conocerlos. Cuando ya estoy en la cama, dispuesta a dormir, entonces me pregunto qué viví realmente ese día, cómo fueron sus horas, porque últimamente vivo como si alguien tirase de mí y yo tuviese que igualarme al paso de alguien que se desplaza a toda prisa sin prestarle atención a nada. Además, con el horario que tuve que hacer este mes, aunque llegase antes a casa, me parecía que tenía menos tiempo que nunca y es que también parece que Artemisa busque cualquier quehacer para llenar las horas. Ahora se le ocurrió que podíamos cambiar los muebles de nuestro piso porque los que tenemos son ya antiguos, estaban ya en este piso cuando llegamos hace un año, y ya ves, a mí realmente no me importa que sean antiguos porque yo los encuentro bien, en perfecto estado, realizando la función que tienen que hacer sin ningún inconveniente, pero ella ahora está dispuesta a gastarse dinero en muebles nuevos, y lo que me da un poco de rabia es que ni siquiera me escuche cuando le pregunto para qué vamos a cambiar de muebles si posiblemente nos vayamos dentro de poco, pero esas palabras parecen no sonar para ella, y esta semana me contó algo que me hizo sentir muy mal, que me frustró muchísimo, y cuando me lo dijo entendí por qué hacía oídos sordos a mis opiniones. Claro que me escucha, pero me dice que sí, que es necesario, que ahora no me preocupe por si nos vamos dentro de un año o dentro de un mes, que esos muebles ya serán nuestros, que son algo nuestro, que en este piso no hay nada nuestro, que los muebles no nos pertenecen, que así tenemos algo nuestro, pero es que yo tampoco entiendo a qué viene ahora tanta prisa por cambiar los muebles de nuestro piso; pero ahora sé que ella no quiere irse, ni en un año ni en dos, ni en un mes ni en mil, porque me contó el jueves que ahora mismo no puede pedir un traslado, que la plaza que tiene en el instituto en el que trabaja es suya y que le costó muchísimo conseguirla. Me preguntó incluso si era capaz de imaginarme cuánto le costó sacarse unas oposiciones en condiciones, sacárselas con buena nota para conseguir una plaza, me dijo que se dejó la piel estudiando, que se dejó la piel y el alma estudiando en la isla, también, cuando estuvo lejos, para regresar aquí ya con las ideas claras, y cuando me dice todo eso me confunde mucho porque entonces me pregunto si realmente regresó porque me echaba de menos o porque ya estaba preparada para construirse aquí una vida, pero no soy capaz de preguntárselo. Tengo la sensación de que, de un momento a otro, lo que conozco de la vida de Artemisa se derrumba ante mis ojos y adquiere otros matices que no sé mirar, que no sé soportar siquiera, pero soy incapaz de preguntarle nada, porque preguntarle qué fue realmente lo que la llevó de vuelta a España sería como asomarme a su alma y descubrir rincones que ella no quiere mostrarle a nadie. Eso no me quita el sueño, pero el jueves noté que todo lo que formaba mis convicciones se derrumbaba, se hacía añicos por unos momentos, y no sólo eso, sino también mis sueños. Cuando Artemisa me decía que no podía irse de aquí, que no podía dejar su plaza porque le había costado mucho conseguirla y porque, si se iba, no podría conseguir otra plaza en Galicia (que no creo que eso sea verdad porque mucha lógica no tiene), me sentí como si alguien estuviese derribando mis sueños con una máquina de ésas que son bolas que derruyen edificios, así, con golpes injustos, con una violencia tan horrible, como si entre aquellos muros nadie hubiese vivido nada, como si esos muros no tuviesen recuerdos adheridos a sus piedras, nada, como si no hubiese nada. A mí siempre me estremeció mucho esa imagen, la imagen de una máquina enorme de ésas derribando un edificio. Pues así me sentí yo en esos momentos, pero lo único que pude decirle fue: ¿y eso va a ser así para siempre? Y ella me contestó que no lo sabía, pero que por el momento sí y que tenía que apreciar y valorar mucho que tuviese un trabajo tan estable, que no lo cambiaría por nada del mundo, por mucho que tuviese que soportar a alumnos impertinentes. y luego oí que hablaba con su hermana y que decía que realmente era su trabajo el que nos daba el dinero para salir adelante, que mi sueldo se iba en nada, entre el alquiler y las cosas que tenemos que comprar para sobrevivir, y que era su sueldo el que nos