martes, 6 de febrero de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: DOMINGO, 21 DE ENERO DE 2018

Domingo, 21 de enero de 2018

Hace muchos días que no escribo. No es que no me apeteciese escribir. Lo que me ocurre es que últimamente he tenido mucho trabajo del instituto (exámenes y trabajos por corregir, clases por preparar) y además los días pasan muy rápido. Creo que a Agnes le sucede lo mismo que a mí. Ella también tiene la sensación de que a los días parecen faltarles horas. Además, últimamente solemos quedar muy a menudo con algunas amigas que hemos conocido hace poco y también estamos preparando otro viaje a Galicia. Iremos en abril con mi hermana y unos amigos más. Agnes está totalmente entusiasmada con ese viaje y yo creo que saber con tanta certeza que volveremos le ha inyectado una inmensa dosis de felicidad. No obstante, hace bastantes días que noto que se ha operado un cambio en ella. Antes le costaba mucho tener ganas de salir y de hacer cualquier cosa, pero ahora está irreconocible, está sonriente, radiante. Le cambiaron el horario (tendrá que estar haciendo un horario distinto durante un mes), pero parece como si no le afectase tener que levantarse veinte minutos antes. De ella se desprende una energía muy bonita que a mí me llena mucho el alma, la verdad. Creo incluso que en mí también se ha adentrado una energía distinta. Y esto sucede desde que empezamos este nuevo año. Es como si haber vivido las tres (mi hermana, Agnes y yo) aquella noche en la que terminaba un año lleno de momentos tan distintos los unos de los otros y comenzaba una nueva época supusiese una fisura entre lo vivido y lo que nos queda por vivir, entre las experiencias que nos presionaron el alma y las que van a acariciárnosla. No quiere decir que ya no vivamos momentos en los que nos sintamos tristes o desganadas, que siempre los habrá, pero noto que la vida ha cambiado un poco y que en este año nuevo van a pasarnos cosas maravillosas.

No escribí cuando empezó el año porque ni siquiera me acordaba de que había empezado un diario y es que a mí me cuesta mucho ser constante con estas cosas. Cuando me siento delante del ordenador, permanezco durante más de cinco minutos por lo menos pensando en lo que puedo escribir, preguntándome cómo puedo empezar a escribir y sobre todo escribiendo y borrando palabras sin cesar porque nada me convence. No sirvo para relatar momentos de mi vida y me cuesta mucho convertir en palabras esos recuerdos que residen en mi mente en forma de neblinas que me resulta tan complicado disipar. En cambio, Agnes escribe con tanta naturalidad y con tanto sentimiento que a veces me pregunto si en realidad son las palabras las que se apoderan de ella en vez de ser ella quien se apodera de las palabras. Ya he leído bastantes entradas suyas y me quedo maravillada con la forma que tiene de construir frases, con cómo explica cada momento, cada sentimiento y cada pensamiento que lleva consigo, que tiene en su alma.

Hoy quería hablar sobre todo de mi hermana. Mi hermana nunca ha tenido suerte en el amor. Todos los hombres en los que ella ha confiado la han traicionado e incluso la han tratado como jamás nadie debería tratar a nadie; pero esta semana mi hermana le contó a Agnes (según ella, se lo explicó primero a Agnes porque, cuando necesitaba hablar con alguien, la única que había salido de trabajar era ella) que conoció en su herboristería a un hombre muy interesante que empezó a dejarle notas escondidas en el mostrador, entre algunos productos que ella tiene expuestos, incluso se las daba cuando le pagaba, ocultándolas entre los billetes; pero mi hermana siempre se daba cuenta de que él le dejaba pequeños papeles. En esos papelitos, el hombre le escribía siempre alguna frase que le hacía sonreír y que la conmovía, hasta que un día se atrevió a darle su número de teléfono. Quizás él pensase que mi hermana no tenía ni idea de quién era la persona que le entregaba esos mensajes tan inocentes, pero mi hermana siempre supo quién era ese hombre que la pretendía de ese modo tan original. Y esta semana fue cuando se atrevió a llamarlo. NI a Agnes ni a mí nos ha especificado cuánto tiempo lleva él entregándole esos papelitos, pero supongo que no será mucho. Mi hermana se entusiasma enseguida y enseguida empieza a confiar en la gente. Yo creo que a ella siempre le gustó también y no sabía cómo hacérselo saber. Por eso no habrá tardado casi nada en ponerse en contacto con él.

