lunes, 31 de diciembre de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: DOMINGO, 30 DE DICIEMBRE DE 2018


Domingo, 30 de diciembre de 2018

Tengo que contar muchas cosas porque, desde la última vez que escribí, he vivido muchísimos momentos que no quiero que se pierdan en el olvido. Tenía muchas ganas de escribir, pero apenas tengo tiempo para mí porque, como está aquí mi hermana, la mayor parte del día estoy con ella y también con Agnes desde que sale del trabajo. Tengo tantas cosas que contar que no sé ni por dónde empezar. No sólo quiero explicar las cosas que estamos viviendo y que hemos vivido, sino también quiero convertir en palabras muchas reflexiones que tengo y también quiero hablar de las cosas que noto con los sentidos y el alma.

Ahora estamos en la aldea. Mi hermana propuso hacer algo fuera de Galicia este fin de semana como ir a Salamanca o a Asturias, pero Agnes me dijo que lo que más le apetecía era ir a la aldea y mi hermana tampoco se ha opuesto a que vengamos aquí. Además, por primera vez, ella el viernes condujo sola hasta la aldea. Mi hermana enseguida memoriza los trayectos, es increíble. Yo no sé si alguna vez seré capaz de conducir sin tener a nadie a mi lado que vigile mis movimientos y por dónde voy. Me siento tan insegura llevando el coche... Noto que se me va de las manos, que no lo puedo controlar, que el freno no me responderá cuando le doy o que el acelerador se volverá loco y no podré detener el coche. No me gusta nada conducir. Yo sabía que no me gustaría, pero no me imaginaba que me produciría una sensación tan desagradable tener bajo mis manos el control de algo tan grande. Llevo muchos días practicando con el coche de Lúa y me siento totalmente incapaz de confiar en mí. No sé si alguna vez me atreveré a  llevar a alguien en el coche. Yo no quiero poner ninguna vida en peligro y mucho menos la de mi Agnesiña. Damián me dice que es normal que todavía no me sienta segura porque llevo muy poco tiempo practicando y que, conforme vaya practicando, iré cogiendo más confianza en mí misma; pero me parece a mí que ese día no existe. Lo curioso es que Agnes confía más en mí que yo en mí misma y mi hermana también está intentando ayudarme a deshacer la desconfianza y la inseguridad que siento.

Estamos en la aldea, como ya he dicho, y en estos momentos me encuentro sentada junto a la lareira, en la cocina, mientras Agnes y Anxos hacen la comida. Mi hermana está leyendo cerca de mí y estamos todas en un mismo sitio respetando lo que las demás hacen. No me desconcentran cuando hablan e intervengo de vez en cuando, pero por lo general me encuentro sumida en mis pensamientos y muy entregada a la labor de escribir. Apetece muchísimo estar junto al fuego porque hace muchísimo frío. Son casi las once de la mañana y todavía no hemos llegado ni a los cuatro grados. Este fin de semana sí ha hecho frío de verdad. Hace más frío que las últimas veces que estuvimos en la aldea, pero no llueve. Nos ha hecho unos días muy claros, aunque por la mañana suele haber bastante niebla. Por las noches, las estrellas brillan protegiendo la luz de la luna. Mi hermana siempre se queda muy asombrada cuando se percata de cuánto brillan aquí las estrellas cuando no hay nubes. Casandra no conocía todavía este lugar del mundo tanto como para describir la energía que inunda cada uno de sus  rincones. Ahora puede asegurar sin dudar que la aldea de Agnes y los bosques que la protegen es el lugar más bonito en el que ha estado en los últimos meses de su vida. Yo sabía que a mi hermana le gustaría mucho la aldea de Agnes porque ella es como yo en muchos aspectos y también adora los sitios tranquilos llenos de silencio y antigüedad. Lo que más le ha conmovido ha sido la personalidad de la familia de Agnes y de los demás vecinos de la aldea. No se esperaba que fuesen personas tan buenas. Me ha confesado que, después de conocer a esta gente y el lugar donde Agnes nació, puede entender mucho mejor por qué Agnes se enfermó al permanecer lejos de su mundo durante tanto tiempo y también por qué siempre anheló con tanta fuerza regresar. Creo que ya se han desvanecido todos los malos sentimientos que mi hermana experimentaba hacia Agnes como, por ejemplo, el rencor, la envidia y la desconfianza. Sé que ya no hablará mal de ella nunca más y que la comprende mejor que nunca. Casandra me ha contado que, el lunes por la noche, le pidió perdón a Agnes y le dijo que la entendía ahora más que nunca, que fue muy injusta con ella y que no volverá a ocurrir y que Agnes la abrazó llorando delicadamente, agradeciéndole con ese abrazo y con esas lágrimas que le pidiese perdón. Me alegro muchísimo de que mi hermana se haya dado cuenta de que estaba muy equivocada con Agnes. Sé que a ella se le hace difícil que vivamos separadas. A mí también me ocurre, es evidente; pero culpar a Agnes de que yo quiera vivir aquí es algo muy injusto y cruel, sobre todo después de conocer a Agnes tan bien desde hace tantos años. Siempre supimos que Agnes extrañaba su tierra de una manera enfermiza y que nunca dejó de desear volver. No tiene sentido que la juzguen por querer vivir aquí y que la culpen de que yo quiero estar donde ella se halle porque la amo con una fuerza que no cabe en el Universo; una fuerza que sería capaz de resquebrajar montañas si eso fuese posible. Sé que nuestro amor es verdadero y que todo lo que estamos viviendo ahora merece la pena, que cualquier esfuerzo que tengamos que hacer para mantener nuestra vida merece la pena y que nada importa si estamos juntas. Sé que Agnes me ama con toda su alma también. Me lo demuestra en todo momento, me lo demuestra cuando abre los ojos a mi lado y me dedica esa sonrisa tan dulce con la que me da los buenos días más mágicos que nadie podría darme, me lo demuestra antes de dormirnos tanto con palabras como con caricias, con abrazos, con una inmensa cantidad de amor que no se puede describir y me lo demuestra todos los días, a cada hora, con su forma de hablarme, de tratarme, de escucharme y de comprenderme. Me lo demuestra con las preciosas palabras que me dedica siempre que puede, con su forma de mirarme y de sonreírme. Agnes no deja de prestarme atención nunca, ni siquiera cuando está trabajando, porque yo siento que en todo momento la una está pensando en la otra y el amor que sentimos se nos transmite al alma a través de nuestros pensamientos. Nunca la dejo de sentir conmigo porque está conmigo siempre en el pensar y en el sentir. Incluso puedo decir cuándo ella está pensando en mí. Lo noto, sí, lo noto como si de verdad ella estuviese hablándome a través de la distancia o como cuando notamos que alguien nos mira. Es una cosa que siento en mi alma, que late junto a mi corazón y que musita en mis pensamientos. Sé también que ella puede sentir que pienso en ella y que la recuerdo. Es algo tan bonito que no parece de este mundo. Muchas veces, cuando estamos juntas, ni siquiera es necesario que preguntemos nada. Hay preguntas que mueren en el aire en cuanto alguna de las dos adivina lo que está pensando la otra.

Mi hermana me ha dicho muchísimas veces que no puede creerse que este vínculo que nos une sea real, que la impresiona muchísimo detectar la poderosa conexión que nos enlaza, que estamos tan unidas que ahora le resulta totalmente imposible creer que hayan existido unos meses en los que no estuvimos juntas, que incluso piensa que no estar juntas es algo antinatural. También me ha confesado que entiende que Agnes y Lúa tuvieron que estar juntas por una razón que ninguna de las dos pudo  intuir ni evitar porque tal vez estuviese predestinado. No infravalora el amor que sintieron (más que nada porque Agnes todavía la llora), pero sí comprende que, amándonos como nos amamos, la relación de Agnes y Lúa fue algo más bien del destino que de ellas. De todas maneras, eso ya quedó muy atrás y para nada le resta fuerza a lo que tenemos, a lo que sentimos, al amor que nos profesamos, que es tan grande que a veces no sabemos ni cómo demostrárnoslo. Las palabras parecen silencio cuando intentamos verbalizar lo que sentimos, las caricias nos llegan a parecer insuficientes... Sentimos una desesperación muy dulce y deliciosa cuando buscamos la manera de exteriorizar todo ese amor que nos late con tanta fuerza en el alma. Se mezclan los “te quiero” con la risa, con las lágrimas de emoción, con las caricias y los besos, con esos abrazos con los que queremos fundirnos la una con la otra... Nunca he sentido algo tan fuerte. Creo que ahora es cuando de verdad estoy disfrutando plenamente del amor que nos une, de la pasión que se nos despierta con tanta facilidad. A veces sólo nos basta con una mirada o una caricia accidental para que toda la sangre nos arda.

Mas intentaré explicar lo que hemos vivido estos días porque, si no lo hago ahora, se me terminará el tiempo que tengo para escribir sin que ni siquiera haya contado la mitad de los hechos que hemos vivido. Desde que el lunes llegó mi hermana por la mañana, siento que todo es felicidad y sencillez a nuestro alrededor. Hay muchos momentos que me gustaría resaltar: el concierto de villancicos que hicieron Agnes y el grupo en el que está en ese centro cívico que tanto se llenó, la Nochebuena en la aldea, las canciones que tocaron y que bailamos todos, el día de Navidad y los demás días de esta semana... Me gustó muchísimo el recital de villancicos. Me produjo una sensación muy bonita y fuerte ver a Agnes cantando y tocando para todos, hablándonos entre canción y canción, riendo y casi llorando de emoción. Fue precioso oír su voz mezclándose con los demás instrumentos, repartiéndose por la sala en la que nos encontrábamos... Debo confesar que me emocioné muchísimas veces y que no podía evitar desearla con todas mis fuerzas al verla allí, tan guapa, tan elegantemente ataviada con ese vestido rojo y negro, con esa mirada tan profunda y tan llena de emociones preciosas... Nos miraba sobre todo a su madre y a mí cuando cantaba. Según me dijo después, fijarse en nosotras la calmaba. Sí se le notaba que estaba nerviosa, sobre todo cuando tuvo que hablar al principio, antes de que comenzase el recital. Le temblaban las manos y no era capaz de mirar a nadie; pero, conforme iba fluyendo la música, esos nervios iban atenuándose. Además, los villancicos que cantaron son muy bonitos y Agnes, con su voz, provocaba que cada frase sonase mucho más sentida y tierna. Qué bonito me pareció, de verdad, qué bonito. Mi hermana se quedó totalmente asombrada cuando descubrió lo bien que cantaba Agnes. Nunca la había oído cantar así y tampoco la había visto tocar con tanta precisión; pero también tengo que decir que la Agnes que teníamos delante esa noche no tenía nada que ver con la que toca en las fiestas de su aldea. En las fiestas de su aldea está mucho más libre, más descontrolada quizá por la alegría de vivir, por la alegría que la música le entrega. Anxiños también lo notó, aunque ella no podía dejar de llorar al ver a su hija allí, tan entregada y tranquila. Me dijo muchas veces (y se lo dijo a sí misma en otras tantas) que no podía creerse que Agnes estuviese ahí, que nunca habría podido imaginarse que Agnes cantaría y tocaría delante de tanta gente (tampoco éramos tantos, tal vez unos treinta), que, siendo tan tímida, nunca se habría figurado que se atrevería a vencer su vergüenza para regalarnos a todos su voz y su arte.