permitía ahorrar algo, que, si tuviésemos que depender del mío, que no podríamos hacer nada, que ni siquiera podríamos ahorrar un poco, y lo decía baxiño, para que yo no lo oyese (yo estaba en el baño), pero lo oí perfectamente. Sé que no era su intención hacerme sentir mal (jamás lo será), pero me sentí tan horriblemente mal en esos momentos que no pude evitar ponerme a llorar, y es que sentía que mi vida era miserable, que había desperdiciado esa supuesta inteligencia que la Diosa me dio al nacer, que podría haber estudiado la carrera que me hubiese dado la gana, la más difícil incluso, y ahora estar trabajando en algo impensable, pero, no, mis absurdos miedos, mi asquerosa vergüenza, tan eterna siempre, me detuvieron siempre, me empequeñecieron siempre, y ahora tengo que trabajar de lo que sea, yo, que podría estar en cualquier sitio que me hubiese propuesto; aunque tampoco me atraen nada esas carreras que supuestamente estudian esas personas tan inteligentes, como ingeniería o cualquier tema relacionado, porque me parece todo tan frívolo y aburrido... pero da igual, el caso es que tengo que trabajar de algo en lo que no puedo desarrollarme, en lo que tengo que hacer siempre lo mismo. Y sentí mucha envidia por Artemisa, pero una envidia que no me corroía por dentro, sino una envidia que me hacía sentir pequeña. La envidiaba por haber tenido siempre un sueño que cumplir, una misión por la que luchar, por haber tenido siempre tan claro qué quería ser en la vida y sobre todo por haberlo conseguido, sobre todo por eso, por haberlo conseguido. Y es lo que siento ante alguien que nació sabiendo lo que quería hacer, sin dudar, ante esas personas que consiguieron serlo, convertirse en lo que siempre supieron que tenían que ser. Habría preferido nacer con una inteligencia normal, de ésas que pasan totalmente desapercibidas, porque sé que, si hubiese nacido así, no me habrían arrancado de Galicia, estaría todavía allí, tal vez trabajando en algo totalmente simple, sin plantearme nada, sin tener esos supuestos dones que me vuelven tan especial. Estaría viviendo aún con mi nai, en nuestra casa, en la aldea, o tal vez habría estudiado en Compostela una carrera normal, o tal vez sería profesora, algo que tampoco me desagradaría ser, pero no, tuve que nacer así, con esta forma de ser que tanto asustaba a la gente, con estos ojos que miran más allá de cualquier matiz, con esta mente que desmigaja cualquier hecho hasta descubrir sus detalles más ocultos y que es capaz de adivinar sin esfuerzo lo que piensa cualquier persona que se encuentre a mi lado. Por eso no me gusta estar con gente, porque no me ocultan nada, por mucho que lo intenten, porque continuamente sé lo que están pensando, lo que sienten, lo que creen de mí, y detesto eso, lo detesto, detesto saber con tanta claridad que alguien piensa que soy rara, que no hablo, que hablo de tal forma si hablo, que debería irme o decir algo, que por qué no intervengo en las conversaciones, que por qué no miro a la gente a los ojos, que por qué esto, lo otro, y muchas veces tengo la sensación de que todos los pensamientos de todas las personas que me rodean se mezclan hasta hacer un sonido horrible y por eso me pongo tan nerviosa, por eso me sonrojo tan fácilmente, por eso siento tanta vergüenza cuando me encuentro entre tanta gente, e incluso me siento incómoda estando con personas que me conocen ya y que yo conozco porque a veces también sé que están mintiendo, que están diciendo algo que no se corresponde con lo que piensan, incluso me ocurre con Artemisa. me ocurrió con ella el jueves pasado, cuando me decía todo esto de su plaza, de las oposiciones, oía entre sus palabras otras que ella no se atrevía a decirme, y también adivinaba lo que sentía, lo que se callaba, lo que ardía en deseos de decirme y que nunca me diría, y tal vez por eso me decepcioné tanto, tanto que por la noche no pude evitar confesarle que me sentía completamente decepcionada, y lloré delante de ella, pero me daba mucha rabia no poder evitar derrumbarme ante ella. Y me preguntó miles de veces qué me pasaba, por qué estaba así, si me sentía tan mal por lo que me había dicho, y a mí lo que más me extrañaba era que me lo preguntase, me preguntaba por qué me decía todo eso si lo sabía perfectamente, cómo era posible que se atreviese a preguntármelo.