El caso es que, desde el viernes por la tarde hasta hoy por la mañana, no supe nada de ella. La llamaba, pero no me cogía el teléfono y tampoco contestaba a los mensajes que le enviaba por whatsapp. Yo sabía que estaba conociendo a un hombre, pero no pensaba que estaría viviendo algo tan importante. No obstante, había algo que me hacía sentir una preocupación inmensa y he estado inquieta hasta esta mañana, hasta que hablé con ella; aunque todavía no se me ha ido del alma esa preocupación que siento. Agnes me decía que estuviese tranquila, me aseguraba que mi hermana estaba bien y que no debía preocuparme por ella, pero yo es que no puedo evitar preocuparme por mi hermana. No quiero que le hagan daño, no quiero que se decepcione otra vez, no quiero que jueguen con ella ni que la traten mal; pero, por lo visto, puede que esta vez sí le salga bien.

Me contó esta mañana que estaba viviendo un fin de semana de ensueño, que se había ido con este hombre a un hotel de la costa y que habían vivido momentos maravillosos. Me explicó que estarían juntos hasta después de comer y que entre ellos ha surgido una complicidad inmensa y muy sincera. Me ha contado que tiene la sensación de que se conocen desde hace muchísimo tiempo y que congenian en todo. Incluso me ha dado detalles que no voy a transcribir aquí por respeto a su intimidad, pero me he sonrojado en cuanto ha empezado a explicarme que congenian en todos los aspectos, que se lo ha pasado muy bien con él, que está disfrutando como jamás lo hizo antes, que es maravilloso, que la trata como si la conociese desde siempre y que se conocen tanto que incluso, aunque no se lo hayan contado todo, el uno puede adivinar los gustos del otro. Es increíble y lo más bonito es que a mí me encanta oír el entusiasmo que se desprende de la voz de mi hermana. Me siento muy feliz cuando la oigo hablar con tanta felicidad y con tanta ilusión y es que realmente se merece encontrar a alguien que sepa quererla, que la entienda, que la respete como se merece, y parece ser que este hombre se ha enamorado bien de ella, de verdad. Sólo espero que, si al final esto no sale bien, ninguno de los dos sufra.

También me ocurre algo muy extraño que no sé contar. Ni siquiera a Agnes he sido capaz de confesarle por qué me siento así. Diría que es tristeza lo que siento, pero no es una tristeza normal, como la que sentiríamos ante un suceso que nos afecta y nos hiere en el alma. Es una tristeza diferente, como una especie de nostalgia que no sé de dónde nace. El caso es que, cuando pienso en que mi hermana está viviendo algo así, tan bonito, me siento mal. Por supuesto que me alegro por ella, pero es como si mi alma entera me confesase con susurros que tengo miedo a que se aleje de mí. Es verdad que dentro de algún tiempo Agnes y yo nos iremos a vivir a Galicia, si es que al final lo conseguimos; pero es algo diferente, nos iremos, sí, pero mi hermana seguirá estando ahí. A mí lo que me da miedo es que esta relación la aleje de nosotras porque realmente nos necesitamos todas mucho, somos el más grande apoyo que tenemos las tres y no me gustaría que se distanciase de nosotras por alguien que a lo mejor después la trata mal o la decepciona; pero también sé que eso no tiene por qué ocurrir. Agnes y yo estamos muy unidas, muy felices, pero seguimos contando con mi hermana para todo: para hacer planes, para hacer viajes, para cenar los viernes, cuando sea, para vernos en cuanto nos sea posible a las tres. Mi hermana me prometió muchas veces que nadie nos separaría, que, aunque ella se enamorase, ella siempre estaría a mi lado, y yo la creo porque la relación que nos une es sincera y real, no como la de algunas amigas que se ignoran en cuanto alguna de ellas encuentra pareja.

