Transición
Un cielo ingente, cristalino y azulado cubría un mágico rincón del mundo
en el que moraba el silencio más aterciopelado y acogedor. Ya refulgían en
aquel firmamento atardeciente las primeras estrellas que le daban la bienvenida
a la noche e iluminaban los caminos que las sombras del ocaso deseaban ocultar.
Sólo se oía el suave murmurio del viento rozando las hojas de los árboles y la
tierna voz del agua.
Agnes sentía que ya había estado en aquel lugar, en otro tiempo muy
lejano, quizá en una vida ya inasible; pero había estado allí, había aspirado
el exquisito aroma que emanaba de la tierra y se desprendía de las hojas de los
árboles y de la humedad que envolvía los poderosos troncos que tanto la
amparaban de la mirada del viento. Ya había estado allí, junto a alguien que la
había querido de veras, con una sinceridad inquebrantable.
Alguien la tomó delicadamente de la mano, presionándole los dedos con
una dulzura que a Agnes le llenó los ojos de lágrimas. Tuvo la sensación de que
nunca le habían entregado un gesto tan cariñoso, tan delicado, tan acogedor.
Miró desorientada a la persona que se había acercado a ella de un modo tan
silente. Entonces se hundió en los castaños y sinceros ojos de Artemisa.
Artemisa la miraba sin rencor y sin reproches. La miraba con amor. Artemisa la
amparaba con sus ojos, con su cercanía, con su presencia.
—
El
ritual ya está a punto de empezar —le anunció con muchísimo cariño.
—
¿Qué
ritual? —le preguntó Agnes sorprendida, con timidez y también emoción.
—
El
de tu bienvenida. Ahora será todo diferente. Sucederá ahora todo lo que tuvo
que ocurrir desde el principio. Ahora ya no tienes miedo, ¿verdad? Ya no te
asusta lo que sientes, porque nos hallamos en una realidad distinta.
—
Me
asusta que tú no lo sientas.
—
Yo
siempre lo sentí, Agnes, siempre —le aseguró soltando su mano y rodeándola muy
tiernamente con sus cariñosos y acogedores brazos—. Siempre te quise, vida mía,
siempre.
—
No
te vayas, Artemisa. No vuelvas a dejarme tan soliña, por favor.
—
Vine
para quedarme. Llegaste para no marcharte nunca más. Ven, ya nos esperan.
—
¿Dónde
estamos?
—
¿No
reconoces estos árboles, este cielo, el silencio que nace de la tierra ni el sonido
del agua? —Agnes no le contestó, pues una entrañable y hermosa posibilidad le
latía asfixiantemente en el alma—. Mira allí, Agnes.
Cuando Agnes obedeció a Artemisa, entonces descubrió que, entre los
árboles, más allá de aquella nocturna quietud, se alzaban, imponentes y
entrañables, unas antiguas casitas de piedra cuya imagen ella tenía grabada en
lo más profundo de su memoria.
—
Creo
que hay alguien que desea verte, Agnes —le anunció Artemisa emocionada.
—
Non
pode ser —musitó Agnes a punto de deshacerse—. Avoíña...
Una adorable anciana, con los ojos sabios y profundos, con los cabellos
ya níveos, con unas manos cariñosas y ágiles, un andar sereno y una sonrisa
luminosa se acercaba pausadamente a ella. Caminaba tranquila entre los árboles,
como si cada uno de sus pasos estuviese hecho sólo de quietud y armonía; pero,
cuando se percató de que Agnes la miraba, aceleró su andar. Cuando la tuvo al
alcance de sus brazos, la apretó contra su pecho como si el tiempo nunca
hubiese transcurrido, como si ella todavía fuese esa niña tan sensible que
amaba tanto la naturaleza, que tanto la adoraba, que tanto la quería; esa niña
que había crecido tan prematuramente y la que era para Rosiña la estrella más
brillante de su vida.
— Agnesiña, Agnesiña —le musitaba
mientras la besaba en la frente y le acariciaba los cabellos como sólo ella
sabía hacerlo—, Hai tanto tempo que te esperaba...