Yo no entiendo mucho sobre el tema de las oposiciones, pero yo pensaba que, si tenías una plaza, podías pedir un traslado, pero se ve que no, que eso pueden hacerlo los funcionarios que trabajan en administraciones, pero también tengo la sensación (y creo que no me equivoco) de que Artemisa no me dice la verdad, de que aprovecha que no conozco casi nada del tema para decirme cualquier cosa que parezca cierta, porque sabe que yo no sé la verdad. Y el jueves tuve precisamente esa sensación, la sensación de que no me decía la verdad y de que me ocultaba muchas cosas. Luego, pensando, cuando estaba sola, me reconocí a mí misma que lo que de verdad quería decirme era que no quería irse, que posiblemente no quisiese irse nunca, que le encantaba la vida que teníamos aquí, que no tenía ni la menor sombra de ganas de hacer el mínimo esfuerzo por construir otra vida en otro lugar, otra vez, con lo que nos costó construirnos ésta, que le gustaba mucho el piso donde vivimos, que no quería separarse de lo que ya tanto conoce, ni de su hermana ni de las amigas que tenemos, que no creía que nos fuese mejor allí, en Galicia, tan lejos, sin nadie, que no quería, que no quería ni querrá, punto.

Y lo que me pregunto es por qué no me lo dijo antes, por qué en octubre me prometió que sí iríamos a vivir allí después de ahorrar un poco, por qué me pidió que teníamos que esperar al menos un año, que teníamos que ahorrar, si no era verdad, si estaba mintiéndome. Quizás piense que yo soy una niña pequeña que se conforma con promesas que no son verdad, que se hacen sabiendo que no son ciertas en esta realidad, pero no es cierto. A lo mejor ella ni siquiera se imagina lo que yo siento, lo que yo quiero, y finja que me entiende para hacerme sentir mejor.

A raíz de esa conversación inacabada, porque yo no dije nada más ni ella tampoco dijo nada que mejorase el aspecto de sus palabras, la mente se me llenó de ideas extremas. Se me ocurrió (y esa idea aún no se me fue) quedarme allí cuando volvamos en abril, prepararlo todo para que, el miércoles 2 de mayo, cuando llegue el momento de regresar a Cataluña, yo les diga: no puedo irme, me quedo aquí, tendréis que volver sin mí. Es evidente que renunciar a Artemisa me destrozará la vida, pero también sé que ella movería cielo y tierra por vivir conmigo si descubriese y viese con sus propios ojos que yo no estoy dispuesta a regresar a esta ciudad, por nada del mundo. Sería una situación muy extrema, es cierto, y cabe la triste posibilidad de que ella me deje ir, de que no luche, de que piense: bueno, pues que se quede allí, que se quede si prefiere a Galicia antes que a mí; pero no es verdad, para nada lo es, pero es que siento que me obliga a estar aquí, durante años me obligaron a estar lejos de mi verdadero hogar, como si mi vida fuese de todas esas personas que me conocen y pueden decidir por mí, en vez de mía, como si yo no tuviese potestad para escoger lo que anhelo para mí, como si mi vida no fuese mía, mismamente, como si no me perteneciese ni mi presente, ni mi pasado ni mi futuro, como si el mundo entero poseyese mi existencia sin que yo tuviese derecho a reclamarla, así mismo. Podría conformarme con vivir aquí, es cierto, porque ser gallega se lleva en el corazón, da igual donde nos encontremos, pero ya no me conformo y me conformaré menos con el paso del tiempo.

Hoy me siento a punto de estallar de impotencia, pero no me encuentro deprimida ni nada, porque una parte de mi alma sueña con la posibilidad de preparar mi vida allí sin que nadie lo sepa, para que nadie pueda decirme: espérate, ten paciencia, llegará el momento en que puedas vivir allí para siempre, porque no es verdad, y todas esas personas que me lo dicen saben que no es verdad, que me dicen eso para calmarse a sí mismos, para consolarse, para decirse: aún no le llegó el momento de irse, aún no, porque tiene que encontrar trabajo, porque cómo va a irse dejándolo aquí todo. Una decisión así se ha de tomar en silencio, sin que nadie lo sepa, pero ¿cómo? Por supuesto que me iría ahora mismo con los pocos ahorros que tengo y buscaría la forma de sobrevivir allí, pero a mí me inculcaron también ese miedo a no tener nada a lo que aferrarse y tengo una edad que me obliga a planificarlo todo, y tal vez sea así también mi carácter. Me gusta tenerlo todo planificado y controlado, porque entonces me pongo muy nerviosa, pero tal vez por Galicia haya que hacer una locura de este tipo, porque merece la pena.