Además, me alegro también de que ella haya encontrado a alguien con quien se siente tan a gusto porque me dijo muchas veces que sentía mucha envidia (supuestamente de la sana) cuando nos veía a Agnes y a mí tan felices, cuando detectaba la inmensa complicidad que nos une y cuando se daba cuenta de que lo que nos une es algo más fuerte que cualquier relación de pareja. Me confesaba que a ella también le gustaría estar con alguien en quien pudiese confiar tanto como Agnes y yo confiamos la una en la otra y yo siempre la animaba diciéndole que llegaría, alentándola a que tuviese paciencia porque sabía que llegaría, que tenía que llegar, y no sé si ha llegado ya.

Agnes, en cambio, no está para nada preocupada; al contrario, ella está tranquila como si mi hermana llevase ya mil años con este chico. No le noto en la mirada ni la sombra más sutil de inquietud y eso me sosiega. Cuando Agnes intuye algo, prácticamente siempre se cumple o es real, por eso confío tanto en sus intuiciones, pero esta vez soy yo la que intuye que no va a ir tan bien como mi hermana y Agnes creen o quieren creer. En mí susurra una voz que me avisa de que hay algo que no está bien, que no va a ir bien, que pasa algo que nadie se plantea. No es que esté siendo pesimista, para nada. Yo también tengo un sexto sentido (no tan desarrollado como el de Agnes, desde luego) y mi sexto sentido me avisa de algo que no sé concretar. Le he contado a Agnes lo que siento y lo único que me dice es que lo que siento es solamente miedo a que puedan herirla, pero, antes, cuando se lo confesé por cuarta vez por lo menos, sí me miró inquieta y me animó a que indagase en mis emociones y en mis sensaciones para descubrir si lo que intuyo tiene relación con algo que va a suceder o si, más bien, nace de mis sentimientos y la verdad es que no sé qué pensar.

Agnes también me ha planteado la posibilidad de que esa intuición que siento no se relacione con mi hermana ni con lo que ella está viviendo, sino con algo ajeno a ese tema; pero a mí me cuesta muchísimo concretar de dónde nacen mis intuiciones, al contrario de lo que le ocurre a Agnes, que, aunque al principio no consiga dilucidar de dónde le procede un presentimiento, siempre acaba encontrando la razón por la cual siente esas emociones tan extrañas. Yo recuerdo que, el año pasado, en agosto, cuando estábamos de vacaciones con mi hermana, Agnes se levantó un miércoles diciéndome que se encontraba mal, que tenía la intuición de que iba a ocurrir algo muy malo, y realmente yo sí notaba que no estaba bien, que se quedaba pensativa muy a menudo. Durante todo ese día, no dejaba de decirme que intuía que iba a pasar algo horrible y a mí cada vez que me decía eso me daba un escalofrío porque Agnes nunca se equivoca, nunca se ha equivocado. Y al día siguiente ocurrió el atentado en Barcelona. Cuando nos enteramos de lo que había pasado, las dos nos quedamos paralizadas, sin saber qué hacer ni qué decir, y, durante unos larguísimos momentos, pareció como si el mundo hubiese dejado de existir. A Agnes no le afectó tanto como a mí. Yo sí sentí mucho miedo en cuanto me enteré de que habían tocado nuestro mundo, porque Barcelona forma parte de nuestro mundo actual y a mí es una ciudad que me gusta mucho, sinceramente. Es verdad que es muy agobiante pasear por sus ramblas y sus calles, pero es una ciudad repleta de rincones preciosos, rincones que se diferencian mucho los unos de los otros. Además, me gusta mucho la diversidad que adorna sus calles. No suelo ir prácticamente nunca a Barcelona porque Agnes se agobia con tan sólo oír ese nombre, pero las veces que he ido me he sentido fascinada por su puerto, por sus calles antiguas y sobre todo por los rincones naturales que tiene. Por eso me afectó mucho lo que ocurrió en agosto, porque habían atentado contra nuestro mundo; pero yo sé que a Agnes le afectó sobre todo el hecho de haber intuido que iba a ocurrir, ya no tanto lo que había sucedido. Sin embargo, durante dos o tres días, no dejó de decirme que deseaba esconderse del mundo entero, que no quería seguir recibiendo noticias ni estímulos procedentes de esta realidad en la que acaecen cosas tan horribles. También las dos teníamos mucho miedo a que se expandiese por nuestro entorno ese halo de violencia y que al final la ciudad en la que vivimos también se viese afectada por algún desastre semejante. En esos momentos, cuando me enteré de lo que había sucedido, se me heló la sangre, sentí en mi cuerpo el miedo a que de repente nuestro mundo se viniese a abajo, a que nuestra vida se derrumbase por culpa de factores externos que en nada se relacionaban (ni se relacionarán nunca) con nosotras. Fueron unos momentos muy espantosos que ensombrecieron un poco nuestras vacaciones; las cuales podían haber sido un poco más maravillosas si mi hermana hubiese consentido en que fuésemos a Galicia (menos mal que solamente faltaban dos meses para hacer ese viaje inolvidable que hicimos en octubre) y si Agnes se hubiese encontrado un poco mejor.