— Avoíña,
estamos de verdade na nosa terra?
—
Si, queridiña. E agora ninguén che arrincará de
Galicia nunca máis.
Mientras Agnes abrazaba a su abuela con tanto cariño, con tanta
nostalgia y entrega, miraba despacito a su alrededor, como si quisiese percibir
con sus lacrimosos ojos todos los detalles que creaban su entorno para que
nunca más se le borrasen de su memoria. Entonces, de repente, descubrió que,
entre los árboles, unos ojos dulces, dorados e hipnóticos la observaban con
emoción y felicidad. Reconoció a Némesis al instante. No necesitaba preguntarse
nada. Sabía que era ella.
Y entonces la felicidad más desgarradora se apoderó de su alma, de su
corazón y de su memoria, deshaciendo al fin el eco de las heridas que tanto le
habían sangrado por dentro de ella. Se desvanecieron el miedo, la tristeza y la
nostalgia. Y aquellos sentimientos tan asfixiantes se desvanecieron porque, al
fin, después de tantos años anhelándolo, se había reunido con los pedacitos de
sí misma que la locura y el desaliento le habían arrancado de su interior. Se
hallaba junto a las personas que más quería, se hallaba en el único rincón de
la Tierra que era su hogar, que sería para siempre su morada. Sí, al fin había
regresado a Galicia. Al fin se había reencontrado con su queridísima abuela. Al
fin Artemisa y ella podrían vivir eternamente en aquella tierra tan añorada,
tan mágica, tan eternamente mística.
Mas, de repente, cuando más feliz se sentía, unas espesas brumas
comenzaron a cubrir su alrededor, deshaciendo la visión de aquellos árboles tan
queridos, borrando la dulce presencia de su abuelita y de Artemisa, apartándola
de Némesis y de sus acogedores ojos. Un silencio ennegrecido por la confusión
se cernió sobre su mente y se acallaron sus recuerdos, sus sueños, sus mágicas
ensoñaciones.
Que transición tan bonita. No esperaba que fuese tan cortita, pero tampoco que estuviese cargada de tanta magia. Aquí puedes llegar a pensar muchas cosas. ¿Se trata de un sueño? ¿Un delirio a causa de las pastillas? ¿Una realidad paralela? ¿El mundo que nos podría esperar tras la muerte? ¿Se trata de un mundo imaginario que crea y con el que pretende caminar hasta la muerte? Sea lo que sea, se trata de algo maravilloso, el sueño de cualquier ser vivo. Que la muerte (ya sea a través de un sueño, un delirio o lo que sea) te regale, aunque signifique que te estás muriendo, esos momentos tan especiales no tiene precio.
ResponderEliminarSe reencuentra con su querida abuela, que es la persona más importante en su vida. Némesis y ahí está Artemisa, aunque ella está viva. Aunque todo eso es fantástico, lo mejor de todo es que regresa al fin a Galicia. Se encuentra en su ansiada tierra con todos sus seres queridos, ¿se puede pedir más? Pues sí...no morir. Agnes no debe morir así ni en esas circunstancias, merece otra oportunidad. Aunque al final ese mundo está desapareciendo, eso nos alegra, pues significa que está despertando (al menos eso es lo que esperamos).
Cortito pero intenso, y me deja con ganas de saber como sigue. ¡Que poquito falta para que se termine! ¡Joooo!
Son este tipo de textos los que distinguen la Literatura, con mayúsculas, de los simples escritos. Transición... paso de un sitio a otro. Agnes estaba en el límite de la muerte, así que podemos interpretar lo leído de varias maneras; la más esperanzadora sería creer que hay realidad y no fantasía, que finalmente estamos en el preludio de algo bueno; o también puede ser el preámbulo de la locura total y de la muerta, pero yo prefiero la primera, porque incluso si todo fuera algo urdido por una mente enferma, conllevaría esperanza y pensamientos positivos. No, no puede ser nada malo algo que es tan hermoso, tan luminoso. Artemisa y su abuelita toman a Agnes de la mano y la llevan a otro lugar, seguro que será claro y fresco. Como Galicia.
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