Pero cuando miro a Artemisa me pregunto si sería capaz de hacerlo, de ocultarle que me quedaría allí. Y una voz muy fuerte me dice que sí, que nuestra separación sería temporal, que ella reaccionaría en cuanto viese que no me subía al avión con ella.

Sin embargo, la quiero, la quiero con una fuerza que no puedo controlar, y soy incapaz de hacerle tanto daño. Sé que le haría muchísimo daño si me quedase, si la abandonase así, sin decirle nada antes, y la quiero tanto que soy capaz de silenciar mi intensa y desgarradora necesidad de regresar a mi tierra para no irme de allí nunca más con tal de que ella sea feliz, para que podamos estar juntas; pero no sé si podré hacerlo siempre.

Ahora mismo me encuentro en un momento en el que me cuesta mucho entender las cosas que pasan, lo que viene en el futuro, lo que llenará nuestro pasado cuando estos instantes transcurran y ya se vayan al pasado. Vivo sabiendo que cada momento es especial, pero hay algo en mí que me impide centrarme en lo que vivo, en la composición de esos momentos, como si hubiese una muralla entre mi alma y lo que ocurre a mi alrededor.

No estoy enfadada con Artemisa, ni siquiera decepcionada con ella, jamás podré estar así. Solamente me siento rara con la vida, como si ella fuese un ente al que yo pudiese hablar, mirar y preguntarle por qué, por qué pasa todo esto, por qué son tan difíciles las cosas, por qué mi vida fue así, por qué no pudo ser todo de otro modo. Yo jamás protesté, viví lo peor de mi vida llorando por lo mal que me sentía, pero nunca dije por qué, por qué no pude ser diferente, por qué tenía que soportar todo eso, sino que lo aceptaba porque creía incluso que me lo merecía, pero a veces, ahora, sí que miro atrás y me pregunto quién decidió que yo tuviese que vivir todo eso, todas esas experiencias tan desgarradoras y sobre todo por qué sigo aquí en este mundo si no puedo cumplir mis sueños, si se me pasó ya media vida sin realizar lo que tanto anhelo, que no es algo increíblemente difícil, maldita sea.

Y es que a veces ya me canso de mí misma, de ser así, de estar encerrada en un alma que cambia tanto, que tiene sentimientos tan fácilmente mutables. ¿Por qué no puede ser todo un poco más sencillo? ¿Por qué tengo que estar siempre a merced de unas emociones que no se conforman con nada, que bailan, saltan y se mueven como si no tuviesen dueña? ¿Y por qué la vida no pudo ser un poco más sencilla para mí? ¿Quién decidió que yo tenía que vivir todo esto y por qué? Lo peor es que estas preguntas no tienen respuesta. Es inútil que yo misma me las formule porque jamás voy a conocer la respuesta, jamás, por mucho que me empeñe en pensar en todo esto. Quizás tuviese que aceptar todo lo que me ocurrió sin rechistar siquiera, pero es que a veces pienso que nací acompañada por un agujero solamente hecho de mala suerte que devora todas las posibilidades de que se cumpla lo que yo anhelé desde siempre.

Este fin de semana fue un tanto especial y extraño. Lo viví como si estuviese en otro mundo y al mismo tiempo interactuando forzosamente con mi alrededor y con las personas que requerían mi atención, que fueron más de lo que pude soportar. Ayer Artemisa y yo fuimos a comer con unas amigas y también estaba Casandra y yo no entiendo por qué a todo el mundo le dio por hablarme y preguntarme cosas ayer, como si no hubiese otra persona en el mundo, y a la mayoría de personas que había allí yo no las conocía casi, solamente las vi alguna vez que salimos todas, pero yo no tenía ni la menor sombra de ganas de hablar con ellas y todas me hablaban como si yo con mis ojos estuviese pidiéndoles que, por favor, me hablasen continuamente. Evidentemente las escuchaba, pero lo que no podía evitar era responder escueta y evasivamente las preguntas que me hacían: que si dónde trabajo, de qué trabajo, por qué estoy aquí si soy de tan lejos, qué hago aquí, qué pienso sobre lo que está pasando en Cataluña, qué pienso sobre el restaurante, sobre lo que pasa en no sé dónde y miles de cosas más que ni siquiera sabía cómo contestar.