Después del recital, nos fuimos a la aldeíña y, desde que llegamos, todo fue sencillez y felicidad. Mi hermana comió muchísimo en la cena, más que nosotras porque ella sí come carne, y enseguida cogió confianza con todos. Con Damián se lleva muy bien y también hizo muy buenas migas con su hijo mayor, el primo de Agnes, que está pasando las Navidades aquí. Yo deseo que se enamoren y así mi hermana tiene una excusa para venir más veces a Galicia y, tal vez, quién sabe... a lo mejor acaba viviendo aquí... pero desear eso es algo muy egoísta, la verdad. Le pedí a Agnes anoche que hiciese algún hechizo para que se enamorasen y ella, riéndose, me dijo que no podía hacer eso, que nunca se le ocurriría utilizar la magia para controlar la vida de nadie.

El lunes por la noche cenamos todos en la casa de Damián y después estuvimos bailando y cantando en la plaza de la aldea aprovechando que no hacía frío. Sí hacía fresquito, pero con el vino que bebimos y con todo lo que bailamos el frío se desvaneció enseguida para todos. Agnes cantó junto a los demás vecinos y también tocó otra vez como si nunca se agotase de hacerlo. Me gusta muchísimo verla tocar. Incluso me hipnotiza. Soy incapaz de prestarle atención a nada más cuando ella toca delante de nosotros, cuando tañe la pandereta mientras canta y no deja de mirarme, dedicándome esas miradas tan llenas de sentido y sentimiento. Con esas miradas, me da las gracias por estar con ella disfrutando de esos momentos, por quererla como la quiero, por estar ahí, por apoyarla, por ser como soy. Con esas miradas, me anima a que yo también cante y baile, desahogándome y deshaciéndome de todo lo que puede llegar a preocuparme. Lo que tengo muy claro en estos momentos es que Agnes es toda mi vida. Se lo digo siempre que puedo y sobre todo me gusta decírselo cuando nos amamos. Le digo que ella es toda mi vida, ella es quien le da sentido a mi vida, ella es el sentido de mi vida. No me importa si esas palabras dan a entender que yo sin ella no soy absolutamente nada. Es que yo sin Agnes no soy absolutamente nada. Pierdo totalmente sentido yo misma si ella no está conmigo. Por eso ahora entiendo que no importa dónde esté. Lo que importa es que ella sea feliz, es que ella esté conmigo y, si, para que estemos juntas, tengo que vivir en mitad del desierto, viviría en mitad del desierto porque ella es mi mundo. Por eso yo no me siento atada a ningún lugar inconcreto de la Tierra, porque ella es el lugar donde tengo que estar, es ella mi mundo y toda mi felicidad. Ella me da la alegría de vivir. Oírla cantar, oírla hablar y reír es oír directamente la voz de la vida. Estar con ella es sentir que merece la pena vivir. Que ella exista le da sentido a que el mundo exista y a que la vida misma exista. Si ella es feliz, yo soy inmensamente feliz. Cuando la veo tan feliz, siento que en mi pecho estalla una bola de energía brillante que me da vida. Estar con ella le resta importancia a todo lo que no la tiene, a todo lo que puede hacernos infelices. Es imposible que sea infeliz estando con Agnes. Ella es todo para mí y lo será siempre, absolutamente siempre. Si estoy con ella, no me importa quién haya a mi alrededor. Soy capaz de hablar con quien sea y sé que a ella también le ocurre eso. Además, viviendo en Galicia, es inmensamente sencillo que ella pueda hablar con cualquier persona, porque estar en su tierra le da una seguridad que le falta en cualquier parte del mundo. Eso la hace especial y muy mágica. Que ella esté tan vinculada a este lugar del mundo la vuelve muy especial e incluso la convierte en un ser mágico que no tiene comparación con ningún otro.

El lunes por la noche, tengo que reconocer que fui muy feliz viendo lo feliz que ella era, viendo cuánto disfrutaba de la música de su tierra, de la compañía de sus seres queridos, del amor que su tierra le entrega continuamente a través del viento, del silencio, de la oscuridad de la noche, de los aromas del bosque... Yo sé que vivir estas fechas aquí es algo muy importante e incluso intenso para ella. Sé también que terminar el año en su aldea va a ser algo muy potente para ella y que incluso le va a costar vivir esos momentos con serenidad. Me dijo muchísimas veces a lo largo del tiempo que estamos juntas que lo que más deseaba era poder iniciar un nuevo año en su tierra, que, siempre que terminaba un año lejos de Galicia, deseaba con toda su alma que fuese el último que vivía tan lejos de su hogar. Y por fin se ha cumplido ese deseo tan potente y hermoso. Pienso que el amor que hay entre Galicia y Agnes es tan válido como cualquier otro sentimiento. Lo que importa es que hay amor, no importa a quién lo destinemos. Lo más bonito es que amemos, que amemos de verdad. ¿Cómo no va a ser hermoso un amor tan poderoso cuando es amor de verdad?

Esa noche bebimos mucho, pero Agnes bebió mucho más que yo. Las dos íbamos bastante mal cuando nos fuimos a dormir a las cuatro de la madrugada por lo menos. Agnes ya me ha dicho que mañana es posible que no durmamos, que el día llegue mientras seguimos cantando y bailando. No me importa. Será muy hermoso también eso, recibir el nuevo año de verdad, recibiendo primero el alba de ese nuevo año que empieza de una manera tan especial. Yo de verdad que estoy muy feliz por hallarme en Galicia junto a Agnes y mi hermana en estos momentos.

Ayer fuimos a la montaña para ver la nieve. Fuimos a Cabeza de Manzaneda y lo pasamos muy bien, la verdad, pero hacía muchísimo frío, a pesar de que las tres íbamos muy bien abrigadas. Fue un día muy mágico. Incluso nos atrevimos a esquiar, pero muy poco porque la verdad es que a mí me da pánico esquiar. Tengo la sensación de que me voy a romper la pierna en cualquier momento. En cambio, Agnes sí disfrutó de verdad de esos momentos en los que esquiamos. Parecía como si llevase toda la vida esquiando, aunque después me confesó que sí sintió algo de miedo al notar que la velocidad a la que se deslizaba por la pista se acrecía, pero que también le gustó muchísimo sentir cómo el viento gélido le acariciaba la piel. Me dijo que se sintió muy libre.

Cuando llegamos a casa, teniendo el frío en los huesos, Anxos nos sirvió una buena taza de caldo y nos la bebimos alrededor de la lareira. Qué bien se estaba, de verdad, qué bien se estaba. Qué delicioso sabía el caldo, qué agradable era sentir el calor del fuego, qué acogida me sentí. Sentí que estaba en mi hogar y así se lo hice saber a Agnes y a Anxos. Ellas me dijeron: “é que estás no teu fogar, Artemisa”.

Tengo muchas esperanzas puestas en este año, pero no porque intuya que va a llegar lleno de bendiciones, sino porque siento que termina lleno de bendiciones, habiendo llenado de bendiciones nuestras vidas. Me siento realmente agradecida por todo lo que la vida nos ha dado. Ahora entiendo que tenía que renunciar a mi condición de funcionaria para que esto pudiese llegar, porque esto es demasiado grande y, por la felicidad de Agnes, merece la pena todo, absolutamente todo. Hay quien dice que siempre tenemos que buscar nuestra felicidad, que la felicidad de cada uno de nosotros es mucho más importante que la de cualquier persona, pero para mí eso no es cierto. Agnes es la persona que más quiero del mundo y, si ella no es feliz, yo no puedo ser feliz. No se trata de que dependa de que ella esté bien para yo sentirme bien. Se trata de que hay una conexión muy fuerte entre nosotras a través de la cual se transmiten todos los sentimientos que experimentamos.

Podría seguir explicando todos los momentos que hemos vivido durante estos días, pero yo creo que lo esencial ya lo he contado. Estos días, mientras Agnes trabajaba, mi hermana me ayudaba a practicar con el coche, también hemos ido a bañarnos a las Burgas casi todas las mañanas, hemos caminado mucho por Ourense e incluso Agnes nos animaba a que visitásemos más lugares de Galicia, pero al principio a mí me daba mucha cosita irme sin ella. No obstante, al final nos convenció de que aprovechásemos el tiempo como mejor nos apeteciese y el jueves fuimos a visitar algunos lugares de costa. Galicia en invierno tiene un encanto muy especial, aunque también es verdad que esta semana aún no había llegado del todo el invierno. Ahora sí siento que es invierno de verdad porque hace un frío de ésos que te impiden tener ganas de caminar. Yo me pasaría el día aquí junto al fuego, la verdad. Me da mucha pereza volver luego a Ourense, pero volvemos porque Agnes trabaja mañana. Pobrecita, no deja de decir que no le apetece para nada madrugar, que se quedaría en la aldea todo el tiempo y que le gustaría que las horas no siguiesen transcurriendo.

La próxima vez que escriba, hablaré de más cosas que ahora ya no me da tiempo explicar. Seguramente, escribiré cuando ya haya empezado el nuevo año.