No sé por qué terminé hablando de esto. Hay muchos recuerdos que salen de mí sin que yo pueda detenerlos y es que me gustaría que quedasen reflejadas muchas cosas que pienso, muchos momentos que he vivido.

No sé si mi intuición acabará convirtiéndose en realidad. Sólo espero que mi hermana no sufra, que viva intensamente todos los momentos buenos que se le presenten, pero que no confíe en exceso, que se cuide. Yo no me atrevo a repetirle mucho estas cosas porque, cuando lo hago, se ríe de mí y me dice que la hermana mayor es ella, no yo, y que eso tendría que decírmelo ella a mí, no yo a ella, pero sé que me lo dice en broma, que se ríe para esconderme cuánto la conmueve que yo me preocupe tanto por ella.

Y es que mi hermana realmente no supo cuidarme mucho cuando estuve tan mal, cuando lo único que sentía eran ganas de huir, de escaparme de la posibilidad de seguir destrozándole el corazón a Agnes. Yo no sé por qué me costó tanto aceptar que la amaba, que estaba profunda e irrevocablemente enamorada de Agnes. Mi hermana lo sabía, pero yo siempre le negaba cualquier cosa que ella me dijese y respondía negativamente a todas las preguntas indirectas que ella me formulaba. MI hermana se daba cuenta de todo, podía intuir perfectamente que yo no quería reconocer ni aceptar la realidad, pero discutí muchas veces con ella, en vez de pedirle que me ayudase, porque me lanzaba frases que me herían mucho y me herían porque declaraban esa realidad a la que yo no me atrevía a enfrentarme. Además, aunque mi hermana me presionase para que confesase lo que sentía y para que reconociese que amaba a Agnes con toda mi alma, yo sabía que a mi hermana no le gustaba nada que yo me hubiese enamorado así de Agnes, de ese modo tan explosivo, tan lacerante, tan intenso. Cuando volví de la isla y me reencontré con ella al cabo de unos meses (ella estaba fuera cuando yo regresé), lo primero que me preguntó fue qué había entre Agnes y yo. Entonces sí fui capaz de confesarle lo que sentía y lo que estaba ocurriendo entre nosotras. En esos momentos, se calló, se guardó sus opiniones, pero yo sabía que ardía en deseos de decirme muchísimas cosas y esas cosas fue soltándomelas poco a poco, cuando menos me lo esperaba, durante todo el año pasado. Cuando se daba cuenta de que Agnes y yo cada vez estábamos más unidas, más irreversiblemente unidas, yo notaba que se le llenaban los ojos de miedo, pero siempre me costó saber muchísimo por qué tenía tanto y tanto pánico. Y fue precisamente en las vacaciones de agosto del año pasado cuando empezó a desvelarme lo que pensaba en realidad. Durante esas vacaciones, Agnes tuvo algunos altibajos bastante importantes. Podía estar perfectamente durante dos o tres días y de repente sentirse completamente hundida, como si alguien le hubiese machacado el alma, como si le hubiese sucedido el acontecimiento más horrible del mundo, y no había manera de lograr que saliese, que tuviese ganas de hacer cosas. Lo único que le apetecía era estar conmigo, estar solamente conmigo, lejos de mi hermana y de las amigas de mi hermana con las que pasamos esos días. A mí no me importaba en absoluto estar con Agnes solamente, protegiéndola, hablando con ella hasta que se nos agotaban las ganas de hablar, estando solamente con ella, viviendo nuestros momentos