No pude evitar que, después de comer, cuando ya no me quedaba ni una miga de comida en el plato, se apoderasen de mí unas terribles ganas de irme ya a mi casa y así mismo se lo dije a Artemisa. le pedí que nos fuésemos, que no podía más; pero ella ayer creo que se levantó con la capacidad mínima de entenderme o al menos eso era lo que me demostró, porque me dijo que no nos iríamos muy tarde, pero enseguida dijo que sí cuando Casandra propuso ir a tomar el café en otro sitio. Y fuimos a una cafetería muy ruidosa en la que casi que no se podía ni hablar. Yo intenté relajarme fijando los ojos en la oscura infusión de Rooibos que me pedí, jugando con la cuchara y la bolsita de hierbas, pero fue inútil. Mi alrededor era tan chillón que me ensordecía y al final acabé fingiendo que no oía ni una sola de las palabras que me dirigían. Evidentemente, tampoco volví a pedirle a Artemisa que nos fuésemos, ya no porque me diese vergüenza que se diese cuenta de que estaba tan absurdamente agobiada, sino porque la veía tan cómoda, sabía que estaba disfrutando mucho, hablaba sin parar con las amigas de su hermana como si las conociese de toda la vida, como si todos los días hablase con ellas. Les hablaba de su trabajo, muy sonriente, como si nunca hubiese tenido problemas con nada ni con nadie, les hablaba incluso de nuestro piso, de cómo lo tenemos, y de que quería comprar muebles nuevos. Y me daba la sensación de que ella se había olvidado de que yo seguía estando a su lado con mi insoportable vergüenza ya devorándome todo mi ser y mi alma, toda mi alma, y sin saber qué hacer, a dónde mirar, qué sentir, y hacía mucho tiempo que no me sentía tan mal, pero no se lo confesé en ningún momento.

Nos fuimos, al final, a las siete y media de la tarde por lo menos porque luego a todas les apeteció mucho ir dando paseos por tiendas, mirando cosas que luego ni se compraban, y Artemisa no dejaba de aconsejar a su hermana que se probase vestidos, blusas, de todo. Su actitud me hacía pensar que ella quería contrarrestar con toda la simpatía del mundo mi silencio, como si quisiese darles a todas lo que yo no era capaz de entregarle a nadie, porque es que mentalmente estoy agotadísima, desde hace no sé cuánto tiempo, pero eso a nadie le importa, claro, o si le importa, poco interés tendrá, claro, y yo lo entiendo, lo entiendo perfectamente; pero tampoco me exijan que entienda todo lo que ocurre a mi alrededor, porque no puedo, y sinceramente se me agotan cada vez más las ganas de interactuar con la gente que me rodea de repente sin que yo lo pidiese.

Lo que más me duele no es que de nuevo fuese incapaz de relacionarme con nadie, sino que Artemisa se comportase así. No entiendo mucho por qué lo hacía, si ella es más bien callada como yo. NO entiendo por qué actuó de ese modo y me duele que ni siquiera se molestase en preguntarme si me encontraba bien, si estaba bien o si quería hacer algo distinto, nada, como si yo no tuviese opinión ni voz. Y entiendo también que no me preguntase nada porque mis respuestas lo quebrarían todo y la obligarían a irse de allí cuando a lo mejor sí se sentía totalmente bien, por eso no le exigí nada en ningún momento, pero tampoco ella me preguntó nada cuando llegamos a casa, ni siquiera cuando por fin nos quedamos a solas en nuestra habitación. Yo actué con ella como si no hubiese pasado nada, pero sí es cierto que me fui a dormir enseguida. Casandra se quedó a dormir en nuestra casa, evidentemente, y estuvieron juntas todo el tiempo, que a mí me parece bien, por supuesto, y al mismo tiempo me serenaba un poco estar más a mi aire, pero noto cosas que no sé si son ciertas o son producto de mi imaginación. Estoy últimamente muy sensible a cualquier estímulo, incluso cuando voy por la calle me doy la vuelta de repente porque tengo la impresión de que alguien me sigue, y luego no hay nadie tras de mí o, si lo hay, está prestándole atención a algo totalmente ajeno a mí.

