martes, 3 de octubre de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: EPÍLOGO


Epílogo

 

Habla Agnes...

 

Hay sueños que se pierden en el olvido, que se mezclan con la nada y desaparecen sin dejar rastro. Son los sueños que no tienen voz apenas, que moran en un silencio que nunca se quebranta, sueños en los que nadie cree, a los que nadie consuela ni alimenta.

Mas hay otros sueños que nacen con nuestra alma, que se mantienen indelebles e intactos pese al paso del tiempo y la distancia que los separa del preciso lugar en el que pueden volverse realidad. Son los sueños más fuertes y verdaderos.

Esos sueños se nutren de nuestras experiencias y esperanzas, se sobrecogen ante el desaliento que puede deshacerlos, se oscurecen cuando en nuestra vida falta luz y amor; pero siempre encuentran el modo de alzar su voz nuevamente, atravesando el silencio que los había callado. Y entonces se vuelven más fuertes y más invencibles.

Después de todas las palabras que desvelan mis recuerdos y verbalizan todas mis vivencias, después de conocer cuánta tristeza y oscuridad pudo caberme en el alma, creo que es imposible negar que uno de mis sueños fue siempre regresar a la tierra que me vio nacer. Nunca me abandonó el imperioso deseo de volver, de ser una con sus árboles, de recuperar el brillo tenue de su nostálgico cielo, de mezclar mi existencia con su melancólica historia. Galicia es y fue siempre la portadora del sentido de mi vida. Sé por qué vine a este mundo, por qué renací. Ella me lo desveló con sus tersos silencios, a través de la voz de su viento y del musitar de sus ríos.

Yo siempre me negué a aceptar que nunca volvería, que moriría muy lejos de ella y que jamás podría respirar sus aromáticos suspiros; pero, cuando un sueño es real, cuando de veras en nuestro destino está escrito que tenemos que hallarnos en el único lugar del mundo que es nuestro hogar, no hay fuerza ni física ni intangible que nos aleje de allí, que nos impida recuperar todo lo que fuimos, todo lo que somos y podemos ser.

Volví, al fin, y lo hice tras permanecer lejos de ella durante más de treinta años, cuando ya había perdido la seguridad de que Galicia me esperaba; pero siempre sentí, a través de la triste distancia que nos separaba, que me llamaba, que me aseguraba que no me había olvidado, que me aguardaba, que ella tampoco podía vivir si yo no me hallaba de nuevo en sus mágicos rincones.

Regresé cuando me enteré, de forma inesperada, de un modo casi inverosímil, de que mi madre había muerto y me había dejado como herencia aquella casa tan antigua y hermosa en la que yo nací y que con tanto cariño yo recordaba. La muerte de mi madre me impresionó mucho más de lo que jamás pude imaginarme. Al saber que su alma se había marchado de la vida creyendo que no había tenido la oportunidad de que yo le asegurase que le había perdonado todo el daño que me había causado, una culpa inmensa gritó en mi interior, haciéndome descubrir que me arrepentía de no haber luchado por comunicarme con ella, por preguntarle si realmente había existido con calma teniendo en su corazón ese vacío que horada la partida de un ser que nació de tus entrañas. Yo siempre estuve convencida de que mi madre ni siquiera había deseado pedirme perdón, pues nunca me buscó, nunca se esforzó por saber cómo estaba y si aún respiraba; o al menos eso era lo que yo creía. Siempre viví tan equivocada...

Mi regreso a Galicia, a mi único hogar, no sólo me permitiría reencontrarme con todos esos pedaciños de mi alma que yo creía perdidos para siempre, sino también con la continuación de ese pasado del que me arrancaron sin piedad. Quedaba todavía demasiado de mí en aquellos lares que parecían haberme recordado siempre. Un sinfín de sorpresas me esperaba allí, entre aquellos bosques, en mi querida aldeíña, en la casa en la que nací y en la que siempre me sentí tan protegida...

Y no regresé sola. Me acompañó la otra mitad de mi alma; la persona por quien me encuentro en esta existencia. Ella me impulsó a no olvidar mis sueños, me rescató de la oscuridad de la tristeza y construyó para mí un camino que no me diese miedo recorrer, que me llevó al fin a la felicidad de la que todos hablan, la felicidad que buscan prácticamente todas las personas, la felicidad que todos aspiramos encontrar en esta realidad.