íntimos, disfrutando juntas de la soledad, de la naturaleza que rodeaba la casa en la que estábamos, del silencio de la noche, de la calma de los días. No me importaba que ella tuviese únicamente ganas de llorar y que estuviese horas llorando entre mis brazos. La entendía, la entendí siempre perfectamente. A Agnes le costó mucho recuperarse de la última recaída que tuvo, que fue muy, muy grave. Cuando yo regresé, ella estaba muy enferma y fue muy complicado que se recuperase, por eso jamás, jamás se me ocurrió presionarla, jamás le pedí que fuese fuerte, jamás le exigí que estuviese bien. Y fue eso en realidad lo que la ayudó a curarse poco a poco; aunque sí le ha costado mucho recuperarse después de lo que ocurrió en octubre, en Galicia, pero ahora está tan irreconocible, tan distinta que parece que esos momentos nunca existieron.

El caso es que, en aquellos días, mi hermana me tomó del brazo una tarde y me llevó al jardín, donde empezó a preguntarme si pensaba que me convenía estar con Agnes. Me confesó que no quería que yo estuviese con una persona que estaba así, tan desequilibrada, tan enferma, que siempre se había imaginado que estaría con alguien mucho mejor, que me conviniese mucho más, que estaría con otra persona que supiese darme solamente buenos momentos y felicidad, no aquellos altibajos tan desagradables, y además me dijo que ella no confiaba nada en Agnes, que sabía que algún día se cansaría de vivir y me dejaría sola. Mi hermana se caracteriza por soltar las cosas tal cual las piensa, sin fijarse mucho en lo crueles que suenan sus palabras, y sé que en aquellos momentos su única intención era protegerme o, según ella, abrirme los ojos; pero yo ya los tenía más abiertos que nunca. La escuché hasta que se cansó de lanzar esas palabras tan injustas contra Agnes y, cuando terminó su discurso, le di las gracias por preocuparse por mí y le pedí que, por favor, aquélla fuese la última vez que se atrevía a hablar así de Agnes. Le habría pedido que recordase lo mal que estuvo Agnes por culpa de mi ausencia, le habría exigido que tuviese paciencia con ella, que la comprendiese y que no se atreviese a juzgarla nunca más, pero no fui capaz de decir prácticamente nada. Defendí a Agnes como pude y después me fui. Solamente tenía ganas de llorar porque me dolía de verdad que mi hermana tuviese esa concepción tan triste de Agnes, de alguien con quien había convivido, a quien había ayudado incluso. Me dolía que no la quisiese, que no confiase en ella; pero, por suerte, poco a poco, mi hermana ha ido conociéndola mucho mejor, tal como es, y sé que jamás sería capaz de volver a decir algo tan cruel sobre ella. Por eso sé que ahora la quiere de verdad, se preocupa por ella como nunca lo hizo antes, aunque, según me ha contado mi hermana, cuando yo estuve lejos y Agnes estaba tan enferma, trabajando sin parar pese a encontrarse tan mal, ella misma la sentaba a la mesa y la obligaba a comer, la regañaba cuando se daba cuenta de que no se cuidaba nada e llegó a contarme también que llegó a esconder cualquier objeto con el que Agnes pudiese dañarse. Por eso también la envió al hospital otra vez, porque se sentía incapaz de cuidarla si estaba tan y tan enferma, porque no podía luchar contra la inmensa y destructiva depresión en la que estaba sumida.