 

 

miércoles, 26 de diciembre de 2018

DIARIO DE AGNES: MARTES, 25 DE DECEMBRO DE 2018


Martes, 25 de decembro de 2018

Tiña moitas ganas de escribir no meu diario para contar tódolo que vivimos istes días, dende a última vez que escribín. Custoume atopar un anaquiño de tempo para escribir porque agora, estando Casandra na casa, é máis complicadiño poder estar soa; pero agora están Artemisa e máis Casandra no salón falando e eu estou no cuarto que comparto con Artemisa. Díxenlles que me apetecía estar tranquila antes de ir durmir e entendérono perfectamente. Mesmo me dixo Artemisa que non entendía como era posíbel que non o pedise antes porque, dende que me erguín onte, case que non me detiven e non deixei de facer cousas. Foi todo tan intenso que arestora me custa moito lembrar tódolo que vivín. Foron moitos sentimentos, moitas emocións, moitos nervios e moita felicidade, sobre todo felicidade. Sentinme tan feliz que, ás veces, me custaba experimentar toda esa felicidade enchendo o meu corpo todo. Tiña que pensar: “isto que sinto é felicidade, é felicidade” para poder entender o que me ocorría, por que o meu corazón latexaba tan rapidamente, por que sentía de súpeto ganas de chorar e á vez de rir, por que tódolo tempo daba as grazas por poder vivir todo o que estaba a vivir... Tentei tamén prestarlles atención a tódolos que estaban comigo compartindo eses momentos tan bonitos, pero tamén teño que recoñecer que tódolo que vivía era tan intenso que pensaba que non podía prestarlle atención a ren. Foi tan bonito e á vez dei tanta enerxía miña que agora me sinto un pouco estraña, entre nostálxica e satisfeita. Tamén teño que dicir que ista noite fomos durmir moi tarde e ista mañá espertamos máis ou menos cedo porque me espertou Casandra falando coa miña nai e tamén Casandra quería que nos erguésemos cedo para podermos dar tódolos agasallos e tamén gozar ben diste día tan especial. Ademais, eu tiña que quedar con Iauga para ensaiarmos máis ou menos as canciós que iamos tocar esta tarde. Hai máis ou menos dúas horas que estabamos pandeirando na aldeíña, cantando e dando vida ao silencio que vive eilí entre as antigas rúas da aldea, entre as árbores...

Eu moitas veces penso que non teño enerxía abondo para enfrontarme a cada día, pero despois vivo istes días tan intensos e doume de conta de que teño moita máis enerxía do que penso. Onte pola noite, cando estabamos cantando despois de cear, sentía que tiña por dentro de min unha fonte inesgotábel de enerxía da que nacía sen parar unha fervenza de alegría. Teño que recoñecer moitas cousas nista entrada e recoñecer algunha delas custarame bastante. Unha das cousas que teño que recoñecer é que, malia sentirme tan feliz, non podía deixar de botar en falla a Lúa. Moitas canciós que cantamos lembrábanme a ela, moitísimas, e, cando cantaba algunha delas, sentía que a súa voz cantaba canda min. Se pechaba os ollos, podía ver perfectamente a súa mirada agarimosa e brilante. Moitas veces, desexei chamala e pensei que, se pronunciaba o seu nome, me podería escoitar, onde queira que estea, onde queira que estivese nise momento. Estaba connosco, malia ser eu a única que a sentía tan pretiño de nós. non deixei de pensar nela en ningún momento: nin cando fixemos o recital de panxoliñas nin cando ceamos e cantamos na aldeíña. Hoxe tamén a tiven moi presente e fixen algo que crin que non sería quen de facer. Despois de comer, coa escusa de querer ensaiar soa no bosque, fun ao cemiterio da nosa aldeíña e achegueime á tumba de Lúa. Levo moitas semanas querendo visitala, pero non me atrevía a facelo porque non podo aturar saber que ela está eí dentro, pechada nisa caixa de madeira. Non podo evitar pensar que seguramente xa non quedará ren dela xa nisa caixa. Non podo imaxinar que o corpo de Lúa sexan só ósos. Non o podo aceptar. Non podo aceptar que ela xa non exista, que ise corpo que tanto acariñei e abracei xa non sexa ren, ren, ren... Si é certo que a súa ialma non desaparecerá nunca do todo namentres sigamos vivos todos os que a quixemos, pero non me acouga saber que do seu corpo xa non queda case nada, se é que queda algo, e que a súa beleza se esvaeceu na nada, desapareceu, coma se a ninguén lle importase. Se alguén lise istas liñas, pensaría que boto en falla a Lúa dun xeito insostíbel, que non son feliz con Artemisa e mesmo que a estraño como parella; pero iso non é certo. Amo a Artemisa con toda a miña ialma, cunha forza que nin eu podo entender; pero Lúa nunca deixará de ser especial para min, por moito tempo que haxa que morrese. Son consciente de que nunca poderei superar a súa morte e que só está en min a maneira de seguir vivindo malia que ela xa non estea; pero hai veces nas que non podemos atopar o xeito de non pensar máis, de impedir que ises pensamentos tan tristes nos enchan toda a ialma. Eu non podo deixar de pensar nela e a súa morte fíxome moito dano, non só porque me separase dela, senón porque espertou en min medos que nunca tiven antes. Eu nunca lle tivera medo á morte como llo teño agora; pero non quero escribir verbo cousas tan tristes cando vivín momentos tan e tan fermosos e máxicos. O único que agora me ocorre é que estou esgotadiña e un pouco nostálxica, pero síntome moi afortunada por vivir tódolo que vivín istes dous días que nunca poderei esquecer. Non os poderei esquecer porque foron tan marabillosos que pareceron un soño, que seguirán parecendo sempre un soño. Fórono por moitísimos motivos: porque os vivín con Artemisa e con tódala miña familia e tamén con Casandra, porque é a primeira vez que celebro un Nadal tan bonito, porque había moito tempo que non pasaba na miña aldeíña unhas horas tan fermosas... Non poderei explicar con verbas tódolo que vivín porque foron momentos que máis ben os vivín coa ialma máis que coa mente. As cousas que vivimos coa ialma toda non se poden explicar, pero tentareino porque non quero que istes momentos fiquen no esquecemento. Non quero que o esquecemento os leve ao seu país, do que nunca poderán voltar.

Antes de seguir, direi que no cemiterio estiven falándolle a Lúa, dicíndolle que, malia ser tan feliz, nunca deixarei de pensar nela, que nunca a esquecerei. Eu sentía que ela si me podía escoitar, por moi lonxe que esteamos. Fiquei en silencio durante uns longos minutos e sentín que ise tempo compartido coa súa lembranza me aloumiñaba a ialma.

Todo comezou onte pola mañá, cando Casandra e máis Artemisa viñeron á cafetería. Levaban no seu ollar unha infinda cantidade de felicidade. Eu estaba normal, traballando sentindo que quería que pasasen as horas canto antes, e velas tan contentas fíxome moita ilusión e deume folgos para seguir traballando ata as tres da tarde, que foi cando xa quedei con elas para irmos xantar xuntas. Na cafetería estiveron bastante tempo acompañándome. Eu tiña que quedar tamén co grupo co que ía tocar o recital de panxoliñas e tiven que marchar antes que elas para podermos ensaiar. Ao recital de panxoliñas ía vir a miña nai, o meu tío Damián e tamén Iria, a nai de Lúa. Saber que habería tanta xente no recital poñíame moito máis nerviosa, pero despois todo saíu moito mellor do que imaxinaba. Saíu tan ben e foi tan bonito que moitas veces pensei (e aínda o sigo pensando) que non fun eu quen cantou e tocou eisí a pandeireta, senón outra muller que en realidade non ten nada que ver comigo. Mesmo penso que alguén estivo no meu corpo durante tódolo recital, pero seica isa idea sexa unha tolaría. Ademais, entre tódolos membros do grupo conxeniabamos tan ben que conseguiamos que a música soase moi bonita, tanto que parecía incríbel que isa música non fose gravada. Ao principio, cando tiven que falar diante de todos, si sentía que me tremía a voz; pero o ollar acougado e emocionado da miña nai, o sorriso que me dedicaba a Artemisa e tamén a presenza dos meus seres queridos tranquilizoume e fíxome comezar a cantar e a tocar coma se en realidade isa non fose a primeira vez que cantaba e tocaba diante de tanta xente. Unha cousiña é tocar nas festas da aldeíña, nas que te podes trabucar, que non ocorre nada, nas que todos facemos música como podemos... e outra cousa é tocar nun centro cívico diante de nenos e de pais que nin coñeces, diante de xente que vive en Ourense e que despois podes atopar polas rúas... Eu non podía mirar a tódalas persoas que nos vían e nos escoitaban porque, daquela, sentía que perdía a voz. Só me fixaba en Artemisa, na miña nai... para me sentir protexida por elas. Tamén me facía moita graza que o meu tío Damián estivese eilí, escoitándome con tanta atención, arengándome cos seus ollos a que non estivese nerviosa; pero as miñas mans tardaron moito en deixar de tremer. Pensaba que, en calquera momento, a pandeireta voaría lonxe de min, fuxindo das miñas mans frías e trementes; pero a pandeireta e mailas miñas mans parecían ser unha soa cousiña, ser parte dun mesmo corpo. Non perdín o ritmo en ningún momento e mesmo teño que recoñecer que repenicar na pandeireta acougaba os nervios que me enchían a ialma toda. Era coma se puidese desafogar no meu repenicar todos ises nervios que me facían tremer. A miña voz, malia tódolo que sentía, tamén soou moi nidia en todo momento. Ás veces, custábame crer que fose miña esa voz que se espallaba pola sala na que estabamos. Soaba forte e decidida, sen tremores, sen inseguridade. Foi moi bonito, de verdade, foi tan bonito que aínda me emociono cando o lembro. Ademais, vin que sobre todo á miña nai e a Artemisa se lles encheron os ollos de bágoas en moitísimas ocasións. Ningunha das dúas podía deixar de mirarme nin de sorrirme e aquilo facíame tan feliz que notaba eu que os nervios se esvaecían.