Me cuesta mucho escribir hoy, además. Me siento como si fuese incapaz de construir frases claras. Creo que me ocurre también por el cansancio mental que arrastro. Y es que también me da rabia que llegue el fin de semana y que apenas pueda descansar.

Y por suerte esta semana ya vuelvo a hacer mi horario de siempre.

 

2 comentarios:

  1. Ha sido un capítulo agridulce. Tiene cosas que me han hecho reír pero otras muchas que me han parecido muy tristes. El cambio de muebles que propone Artemisa es muy significativo y Agnes, que no es tonta y es muy intuitiva, sabe que eso conlleva un cambio de actitud en ella. La verdad es que el cambio de actitud de Artemisa es decepcionante. De buenas a primeras, el trabajo que tiene es lo más importante en su vida y todas las palabras y promesas desaparecen. Es un buen ejemplo el de la máquina que son bolas, me he reído mucho con la definición jajajaja, me encanta. Es que con cada palabra, con cada acción, derrumbaba pilares que ella creía indestructibles. Artemisa está muy cambiada, ilusionada con cosas que antes ni habría tenido en cuenta. ¿Antepone esas cosas a Agnes? Mejor dicho, ¿antepone todo eso a la ilusión de Agnes? Parece que de momento sí...Me da pena, antes fueron Gaya y Gilbert los que jugaron con sus sentimientos, engañándola como si fuese una niña. No sé si Artemisa está haciendo lo mismo. Está descuidando a Agnes, y ella mejor que nadie sabe como es, la conoce, sabe que no lleva bien según que situaciones, que lo pasa mal y parece que ahora eso no lo sabe ver o le da igual.

    Ahora me siento despistado con Artemisa. No sé cuales son sus intenciones y de que forma piensa solucionar esta situación, pero está claro que por el momento no lo está llevando muy bien. Sabiendo como es Agnes, que para ella es muy importante trasladarse a Galicia, lo mal que lleva estar en según que sitios y situaciones y luego esta actitud extraña que tiene...le está haciendo mucho daño. Espero que sepa solucionarlo.

    Como siempre, Ntoch, ¡me ha gustado muchooooooo!

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  2. Me cuesta mucho escribir hoy, además. Me siento como si fuese incapaz de construir frases claras. Creo que me ocurre también por el cansancio mental que arrastro. Y es que también me da rabia que llegue el fin de semana y que apenas pueda descansar.

    Y por suerte esta semana ya vuelvo a hacer mi horario de siempre.

    ¿Eso quién lo dice? jajajajajajjaja Si siempre te parece que Agnes es tu alter ego aquí ya lo borda, ¿eh?

    Ay, qué complicadas son las cosas, cuando podían ser sencillas. Recuerdo ver por la tele, cuando era pequeño, cómo un matrimonio acudía a un asesor matrimonial porque tenían problemas, y discutían por una lámpara, que si las has comprado sin consultarme, que si tal, que si cual, y yo pensaba ¿cómo van a ser esos los problemas de una pareja? Tienen que ser cosas importantes, serias, no una lámpara.

    Pero al final resulta que sí es así, y que se discute por una lámpara, Agnes y Artemisa por los muebles. Bueno, no discuten, pero tienen su tira y afloja. Y es la lámpara, los muebles, en realidad no son el problema, solo la muestra de que este existe. Trasladarse de Cataluña a Galicia conservando el puesto de profesora, es algo realmente complicado, pero en realidad eso es lo de menos: lo de más es que el amor ha de concretarse cada día, y que no puede vivirse exclusivamente de él: necesitamos más cosas, Agnes necesita vivir en Galicia, y Artemisa ha aprendido a ser práctica, incluso piensa en ahorrar... claro, cuadrar todo eso no es moco de pavo.

    Ahora es cuando se va a ver de qué pasta es cada quién. Agnes puede, naturalmente, cumplir su idea de no regresar de Galicia. Artemisa puede postponer sine die el traslado a Galicia. La que haga eso, una o las dos, será una tramposa, porque no habrá creido en el amor. No se puede obviar a la otra pensar "tú no sabes lo importante que es eso para mí, como no lo sabes obro yo por las dos".

    Así que, tras la confesión de amor de la entrada anterior tenemos una vuelta de tuerca y entramos en conflicto. Un conflicto sin voces, sin reproches... al menos todavía.

    Ojalá lo resuelvan bien, ¡son la pareja ideal! De ti depende... no seas malaaaaaaa.

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