Por suerte, ahora todo eso queda muy atrás y sé que ha quedado atrás para siempre.

Seguiré escribiendo en otro momento. No quería dar la sensación de que estoy triste, al contrario, me siento bien, feliz y tranquila; pero tal vez necesite contar muchas cosas que todavía me presionan el corazón.

2 comentarios:

  1. Hoy hace un frío "que pela" y está nevando, aunque ahora parece que ha parado. Es un placer ponerse frente al ordenador, solo, con total tranquilidad y leer esta entrada. La he disfrutado muchísimo, y es que has tardado mucho en continuar y ya tenía ganas de más.

    Me alegra leer que el cambio de año supuso un antes y un después en la vida de Agnes, que las cosas las vea de otra manera. Está claro que los sentimientos y el estado de ánimo de Agnes afecta directamente a Artemisa, pues ella ahora se siente más feliz y optimista. El viaje a Galicia sin duda es un motivo de felicidad (para ambas, sobretodo para Agnes), de alegría inmensa. Sé muy bien cuál es esa sensación, lo que te invade por dentro cuando tienes algo grande por delante, algo que te ilusiona y te inyecta tan ilusión. Es una sensación maravillosa. Espero que el viaje le inyecte la magia e ilusión que se merece, que se empape de Galicia, que disfrute de sus bosques, sus rincones mágicos y que vuelva con la ilusión de haber vivido algo maravilloso. El miedo que me da es precisamente ese, la vuelta. Alejarse de nuevo de Galicia no será fácil, aunque sepa que volverá muy pronto.

    La historia de amor de Casandra es muy bonita. Me parece muy romántico lo de los papelitos en la tienda. Hace tanto que me parece que el romanticismo ha muerto...al menos en mi vida jajaja. Me alegro por Casandra, se lo merece. Entiendo la preocupación de Artemisa, es su hermana y ya le han defraudado demasiadas veces. Agnes está más tranquila al respecto, y si ella no intuye nada, quizás la cosa vaya a salir bien, no sé. Aunque no me preguntes en que me baso, pero tampoco siento buenas vibraciones. ¿Será que ya veo fantasmas dónde no los hay? ¿Será por no creer casi nada en el romanticismo? Espero equivocarme.

    Debe ser muy duro intuir que algo horrible va a suceder. Claro, por mucho que te preocupes no sabes que ocurrirá, si es algo cercano, si es una catástrofe en otro país, en tu ciudad...debe ser desesperante. No me extraña que se sienta fatal cuando finalmente ocurre algo. Da mucha impotencia saber que ocurrirá algo pero que no hay nada que puedas hacer.

    "Se agobia tan sólo oír ese nombre" me ha dado la risa con esa frase. Es verdad que ya me la dijiste hace unos días, pero no me la esperaba y me ha hecho reír. Digamos que Barcelona es una relación amor/odio. Yo la adoro, es mágica por sus edificios, hay lugares preciosos y su puerto y su mar son algo de lo que no me canso. La diversidad de personas que pasean y viven allí, es único. A todo eso le añades que me agobia tanta gente, sobretodo en fechas señaladas, que muchas veces no te puedes relajar, si no que regresas estresado y sin ganas de volver en años...con el tren abarrotado, sin poder sentarte, con gente indeseable, las manifestaciones...pues entiendo a Agnes.