Estivemos unha hora facendo o recital, pero a min pareceume que o tempo voara. Non sentín o paso do tempo. Non me pareceu que estiveramos unha hora eí dentriño. Ademais, non podía deixar de pensar en que aquela era a primeira vez que facía algo tan bonito en Ourense. Tampouco podía deixar de lembrar que, logo do concerto, iriamos todos á aldeíña e celebrariamos a Noiteboa á nosa maneira. Facíame moita ilusión que Artemisa coñecese os nosos costumes, que Casandra tamén formase parte disa noite... Todo iso dábame folgos para cantar e tocar poñendo a miña ialma en todo momento. Fun tan eu e á vez fun alguén tan descoñecido para min... Foi algo moi máxico. E ademais tamén foi moi fermoso que os cativiños cantasen connosco.

Despois do recital e de recibirmos todos os parabéns de tódolos que nos viron e escoitaron, marchamos á aldeíña. A miña nai, o meu tío Damián e maila nai de Lúa foron no coche do meu tío e Casandra, por primeira vez, colleu o coche de Lúa e, seguindo ao meu tío, conduciu deica a aldeíña. Era todo moi estraño. Subir nise coche outra vez, despois de máis de dous meses sen facelo, produciume unha sensación tan estraña e forte... Tiña na ialma tantas emocións... Sentía ganas de chorar e despois esas ganas de chorar esvaecíanse e sentíame feliz, despois outra vez sentía a morriña, o raro que me parecía todo, nisa noite tan máxica e escura, na que non ía nada de frío... Teño que confesar que me poñía tristeiriña que non fixese frío. O Nadal sempre chegara a Ourense envolto en frío, en néboa, sentíase no ar a proximidade da neve... E, en cambio, onte pola noite, pasamos case tódalas horas na rúa, cantando e tocando na praza da aldeíña, facendo música ata alomenos as catro da mañá sen sentir esgotamento. E a noite de onte tivo momentos de todo.

Outra cousa que teño que recoñecer é que moitas veces pensei que eu non merecía ser tan feliz., unha voz silandeira marmuraba no meu interior: “toda ista felicidade terá fin e non a mereces, en realidade non a mereces. Recíbela agora porque despois terás outra vez moito sufrimento”. Son consciente de que isas verbas nacían do medo e tamén dos rescaldos da miña doenza. Sei que isa voz é a da miña baixa autoestima, que aínda non quere desaparecer definitivamente. Eu tentábaa ignorar, mais non é doado ignorar unhas verbas tan ferintes. Outras veces pensaba no mal que está o mundo e, contrariamente, o felices que eramos todos... A ise recuncho do mundo non chegaba a maldade que contamina a Terra enteira e sentíame protexida polos nosos antigos costumes, pola xente que me quere... Houbo un momento no que o meu tío Damián tocaba a gaita e todos cantaban e eu afasteime un pouquiño deles para cheirar o recendo das árbores. Nise momento sentín moita gratitude por todo o que estaba a vivir, pero tamén medo a que algunha disas persoas que tanto quero desapareza, marche para sempre, sen que teñamos a oportunidade de seguir sendo felices como o estabamos a ser esa noite. Xusto nise momento, veu Casandra ao meu carón e preguntoume se estaba ben. Tamén é certo que precisaba que me dese un poquiño o ar porque estaba moi bébeda, a verdade, porque me subira moito o Ribeiro que non deixamos de beber en tódala noite e quería que o ar da noite me acariñase a pel, afastando de min a calor que me ruborizaba tanto. Díxenlle que si estaba moi ben, que só precisaba saír un pouquiño, e entón ela confesoume que se sentía moi a gusto entre nós. Colléndome da man e apertándoma con agarimo, pediume perdón, eisí: “quéroche pedir perdón por tódolo que dixen de ti estes últimos días. Non fun xusta contigo e falei moi mal de ti e agora ti estás a me dar tanto... Agora entendo mellor que nunca por que precisabas voltar á túa terra con tanta desesperación, por que precisabas estar xunta esta xente tan boa. Graciñas por darme a oportunidade de coñecer á túa familia. Son persoas marabillosas. Xúroche que non volverei falar mal de ti nunca máis. Tamén che quero dar as grazas por facer tan feliz á miña irmá. Nótase que é inmensamente feliz contigo, que lle dás o que ninguén lle podería dar. Grazas por amala como a amas”. Isas verbas, malia escoitalas tendo non sei cantas cuncas de viño enriba, non as poderei esquecer nunca porque me chegaron á ialma e removeron todo o meu interior. Cando as ouvín, sen poder dicir nada, abracei a Casandra namentres xa me esvaraban as bágoas polas meixelas. Foi un momento moi bonito. Tamén rimos moito porque eu ben non ía. Eran alomenos as tres da madrugada e eu estaba que non me aguantaba máis de pé, pero estaba tan feliz que non me importaba o cansazo que sentía.

Antes dise momento, na metade da noite, despois de cear, cando sentín que xa non me conviña seguir bebendo (malia que o seguín facendo), pedinlle a Artemisa que me acompañase un momentiño ao noso cuarto para ir buscar a miña pandeireta e, cando estivemos eilí, non sei que nos ocorreu, que estoupou por dentro de nós unha bomba de paixón e non nos puidemos controlar. Eu case que non podo lembrar ises momentos con nitidez, pero si sei que foi unha loucura feita de amor, de riso, de felicidade, de desesperación. Non podiamos crer o que estaba a ocorrer e á vez sentiamos que só desexabamos vivir ises momentos, non importándonos o que acontecese ao noso redor. Non estivemos moito tempo soíñas, pero foi abondo para desafogar toda a felicidade e o amor que sentiamos. Non sei como é posíbel que nunha noite poidan caber tantas sensacións, tantas emocións, tantos momentos tan diferentes os uns dos outros... Ademais, ninguén nos preguntou ren cando voltamos á casa de Damián, que era onde estabamos a celebrar a cea. Despois, saímos á praza todos cos instrumentos e as nosas ganas de bailar e de cantar. Eu de verdade que non podo describir tódolo que vivimos, como foron as cousas, porque o lembro todo cunha mestura de felicidade e confusión... pero sei que só houbo felicidade nises momentos, que ninguén sentiu vergonza, que todos cantamos e bailamos con toda a nosa ialma. Mesmo Casandra aprendeu a bailar e danzou mesmo co meu tío Damián. Ademais, quero contar unha cousiña... Comenteillo onte a Artemisa antes de ir durmir... Eu decateime de que entre Casandra e mailo fillo maior do meu tío xurdira unha amizade moi bonita porque tódolo tempo, namentres puideron, estiveron falando. Trátase do meu curmán, con quen moito contacto non teño porque el vive en Lugo, pero nunca nos levamos mal. Lembro algunhas cousiñas de cando eramos cativos. Lembro que os seus amigos dicíanlle que era unha mágoa que eu fose a súa curmá e el dicía que nunca me vira interesada en ninguén. Cousiñas sen importancia, pero el sempre me respectou moito, tanto que case nin se atrevía a me falar. O caso é que ten a mesma idade que Casandra e eu creo que conxeniaron moito. Non sei, ogallá Casandra e el namoren e Casandra veña vivir eiquí a Galicia. Sería o mellor que lle podería ocorrer a Artemisa agora mesmo. Eu sinto que necesita moito á súa irmá, que a bota moito en falla... e estes días non se separan nin un momento. Están a recuperar todo ise tempo que non teñen xa para estar xuntas e eu a verdade é que son feliz ao velas tan felices tamén.

Hoxe tamén foi un día moi bonito. Tamén me decatei de que a miña nai lle colleu moito agarimo a Casandra e Casandra tamén llo colleu á miña nai. Moitas ocasións foron nas que as vin falando moi acougadamente. A miña nai, que graciosa, esforzándose por falar en castelán con Casandra e Casandra dicíndolle que non se desacougase, que entendía o galego, que despois de coñecerme dende hai tanto tempo... pero a miña nai coa teima de que quere que ela entenda tódolo que lle diga...

E pola tardiña tocamos unha breve pandeirada na aldeíña, pero máis que nada o fixemos porque elas non puideron estar onte eiquí, xaora, estarían coas súas familias, e non querían deixar de tocar canciós para lembrar a Lúa, pero foi todo moi bonito, malia tocarmos por unha causa tan triste...

Agora si sinto que teño que descansar. Non podo manter os ollos abertos e dóeme a cabeza coma se ma estivesen esburacar. Xa seguirei contando noutro momento como vai todo con Casandra, que de momento sinto que todas estamos moi ben.

 

Martes, 25 de diciembre de 2018

Tenía muchas ganas de escribir en mi diario para contar todo lo que hemos vivido estos días, desde la última vez que escribí. Me ha costado encontrar un ratiño para escribir porque ahora, estando Casandra en casa, es más complicadiño poder estar sola; pero ahora están Artemisa y Casandra en el salón hablando y yo estoy en la habitación que comparto con Artemisa. Les he dicho que me apetecía estar tranquila antes de ir a dormir y lo han entendido perfectamente. Incluso me ha dicho Artemisa que no entendía cómo era posible que no lo hubiese pedido antes porque, desde que me levanté ayer, casi no me he detenido y no he dejado de hacer cosas. Ha sido todo tan intenso que ahora mismo me cuesta mucho recordar todo lo que he vivido. Han sido muchos sentimientos, muchas emociones, muchos nervios y mucha felicidad, sobre todo felicidad. Me he sentido tan feliz que, a veces, me costaba experimentar toda esa felicidad llenando mi cuerpo todo. Tenía que pensar: “esto que siento es felicidad, es felicidad” para poder entender lo que me ocurría, por qué mi corazón latía tan rápidamente, por qué sentía de súbito ganas de llorar y a la vez de reír, por qué todo el tiempo daba las gracias por poder vivir todo lo que estaba viviendo... He intentado también prestarles atención a todos los que estaban conmigo compartiendo esos momentos tan bonitos, pero también tengo que reconocer que todo lo que vivía era tan intenso que pensaba que no podía prestarle atención a nada. Ha sido tan bonito y a la vez he dado tanta energía mía que ahora me siento un poco extraña, entre nostálgica y satisfecha. También tengo que decir que esta noche nos fuimos a dormir muy tarde y esta mañana nos despertamos más o menos temprano porque me despertó Casandra hablando con mi madre y también Casandra quería que nos levantásemos temprano para podernos dar todos los regalos y también disfrutar bien de este día tan especial. Además, yo tenía que quedar con Iauga para ensayar más o menos las canciones que íbamos a tocar esta tarde. Hace más o menos dos horas que estábamos pandeirando en la aldeíña, cantando y dando vida al silencio que vive allí entre las antiguas calles de la aldea, entre los árboles...