    Por otra parte, quería comentar el miedo de Artemisa a que su hermana se aleje. Es que eso ocurre siempre, o casi siempre. Sin ir más lejos, Carlos. Desde que conoció a Mateo, no nos llama nunca (a mi me da igual, ya sabes que no tengo ganas de salir y mucho menos de marcha, prefiero estar en casa). Eso ocurre con casi todo el mundo, se centra en su pareja. Es lógico, es la persona con la que vas a pasar (supuestamente) el resto de tu vida, me parece lógico que te centres en ella, pero lo que me parece fatal es que los demás dejen de existir para ti. Algo que siempre sucede, es que si cortan, en seguida te llaman y te toca quedar todos los días...Espero que eso no ocurra con Casandra.

    Una entrada genial, Ntoch. Me la he devorado en nada. ¡¡¡¡Escribes maravillosamente bien!!!!

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  2. Es una entrada que da para muchísimas reflexiones, y muestra lo complicadas que son las relaciones humanas. Leyendo el comentario de Dani veo que el efecto de tu entrada resulta potentemente inevitable, a saber: que enseguida se traducen los personajes y las tramas a las de nuestras propias vidas, las de tus lectores, pues los hechos y las situaciones retumban en las nuestras propias.

    Por ejemplo, manejas mucho el concepto de los miedos, los distintos miedos que tenemos en la vida. Miedo a que las relaciones propias se mantengan, pero también a lo que ocurre con las de los demás; por ejemplo la de Casandra le preocupa a Artemisa, es natural porque es su hermana y desea con sinceridad que todo le vaya bien, pero también estoy seguro que de un modo inconsciente teme tanto que le vaya bien como que le vaya mal; porque si le va bien en cierto modo la va a perder, por mucho que ella haya asegurado que su relación se mantendrá a pesar de cualquier pareja que pueda tener, pero ¿y si no es así? Pienso en esas personas, los solitarios, que parece que están siempre ahí, dispuestos a escuchar, a acompañar, siempre en un aparente segundo plano, en una situación de lo que podría parecer un fracaso respecto al éxito emocional de quien sí tiene pareja, pero si finalmente el solitario se empareja ¿eso lo viven los demás como una suerte o como una desgracia para ellos? ¿hasta qué punto no hay un deseo egoísta de que la relación vaya mal para así poder disponer de esa persona como confidente, como compañía o incluso como seguro de que si nuestra relación va mal entonces podremos contar con la compañía incondicional de esa persona solitaria. Claro que es complicado.

    Igual que el relato de cómo conoce Casandra a su pareja, ¿es hermoso o tétrico y retorcido? Una parte de mi ser está encantado y contento con esa manera tan infantil y romántica de comenzar una relación, y otra parte me dice que todo es falso, que es una persona que oculta algo, que Casandra debería dejarlo. No me gusta lo convencional, lo establecido, o al menos eso me gusta creer que pienso, pero cuando veo algo que se sale de la norma entonces se me encienden todas las líneas rojas y ya no me gusta.

    Es complicado decir que me gusta Madrid, si me gusta Barcelona, o me agobia. Me gusta que esté ahí, con todas sus posibilidades, pero me molesta el agobio básicamente de los demás, cuando a mi vez yo soy el agobio que ellos detestan; nos necesitamos y nos detestamos a la vez, como a tu pareja, que por nada la quieres perder pero que tantas cosas cambiarías si pudieras porque te hace sufrir o te decepciona o no llega hasta donde uno quiere.

    Todo en la entrada muestra eso, el toma y daca que tenemos con los semejantes, con la vida. Quiero tener un trabajo, pero no madrugar, quiero tener amigos pero que no me agobien. También pensaba en la relación entre Agnes y Casandra, en cierto modo resulta mucho más fácil para Agnes que para Artemisa entenderse bien con Casandra, precisamente porque no es su hermana, en cierto modo es una relación más libre, porque no tienen por qué llevarse bien ni quererse, en cambio con los hermanos eres un monstruo si no lo haces.

    Como de costumbre, un capítulo que merece relecturas y que tiene el juego de galería de los espejos porque se puede leer tal cual o mirarlo con los ojos de la propia experiencia. Una lección de vida, en definitiva.

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