Yo muchas veces pienso que no tengo energía suficiente para enfrentarme a cada día, pero después vivo estos días tan intensos y me doy cuenta de que tengo mucha más energía de lo que pienso. Ayer por la noche, cuando estábamos cantando después de cenar, sentía que tenía por dentro de mí una fuente inagotable de energía de la que nacía sin parar una cascada de alegría. Tengo que reconocer muchas cosas en esta entrada y reconocer alguna de ellas me costará bastante. Una de las cosas que tengo que reconocer es que, a pesar de sentirme tan feliz, no podía dejar de echar en falta a Lúa. Muchas canciones que cantamos me recordaban a ella, muchísimas, y, cuando cantaba alguna de ellas, sentía que su voz cantaba junto a mí. Si cerraba los ojos, podía ver perfectamente su mirada cariñosa y brillante. Muchas veces, deseé llamarla y pensé que, si pronunciaba su nombre, podría escucharme, dondequiera que esté, dondequiera que estuviese en ese momento. Estaba con nosotros, pese a ser yo la única que la sentía tan cerquiña de nosotros. No dejé de pensar en ella en ningún momento: ni cuando hicimos el recital de villancicos ni cuando cenamos y cantamos en la aldeíña. Hoy también la he tenido muy presente e hice algo que creí que no sería capaz de hacer. Después de comer, con la excusa de querer ensayar sola en el bosque, fui al cementerio de nuestra aldeíña y me acerqué a la tumba de Lúa. Llevo muchas semanas queriendo visitarla, pero no me atrevía a hacerlo porque no puedo soportar saber que ella está ahí dentro, encerrada en esa caja de madera. No puedo evitar pensar que seguramente ya no quedará nada de ella ya en esa caja. No puedo imaginar que el cuerpo de Lúa sean sólo huesos. No puedo aceptarlo. No puedo aceptar que ella ya no exista, que ese cuerpo que tanto acaricié y abracé ya no sea nada, nada, nada... Sí es cierto que su alma no desaparecerá nunca del todo mientras sigamos vivos todos los que la quisimos, pero no me serena saber que de su cuerpo ya no queda casi nada, si es que queda algo, y que su belleza se ha desvanecido en la nada, ha desaparecido, como si a nadie le importase. Si alguien leyese estas líneas, pensaría que echo de menos a Lúa de un modo insoportable, que no soy feliz con Artemisa e incluso que la extraño como pareja; pero eso no es cierto. Amo a Artemisa con toda mi alma, con una fuerza que ni yo puedo entender; pero Lúa nunca dejará de ser especial para mí, por mucho tiempo que haga que muriese. Soy consciente de que nunca podré superar su muerte y que sólo está en mí la manera de seguir viviendo a pesar de que ella ya no esté; pero hay veces en las que no podemos encontrar el modo de no pensar más, de impedir que esos pensamientos tan tristes nos llenen toda el alma. Yo no puedo dejar de pensar en ella y su muerte me ha hecho mucho daño, no sólo porque me separase de ella, sino porque despertó en mí miedos que nunca tuve antes. Yo nunca le había tenido miedo a la muerte como se lo tengo ahora; pero no quiero escribir acerca de cosas tan tristes cuando he vivido momentos tan y tan hermosos y mágicos. Lo único que ahora me ocurre es que estoy agotadiña y un poco nostálgica, pero me siento muy afortunada por vivir todo lo que he vivido estos dos días que nunca podré olvidar. No podré olvidarlos porque fueron tan maravillosos que parecieron un sueño, que seguirán pareciendo siempre un sueño. Lo fueron por muchísimos motivos: porque los viví con Artemisa y con toda mi familia y también con Casandra, porque es la primera vez que celebro unas Navidades tan bonitas, porque hacía mucho tiempo que no pasaba en mi aldeíña unas horas tan hermosas... No podré explicar con palabras todo lo que viví porque fueron momentos que más bien los viví con el alma más que con la mente. Las cosas que vivimos con el alma toda no se pueden explicar, pero lo intentaré porque no quiero que estos momentos permanezcan en el olvido. No quiero que el olvido se los lleve a su país, del que nunca podrán volver.

Antes de seguir, diré que en el cementerio estuve hablándole a Lúa, diciéndole que, pese a ser tan feliz, nunca dejaré de pensar en ella, que nunca la olvidaré. Yo sentía que ella sí podía escucharme, por muy lejos que estemos. Permanecí en silencio durante unos largos momentos y sentí que ese tiempo compartido con su recuerdo me acariciaba el alma.

Todo comenzó ayer por la mañana, cuando Casandra y Artemisa vinieron a la cafetería. Llevaban en su mirada una infinita cantidad de felicidad. Yo estaba normal, trabajando sintiendo que quería que pasasen las horas cuanto antes, y verlas tan contentas me hizo mucha ilusión y me dio ánimo para seguir trabajando hasta las tres de la tarde, que fue cuando ya quedé con ellas para ir a comer juntas. En la cafetería estuvieron bastante tiempo acompañándome. Yo tenía que quedar también con el grupo con el que iba a tocar el recital de villancicos y tuve que marcharme antes que ellas para que pudiésemos ensayar. Al recital de villancicos iba a venir mi madre, mi tío Damián y también Iria, la madre de Lúa. Saber que habría tanta gente en el recital me ponía mucho más nerviosa, pero después todo salió mucho mejor de lo que imaginaba. Salió tan bien y fue tan bonito que muchas veces pensé (y aún sigo pensándolo) que no fui yo quien cantó y tocó así la pandereta, sino otra mujer que en realidad no tiene nada que ver conmigo. Incluso pienso que alguien estuvo en mi cuerpo durante todo el recital, pero tal vez esa idea sea una locura. Además, entre todos los miembros del grupo congeniábamos tan bien que conseguíamos que la música sonase muy bonita, tanto que parecía increíble que esa música no fuese grabada. Al principio, cuando tuve que hablar delante de todos, sí sentía que me temblaba la voz, pero la mirada serena y emocionada de mi madre, la sonrisa que me dedicaba artemisa y también la presencia de mis seres queridos me tranquilizó y me hizo comenzar a cantar y a tocar como si en realidad ésa no fuese la primera vez que cantaba y tocaba delante de tanta gente. Una cosiña es tocar en las fiestas de la aldeíña, en las que te puedes equivocar, que no ocurre nada, en las que todos hacemos música como podemos... y otra cosa es tocar en un centro cívico delante de niños y de padres que ni conoces, delante de gente que vive en Ourense y que después puedes encontrar por las calles... Yo no podía mirar a todas las personas que nos veían y nos escuchaban porque, entonces, sentía que perdía la voz. Sólo me fijaba en Artemisa, en mi madre... para sentirme protegida por ellas. También me hacía mucha gracia que mi tío Damián estuviese allí, escuchándome con tanta atención, animándome con sus ojos a que no estuviese nerviosa; pero las manos tardaron mucho en dejar de temblarme. Pensaba que, en cualquier momento, la pandereta volaría lejos de mí, huyendo de mis manos frías y trémulas; pero la pandereta y mis manos parecían ser una sola cosiña, ser parte de un mismo cuerpo. No perdí el ritmo en ningún momento e incluso tengo que reconocer que percutir en la pandereta sosegaba los nervios que me llenaban el alma toda. Era como si pudiese desahogar en mi tañer todos esos nervios que me hacían temblar. Mi voz, a pesar de todo lo que sentía, también sonó muy nítida en todo momento. A veces, me costaba creer que fuese mía esa voz que se esparcía por la sala en la que estábamos. Sonaba fuerte y decidida, sin temblores, sin inseguridad. Fue muy bonito, de verdad, fue tan bonito que todavía me emociono cuando lo recuerdo. Además, vi que sobre todo a mi madre y a Artemisa se les llenaron los ojos de lágrimas en muchísimas ocasiones. Ninguna de las dos podía dejar de mirarme ni de sonreírme y aquello me hacía tan feliz que notaba yo que los nervios se desvanecían.

Estuvimos una hora haciendo el recital, pero a mí me pareció que el tiempo había volado. No sentí el paso del tiempo. No me pareció que habíamos estado una hora ahí dentriño. Además, no podía dejar de pensar en que aquélla era la primera vez que hacía algo tan bonito en Ourense. Tampoco podía dejar de recordar que, después del concierto, iríamos todos a la aldeíña y celebraríamos la Nochebuena a nuestra manera. Me hacía mucha ilusión que Artemisa conociese nuestras costumbres, que Casandra también formase parte de esa noche... Todo eso me daba ánimo para cantar y tocar poniendo mi alma en todo momento. Fui tan yo y a la vez fui alguien tan desconocido para mí... Fue algo muy mágico. Y además también fue muy hermoso que los niños cantasen con nosotros.

Después del recital y de recibir todos la enhorabuena de todos los que nos vieron y escucharon, nos marchamos a la aldeíña. Mi madre, mi tío Damián y la madre de Lúa fueron en el coche de mi tío y Casandra, por primera vez, cogió el coche de Lúa y, siguiendo a mi tío, condujo hacia la aldeíña. Era todo muy extraño. Subir en ese coche otra vez, después de más de dos meses sin hacerlo, me produjo una sensación tan extraña y fuerte... Tenía en el alma tantas emociones... Sentía ganas de llorar y después esas ganas de llorar se desvanecían y me sentía feliz, después otra vez sentía la morriña, lo raro que me parecía todo, en esa noche tan mágica y oscura, en la que no hacía nada de frío... Tengo que confesar que me ponía tristiña que no hiciese frío. Las Navidades siempre habían llegado a Ourense envueltas en frío, se sentía en el aire la cercanía de la nieve... Y, en cambio, ayer por la noche, pasamos casi todas las horas en la calle, cantando y tocando en la plaza de la aldeíña, haciendo música hasta por lo menos las cuatro de la mañana sin sentir agotamiento. Y la noche de ayer tuvo momentos de todo.

Otra cosa que tengo que reconocer es que muchas veces pensé que yo no me merecía ser tan feliz. Una voz silente murmuraba en mi interior: “toda esta felicidad tendrá fin y no te la mereces, en realidad no te la mereces. La recibes ahora porque después tendrás otra vez mucho sufrimiento”. Soy consciente de que esas palabras nacían del miedo y también de los rescoldos de mi enfermedad. Sé que esa voz es la de mi baja autoestima, que aún no quiere desaparecer definitivamente. Yo intentaba ignorarla, pero no es sencillo ignorar unas palabras tan hirientes. Otras veces pensaba en lo mal que está el mundo y, contrariamente, lo felices que éramos todos... A ese rincón del mundo no llegaba la maldad que contamina la Tierra entera y me sentía protegida por nuestras antiguas costumbres, por la gente que me quiere... Hubo un momento en el que mi tío Damián tocaba la gaita y todos cantaban y yo me alejé un poquiño de ellos para aspirar el aroma de los árboles. En ese momento sentí mucha gratitud por todo lo que estaba viviendo, pero también miedo a que alguna de esas personas que tanto quiero desaparezca, se marche para siempre, sin que tengamos la oportunidad de seguir siendo felices como estábamos siéndolo esa noche. Justo en ese momento, vino Casandra a mi lado y me preguntó si estaba bien. También es cierto que necesitaba que me diese un poquiño el aire porque estaba muy ebria, la verdad, porque me había subido mucho el Ribeiro que no dejamos de beber en toda la noche y quería que el aire de la noche me acariciase la piel, alejando de mí el calor que me ruborizaba tanto. Le dije que sí estaba muy bien, que sólo precisaba salir un poquiño, y entonces ella me confesó que se sentía muy a gusto entre nosotros. Cogiéndome de la mano y apretándomela con cariño, me pidió perdón, así: “quiero pedirte perdón por todo lo que he dicho de ti estos últimos días. No he sido justa contigo y he hablado muy mal de ti y ahora tú estás dándome tanto... Ahora entiendo mejor que nunca por qué necesitabas volver a tu tierra con tanta desesperación, por qué precisabas estar junto a esta gente tan buena. Graciñas por darme la oportunidad de conocer a tu familia. Son personas maravillosas. Te juro que no volveré a hablar de ti nunca más. También quiero darte las gracias por hacer tan feliz a mi hermana. Se nota que es inmensamente feliz contigo, que le das lo que nadie podría darle. Gracias por amarla como la amas”. Esas palabras, a pesar de escucharlas teniendo no sé cuántas tazas de vino encima, no podré olvidarlas nunca porque me llegaron al alma y removieron todo mi interior. Cuando las oí, sin poder decir nada, abracé a Casandra mientras ya me resbalaban las lágrimas por las mejillas. Fue un momento muy bonito. También nos reímos mucho porque yo bien no iba. Eran por lo menos las tres de la madrugada y yo estaba que no me aguantaba más de pie, pero estaba tan feliz que no me importaba el cansancio que sentía.

Antes de ese momento, en la mitad de la noche, después de cenar, cuando sentí que ya no me convenía seguir bebiendo (pese a que seguí haciéndolo), le pedí a Artemisa que me acompañase un momentiño a nuestra habitación para ir a buscar mi pandereta y, cuando estuvimos allí, no sé qué nos ocurrió, que estalló por dentro de nosotras una bomba de pasión y no pudimos controlarnos. Yo casi no puedo recordar esos momentos con nitidez, pero sí sé que fue una locura hecha de amor, de risa, de felicidad, de desesperación. No podíamos creernos lo que estaba ocurriendo y a la vez sentíamos que sólo deseábamos vivir esos momentos, no importándonos lo que aconteciese a nuestro alrededor. No estuvimos mucho tiempo soliñas, pero fue suficiente para desahogar toda la felicidad y el amor que sentíamos. No sé cómo es posible que en una noche puedan caber tantas sensaciones, tantas emociones, tantos momentos tan diferentes los unos de los otros... Además, nadie nos preguntó nada cuando volvimos a casa de Damián, que era donde estábamos celebrando la cena. Después, salimos a la plaza todos con nuestros instrumentos y nuestras ganas de bailar y de cantar. Yo de verdad que no puedo describir todo lo que vivimos, cómo fueron las cosas, porque lo recuerdo todo con una mezcla de felicidad y confusión... pero sé que sólo hubo felicidad en esos momentos, que nadie sintió vergüenza, que todos cantamos y bailamos con toda nuestra alma. Incluso Casandra aprendió a bailar y bailó incluso con mi tío Damián. Además, quiero contar una cosiña... Se lo comenté ayer a Artemisa antes de irnos a dormir... Yo me di cuenta de que entre Casandra y el hijo mayor de mi tío había surgido una amistad muy bonita porque todo el tiempo, mientras pudieron, estuvieron hablando. Se trata de mi primo, con quien mucho contacto no tengo porque vive en Lugo, pero nunca nos hemos llevado mal. Recuerdo algunas cosiñas de cuando éramos niños. Recuerdo que sus amigos le decían que era una pena que yo fuese su prima y él decía que nunca me había visto interesada en nadie. Cosiñas sin importancia, pero él siempre me respetó mucho, tanto que casi ni se atrevía a hablarme. El caso es que tiene la misma edad que Casandra y yo creo que congeniaron mucho. No sé, ojalá Casandra y él se enamoren y Casandra venga a vivir aquí a Galicia. Sería lo mejor que podría ocurrirle a Artemisa ahora mismo. Yo siento que necesita mucho a su hermana, que la echa mucho de menos... y estos días no se separan ni un momento. Están recuperando todo ese tiempo que no tienen ya para estar juntas y yo la verdad es que soy feliz al verlas tan felices también.

Hoy también ha sido un día muy bonito. También me he dado cuenta de que mi madre le ha cogido mucho cariño a Casandra y Casandra también se lo ha cogido a mi madre. Muchas ocasiones fueron en las que las vi hablando muy serenamente. Mi madre, qué graciosa, esforzándose por hablar en castellano con Casandra y Casandra diciéndole que no se inquietase, que entendía el gallego, que después de conocerme desde hace tanto tiempo... pero mi madre encabezonada con que quiere que ella entienda todo lo que le diga...

y por la tardiña tocamos una breve pandeirada en la aldeíña, pero más que nada lo hicimos porque ellas no pudieron estar ayer aquí, claro, estarían con sus familias, y no querían dejar de tocar canciones para rememorar a Lúa, pero fue todo muy bonito, a pesar de que tocásemos por una causa tan triste...

Ahora sí siento que tengo que descansar. No puedo mantener los ojos abiertos y me duele la cabeza como si me la estuviesen perforando. Ya seguiré contando en otro momento cómo va todo con Casandra, que de momento siento que todas estamos muy bien.

 

 

domingo, 23 de diciembre de 2018

DIARIO DE ARTEMISA: SÁBADO, 22 DE DICIEMBRE DE 2018




Sábado, 22 de diciembre de 2018

No nos ha tocado nada en la lotería. Empezar a escribir en mi diario empleando una frase tan cutre y triste es penoso, pero este año Agnes y yo teníamos mucha ilusión puesta en este sorteo porque decíamos que, si nos tocaba algo, usaríamos el dinero para abrir una tienda de minerales en la que hiciésemos también sesiones de terapias alternativas, en la que, cuando las dos nos sacásemos el título de fitoterapeutas, venderíamos medicamentos naturales entre otras cosas interesantes pertenecientes a nuestro mundo; pero no nos ha tocado ni un triste reintegro. No obstante, Agnes no se ha decepcionado en absoluto porque sabía que no nos iba a tocar, por muy esperanzada e ilusionada que estuviese. Yo no me he decepcionado tampoco, pero sí me da mucha rabia tener tanta mala suerte en este tipo de juegos; mas sé que tenemos muchas cosas que agradecer, pese a seguir siendo tan pobres. No somos realmente pobres, es verdad, porque, si lo fuésemos, no estaríamos viviendo aquí ni en ninguna parte; pero también es verdad que estamos viviendo en Ourense gracias a Lúa. Agnes me lo decía hace poco, que Lúa le ha posibilitado vivir en Ourense, que está viviendo aquí en Galicia gracias a ella, gracias a todo lo que Lúa ha hecho por ella y a todo lo que le ha dado, que la vida que tenemos ahora aquí realmente nos la ha dado Lúa. Es muy curioso que yo pueda darle la razón a Agnes en ese aspecto sin sentir rencor, pero sí es verdad que me da impotencia saber que ella sí pudo ayudar a Agnes a cumplir su más anhelado sueño. Yo, en cambio, lo único que hice durante mucho tiempo fue impedirle ser feliz. Ahora, cuando yo no tengo nada mío, tengo que reconocer que podría haber renunciado antes a todo lo que tenía si igualmente iba a acabar haciéndolo; pero lo hice cuando de verdad sentí que no tenía otra opción. No podía esperarme a que sacasen concursos para opositar otra vez y pedir plaza. No podía estar un año de excedencia si sabía que no iba a volver a trabajar en Cataluña. Sabía que, si quería estar con Agnes, tenía que renunciar a todo lo que tenía y venir a Ourense sin nada, sin tener nada a lo que aferrarme. También tengo que reconocer que pude vivir en Ourense gracias a Lúa porque tenía una amiga que tiene un piso aquí. Yo siento y veo que Agnes no deja de pensar en Lúa, que la recuerda a todas horas, que cualquier canción le hace llorar porque le recuerda a aquellos momentos que compartieron. Me ha dicho muchas veces que le da mucha rabia que Lúa no esté aquí, que su muerte podría haber llegado mucho más tarde para que al menos pudiésemos haber compartido más cosas, que ella sabe que, si estuviese viva, podríamos ser muy buenas amigas, que no dudaba de que estarían muy unidas y que incluso podrían ser como hermanas. La muerte de Lúa le hace pensar muchísimo en cosas muy tristes que me comenta con una voz queda, como si no se atreviese a volver palabras esos terribles pensamientos. Me ha llegado a decir que no puede evitar pensar que ese cuerpo que ella abrazó y acarició tanto ahora no es más que polvo, que no puede evitar pensar que ese cuerpo que tanto amor albergó y que tanto cariño le dio ahora está más que marchitado, que esos pensamientos le hacen mucho daño y no puede huir de ellos. Me dice que no se atreve a visitar la tumba de Lúa porque no soporta saber que ella está ahí encerrada en esa tumba, porque no puede ni pensar que ahí dentro está el cuerpo ya deshecho de esa persona que la quiso tanto y a la que ella quiso tanto. No puedo evitar que sus palabras me hagan sentir escalofríos, pero intento que ella no note que me horroriza tanto lo que dice porque lo que más deseo es serenarla y que sienta que la entiendo y la escucho. Le digo que no piense en algo tan triste y escabroso, pero me dice que no puede evitarlo, que la muerte de Lúa ha sido una bofetada que le ha abierto los ojos y que le ha hecho empezar a sentir miedos que antes no experimentaba. Me dice que teme tanto la muerte que a veces se despierta en mitad de la noche pensando que no quiere morir, pidiendo no morir nunca. Me ha dicho que sueña que alguien la persigue y que la única opción que tiene es correr hacia adelante, donde justamente hay un abismo por el que no puede evitar caer. Me ha contado que sueña que está bajo un techo que está derrumbándose o que alguien la empuja hacia la vía de un tren justo cuando está a punto de pasar uno y que se queda encerrada entre los raíles de la vía. Los sueños de Agnes son tan escalofriantes que ni puedo pensar en ellos. También me ha confesado que sueña muchísimo con Lúa. Por ejemplo, me ha contado que sueña muy a menudo que Lúa está detrás de una puerta acristalada y que le sonríe con mucha luz, que de repente el cristal se desvanece y que Lúa corre hacia ella dispuesta a darle un abrazo, pero que, cuando están a punto de abrazarse, alguien agarra a Lúa de la cintura y la aleja de Agnes. Mientras se aleja, Lúa le pide que nunca deje de ser feliz, que no llore más por ella, le confiesa que se encuentra bien, que lo único que anhela es que siga siendo feliz, que ella nunca la va a olvidar y cosas muy bonitas que Agnes me dice casi llorando. Yo sé que Agnes me quiere a mí, que soy el amor de su vida, que Lúa sería sólo su amiga en el caso de que estuviese viva; pero, cuando me habla de ella, tengo la sensación de que su corazón no se ha dado por vencido y que en su alma todavía hay mucho amor para ella. La quiere, aún la quiere, aunque sé que no la quiere igual que a mí, pero la quiere de verdad. Se lo leo en los ojos cuando me habla de ella, se lo oigo en la voz y sobre todo lo noto en las palabras que pronuncia, en la forma como las dice. Ayer le dije que con Lúa había vivido en unos breves meses todo lo que nadie habría vivido en una vida y me dijo que sí, me reconoció que con Lúa había vivido muchísimas más cosas de las que había vivido en un año en su existencia, que parecía como si Lúa quisiese acumular en un brevísimo espacio de tiempo todo lo que tendrían que haber compartido en una vida, que parecía como si Lúa supiese que solamente tenían esos días y hubiese querido agolpar todo lo que podían vivir juntas en ese tiempo para que no les quedase nada por vivir. No sé por qué hoy necesito tanto escribir sobre Lúa. Tal vez quiera desahogarme porque en realidad no puedo hablar de esto con nadie. Cuando a mi hermana intento contarle todo esto, lo único que sabe decirme es que Agnes todavía no ha olvidado a Lúa y que, si está conmigo, es porque Lúa ha muerto. Es verdad que sé que mi hermana dice todo lo que piensa sin valorar cómo pueden sentar sus palabras, pero no me parece lógico ni entiendo que pueda soltar esas cosas sin más, quedándose como si nada. A mí me duele mucho que diga eso de Agnes porque sé que no es verdad. Ella habría vuelto conmigo, aunque Lúa no se hubiese ido, y pensar algo así de alguien es tan cruel que no puedo ni comprenderlo, la verdad. En realidad no tengo a nadie con quien comentar estas cosas. A Agnes no voy a decirle que mi hermana sigue pensando eso de ella. Mi hermana la trató muy bien cuando estuvimos en su casa y va a seguir tratándola bien cuando esté aquí, pero dice unas cosas de Agnes que me hacen pensar que en realidad no la quiere. Nadie habla así de otra persona a la que supuestamente le tiene cariño y respeto. Ha llegado a decirme que Agnes puede serme infiel en cualquier momento con otra mujer tal como lo hizo con Lúa y yo sé que eso no es verdad. Yo le he preguntado a Agnes si cabía la posibilidad de que se enamorase de otra mujer otra vez y me dijo que para nada, que no, que pasó aquello con Lúa porque era Lúa, porque con ella también tenía una conexión muy bonita y porque cree que estaba todo predestinado, pero me pidió que nunca olvidase que yo soy la mujer de su vida, que quiere estar conmigo para siempre, que nunca dude de que jamás me dejó de querer. Para mí tienen más valor las palabras de Agnes que las intuiciones de mi hermana.

Hoy es mi cumpleaños. Lo hemos celebrado yendo a comer fuera y Agnes me ha regalado muchas cosas. Me ha regalado ropa muy bonita, cajas de bombones, me ha regalado incluso un collar de amatista muy bonito... Me ha dicho que no me regala más cosas porque se acerca el día de Navidad y en ese día también me quiere hacer más regalos. Ha sido muy bonito el día de hoy.

Mas tengo que reconocer que no me encuentro bien ni física ni anímicamente. Anímicamente me siento confundida y un poco triste, ya no sólo porque haya renunciado a mi plaza, sino porque me siento muy extraña sabiendo que no tengo nada que hacer cuando abro los ojos todos los días. Sí me ocupo de la casa, hago la compra, limpio y cocino, también estudio para el carné de conducir, hago prácticas con Damián (que está ayudándome mucho), muchas veces voy a la aldea y permanezco varias horas con Anxiños y con las demás vecinas de la aldea, quienes están enseñándome recetas riquísimas; pero no hago nada útil que pueda ayudar a Agnes cuando ella es quien está trayendo a casa nuestro sustento. No me gusta en absoluto tener una vida ociosa, mas sé que esto es momentáneo, que llegará algún día en el que encuentre alguna ocupación. Tengo que contar también que el martes le confesé a Agnes que en realidad renuncié a mi plaza cuando vine aquí a Ourense en octubre. Se quedó sin saber qué decirme, sin atreverse a mirarme siquiera, sin poder decir nada. Sé que le afectó muchísimo saber que yo había renunciado a aquello que tanto me había costado conseguir. No sabía qué decirme porque era consciente de que no existía ninguna palabra que pudiese consolarme. Yo le expliqué que lo había hecho sobre todo por ella, que no soportaba la idea de perderla, que sabía que no tenía otra opción, que no me arrepentía de haberlo hecho porque la recompensa era estar con ella, pero sé también que ella no me escuchaba en esos momentos. Me oía hablar, pero no me escuchaba. Agnes es tan transparente que no me cuesta nada saber qué piensa, aunque muchas veces su mirada es enigmática como la noche; mas en esos momentos sabía qué pensaba y era capaz de oír la voz de sus pensamientos. Sé que ella lamenta muchísimo que haya tenido que renunciar a mi plaza, que lo haya hecho, y sé también que se pregunta por qué no lo hice antes si igualmente iba a acabar haciéndolo. Agnes me habla siempre, aunque no emplee su voz para dirigirse a mí. Lo hace también con sus silencios y sus miradas. Además, sé que ella quiere ayudarme a buscar alguna ocupación que me pueda hacer sentir bien. Tal vez esté a punto de proponerme que trabaje con ella en la cafetería (algo que me encantaría, la verdad, porque así estaríamos juntas más tiempo), pero no me lo propone porque es Silvia quien tiene que contratarme, no ella. También sé que ella se da cuenta de que no estoy del todo bien. Me pregunta muy a menudo si estoy bien y sé que mis respuestas no la calman.

Me ocurre algo que no sé explicar. Sí me siento feliz por vivir aquí porque ahora mismo tengo a Agnes conmigo de una forma como nunca la tuve antes. Me encanta vivir aquí porque Ourense es una ciudad preciosa y el piso en el que habitamos es muy bonito; pero tengo que reconocer que extraño muchas de las cosas que tenía en Barcelona. Echo de menos mi trabajo, a mis amigas (con las que prácticamente he perdido el contacto), echo de menos a la gente del templo y celebrar rituales con ellos, echo de menos ver a mi hermana más a menudo, extraño incluso poder coger el tren o el autobús e irme a donde me dé la gana... En calidad de vida es cierto que he ganado mucho porque en Galicia el aire está mucho más limpio, pero me siento un poco atada aquí. Además no puedo salir a correr casi nunca porque está lloviendo siempre, porque lleva lloviendo desde no sé cuándo, aunque también agradezco que llueva y no reniego de la lluvia porque encuentro que es muy necesaria. No obstante, sé que, si pudiese trabajar de lo mío, estas cosas no me importarían. Me importan porque carezco de otras. Cuando algo nos preocupa, todo lo demás nos inquieta más.

También tengo que contar otra cosa que me preocupa muchísimo y de la que no le he hablado a nadie y mucho menos a Agnes todavía porque no quiero que se desasosiegue por mí. Hace más de dos semanas que físicamente no estoy bien. Me lamento por no poder salir a correr, pero en realidad no sé si podría hacerlo porque, desde hace al menos dos semanas, siento que me falta energía, que estoy muy cansada, a pesar de que casi no haga nada. También camino mucho y siento que no puedo hacerlo con velocidad, que me ahogo enseguida y que me mareo. Me mareo con nada. A veces pienso que es porque me falta comer, pero como y ese malestar no desaparece. Me alimento muy bien, con mucho hierro, proteínas vegetales, calcio... pero siento que algo está fallando en mí. Me di cuenta de que me encontraba muy mal cuando, en Manresa, mi hermana me propuso salir a correr y yo no aguanté ni quince minutos. Yo siempre he tenido mucha resistencia y sé distinguir entre un mareo nacido del cansancio y de la falta de costumbre de ese mareo que me dio en ese momento. Mi hermana tuvo que ayudarme a sentarme y a caminar hacia casa. Cuando se me pasó, entonces ya no le dimos ni la menor importancia. Desayunamos y ya está, pero esos mareos me vienen muy a menudo. Nadie sabe que me encuentro tan mal. Hay días en los que ni siquiera me siento capaz de levantarme de la cama y encima es que cualquier cosa que como me sienta mal. Tengo náuseas continuamente y me falta vigor en los músculos. Por eso, esta semana, sin que nadie lo sepa, he ido a hacerme unos análisis. Me darán los resultados dentro de quince días. No quiero decirle nada a nadie hasta que sepa que no me ocurre nada grave. Tal vez tenga anemia y ya está.

No obstante, pese a todo lo que estoy diciendo, tengo que reconocer que con Agnes me siento muy feliz y tranquila. Cuando estamos juntas, me parece que en la vida no hay problemas, que juntas podremos enfrentarnos a todas las dificultades que nos vengan y que nadie puede ser más feliz que nosotras en esos momentos que compartimos. Adoro verla reír, sonreír, hablar con tanta serenidad y confianza en sí misma. Me gusta mucho que me cuente cosas, que no me deje de hablar, que me haga partícipe de sus pensamientos e inquietudes, que me pida favores, que me sugiera cosas, que me proponga planes, que me haga notar detalles de nuestro alrededor que yo había pasado por alto, que me diga que me quiere, que me diga esas cosas tan bonitas que me dice, que me abrace, que se ría conmigo de alguna tontería, que me haga recordar momentos bonitos que hemos vivido y que nos riamos juntas de aquellas cosas que tanto nos preocuparon en el pasado. Me hace muy feliz cuando me dice que quiere estar conmigo para siempre, cuando, teniéndome entre sus brazos, me susurra que me ama, me confiesa cuánto me desea, cuánto le gusta estar conmigo, cuán feliz es hallándonos tan juntas... Yo siento que no hay nada que pueda herirme, que me hallo en un lugar donde no existen peligros... Cualquier momento que comparto con Agnes es hermoso, no importa dónde nos hallemos. Esta tarde, por ejemplo, salimos a dar un paseo por Ourense para comprar las últimas cosas para estas fechas y nos tomamos (aunque parezca mentira) una cerveza en el centro. No hace tanto frío como para que no apetezca algo así, pero es que ninguna de las dos sabía qué tomar y al final acabamos pidiéndonos una Estrella Galicia. A las dos se nos ha subido un poco a la cabeza e íbamos riéndonos por las calles por la tontería más simple, por el detalle más insignificante. Me lo he pasado muy bien con ella esta tarde y he pensado algo que me ha hecho muy feliz (y se lo he comunicado enseguida a ella). He pensado, cuando volvíamos a casa juntas, que me hace muy feliz saber que no me tengo que separar de ella, que me lo paso muy bien con alguien de quien no me tengo que despedir, con quien puedo seguir compartiendo mi vida. Qué feliz me siento cuando la tengo a mi lado, qué sencillo me parece todo... Es verdad que también vivo mis momentos de debilidad en los que me cuesta encontrar el sentido a todo lo que hago, pero, junto a Agnes, nada es difícil. He renunciado a mi plaza, es cierto, pero tal vez lo haya hecho por algo, porque en la vida me espera algo que no me he imaginado nunca. Agnes me hace creer que nada es tan grave, pero yo sé que a ella también le preocupa que yo no me encuentre del todo bien conmigo misma. Siento que me he traicionado a mí misma renunciando a mi plaza de profesora, pero todo lo que hago por Agnes tiene sentido y en estos momentos no cambiaría mi vida por nada. Tener a Agnes así conmigo es lo mejor que me puede ocurrir. Estar tan íntimamente unida a la persona que amas no tiene comparación con absolutamente nada.

A mí me dolía muchísimo sentir que Agnes no era feliz. Me dolía en el alma verla tan triste y no saber cómo consolarla cuando lloraba sin fin. Antes de vivir en Galicia, muy pocos eran los momentos en los que se sentía plena. Incluso he llegado a pensar que, cuando creía verla tan feliz este año, estaba bien porque una parte de sí misma intuía que le quedaba cada vez menos tiempo para volver a Galicia. Lo cierto es que, si Agnes no se hubiese marchado de Cataluña, tal vez no estaríamos viviendo aquí. Me he preguntado qué sería de nosotras si no estuviésemos aquí en Galicia, dónde y cómo estaríamos. Estaríamos viviendo todavía en Cataluña, pero ¿cómo estaría Agnes? Antes de atreverse a venir a Ourense, estaba muy mal. Recuerdo que estaba sufriendo una decaída muy mala después de vivir unos días muy buenos en los que yo creía que no volvería a estar tan mal. Ahora todo eso queda atrás e incluso me parece imposible creer que aquella mujer tan frágil sea la misma que ahora me acompaña en mi vida. Qué tonta e injusta he sido con Agnes, cuánto me he equivocado con ella. El otro día mi hermana me decía que venir a vivir a Galicia dejándolo todo por Agnes es la prueba de amor más grande que jamás podría hacer por ella y que Agnes no había hecho nada para demostrarme que me amaba. La contradije enseguida. Eso no es nada cierto. Le recordé que Agnes me ha perdonado cosas que nadie me habría perdonado. Me perdonó cuando me fui a la isla sin pensar en ella, sin plantearme la posibilidad de que decayese mucho sin mí, sin importarme nada, creyendo que Agnes podría ser feliz sin mí, lejos de su tierra. Me ha perdonado haberla ignorado tanto durante tanto tiempo cuando me suplicaba que iniciásemos una vida en Galicia. Me ha perdonado haberme comportado tan mal con ella este verano y un montón de cosas más que no sé si yo habría sido capaz de perdonar. No sé por qué mi hermana me dice todas esas cosas de Agnes, pero me da mucha rabia que hable tan mal de ella y muchas veces he estado a punto de enfadarme porque no puedo soportar que la ataque de ese modo. Agnes cree que mi hermana ya no habla mal de ella, que aquella desconfianza y ese rencor raro que sentía hacia ella se han desvanecido por completo, pero no es del todo cierto. No obstante, prefiero que Agnes no sepa la verdad. Ella está deseando alojar a Casandra en nuestra casa y darle todo lo que necesite. Está deseando que celebremos las Navidades juntas en la aldea y que conozca cómo lo han celebrado siempre allí. La noto tan ilusionada con la llegada de mi hermana... Por eso prefiero que no sepa que Casandra sigue hablando así de ella. Lo que más me estremece es que sé que Agnes la trataría igualmente bien aun conociendo lo que Casandra va diciendo de ella.

Voy a ir dejando de escribir. Ya está haciéndose muy tarde. Tal vez no tenga que agobiarme tanto con mi futuro. Las cosas irán fluyendo y, junto a Agnes, entre sus brazos, estando tan íntimamente con ella, viviendo con ella, todo vaya llegando, todo sea mucho más sencillo de lo que imagino. Mas sí hay momentos en los que me gustaría traer aquí a Ourense algunas de las cosas que tenía en Cataluña como, por ejemplo, a mis amigas. Aquí de momento no tengo amigas, pero allí en Cataluña también tardé en tenerlas. Lo que no echo nada de menos es esa tierra y mucho menos con lo que está ocurriendo ahora. La política está descontrolando tanto a la sociedad que es imposible vivir tranquilamente. Está perdiéndose el respeto por todo. Qué afortunada me siento por ver desde tan lejos lo que está ocurriendo. Además, la energía que hay aquí en Galicia es distinta, te llena más el alma, hay más amor y cercanía en la gente, hay mejor trato entre nosotros, hay más serenidad, la gente te trata mucho mejor, la gente es más próxima y sencilla... Me siento muy a gusto aquí, eso sí es cierto, y no me da cosa pedir nada. Incluso ya me expreso muy bien en gallego y lo hablo de vez en cuando con Anxos y con más gente que sé que se sentirá mejor si me expreso en esa lengua. Me he acostumbrado mucho al acento, a la lengua, a lo cariñosa que es aquí la gente, independientemente de dónde sean. Son cariñosos por naturaleza, en el hablar, en la forma como se acercan a ti, en la manera como te miran... Es impresionante. Puedes sentirte inmensamente querida por una persona que no conoces de nada tan sólo hablando una vez con ella y, cuando te separas de alguien con quien has hablado durante unos minutos, te queda en el alma una sensación de plenitud y de nostalgia que te emociona profundamente. Te sientes querida y punto. Eso es lo que más me acoge de este lugar, que la gente enseguida te quiere y te ayuda si lo necesitas. Nunca he conocido a una sociedad tan acogedora. Y todo ese amor que veo en la gente de aquí se concentra en el alma de Agnes. Agnes es tan cariñosa y buena que muchas veces me da la sensación de que es la representación de las preciosas virtudes que tiene esta tierra. Qué tristeza siento cuando recuerdo que, a lo largo de su vida, mucha gente la ha rechazado sin saber cómo es, sólo porque sus ojos aparecieron tristes, sólo porque le costó relacionarse con los demás. Otra de las razones por las que no puedo arrepentirme de haberlo dejado todo por vivir aquí es que ahora es cuando conozco de verdad a Agnes y he podido conocerla de verdad porque estamos aquí, porque, al estar en su tierra, los fragmentos de su alma se han unido y ha podido reencontrarse consigo misma con una plenitud con la que no habría podido hacerlo en cualquier otro sitio del mundo. Ahora es ella porque se encuentra en el lugar al que pertenece no sólo su alma, sino también su cuerpo, toda ella es de este lugar que también me ha acogido a mí como si llevase mucho tiempo esperándome. La verdad es que soy muy afortunada, muchísimo, sólo por tener a mi lado a una mujer tan maravillosa, tan buena, tan amorosa y comprensiva. Tengo que dar las gracias por haberme enamorado de una mujer tan mágica que tanto vale y por ser la persona amada de esa mujer tan especial.