Nunca olvidaré aquel día lluvioso en el que al fin apareció ante mí el ineludible momento de regresar a Galicia. Desde que el amanecer tiñó de plata el horizonte, un miedo muy gélido se me aferró al alma y repartió por todo mi ser un sinfín de preguntas que me aterraba compartir con Artemisa. Tenía miedo a que Galicia hubiese cambiado hasta convertirse en una tierra irreconocible para mí. Durante los últimos años de su existencia, la enfermedad terrible que ataca a nuestra Madre Tierra también la había cubierto de desolación y silencio.

Me asustaba muchísimo la posibilidad de que ya no existiesen mis amados bosques, de que mi querida aldeíña no fuese más que un pedacito olvidado de tierra y que ya no quedase nada de lo que yo había amado tanto. Durante el largo viaje que Artemisa y yo tuvimos que hacer para poder llegar a mi tierra, permanecí en silencio, presionándome las manos con impaciencia, luchando contra el miedo que me latía con tanta fuerza en el alma para que no deshiciese la ilusión que también susurraba por dentro de mí.

Artemisa no dejó de hablarme durante aquellas más de seis horas que duró nuestro viaje y calmó sin cesar mi intenso miedo a volar. Tuvimos que tomar dos aviones para poder llegar a Santiago de Compostela y, desde allí, un tren un tanto antiguo nos llevó hasta Ourense.

Nunca podré olvidar con cuánta potencia me palpitaba el corazón. Me parecía que cada latido que me golpeaba el pecho podía deshacer mi voz, mi respiración y mis pensamientos. Apenas me atrevía a mirar a mi alrededor. Tenía muchísimo miedo a encontrarme con alguna imagen que convirtiese en realidad mis tristes temores.

Artemisa no desasió mi mano en ningún momento. Me la presionaba intentando que reaccionase y le prestase atención a mi entorno. Ella sabía muy bien que aquellos momentos eran demasiado intensos para mí. No me preguntaba nada, no me agobiaba con palabras vacías. Sólo permitía que yo viviese aquella realidad tal como mi alma me lo pidiese.

Ningún lugar del mundo puede resistir las caricias de la mano del tiempo. El transcurso de los años modifica la apariencia de cada rincón y aleja sus matices de aquéllos que lo compusieron a lo largo de la Historia. No obstante, cuando al fin me atreví a fijarme nítidamente en mi alrededor, me percaté de que Ourense seguía siendo aquella ciudad romántica, tierna y serena que para mí, cuando apenas había conocido el mundo, era lo más grande que existía. Una pátina de modernidad brillaba en sus calles y en sus edificios más importantes, pero era la misma. No la habían destruido, no habían apagado su antigua voz.

La intensa emoción que sentía me impedía percatarme de lo que sucedía a mi alrededor. Lo único que podía pensar era que estaba allí, en mi amada Galicia, que al fin había vuelto; pero aquellas silentes palabras eran tan poderosas que ni siquiera yo misma era consciente de que las susurraba tan quedamente.

     Lo mejor será que vayamos caminando hasta tu aldea, Agnes —oí que me decía de repente Artemisa. Su dulce voz me extrajo por completo de mi ensoñación—. Tendrás que guiarme. Yo no sé ir —me sonrió nerviosa y emocionada.

     Mi aldea... —musité incapaz de creerme que aquellos momentos fuesen reales. Tenía la sensación de que, de repente, la vigilia me arrancaría de aquel soñado presente.

     Sí, tu aldea. Yo no sé ir —me reiteró ella riéndose—. ¿Qué te pasa? ¿No recuerdas el camino?

     Sí, sí lo recuerdo, pero tendremos que andar durante al menos cuatro horas —le confesé desprendiéndome de la espesura que reinaba en mi corazón.

     ¿Desde cuándo a mí me importa caminar?

La risa de Artemisa me inspiraba ánimo y me entregaba la nitidez que a mi mente le faltaba. Me costaba mucho vivir aquellos momentos, pero me esforcé por guiarla, a través de los caminos que conducían a mi aldea, hacia aquel lugar del mundo donde mi vida había comenzado.

Era cierto que los bosques de mi tierra parecían desalentados, pero, a medida que nos acercábamos a mi querida aldea, los árboles se tornaban más poderosos, más abundantes, más quedos incluso. La naturaleza se espesaba, como si las sendas que recorríamos condujesen hacia el vientre del que nace toda vida, en el que mora el aliento de la Madre Tierra...

Un feroz alivio me inundó el alma cuando, en la distancia, bajo los últimos suspiros de la tarde, percibí que todavía brillaban las pequeñas eras que rodeaban mi aldea y las dulces viñas que moraban entre los bosques. Incluso me pareció distinguir el esplendor del río que bañaba aquel pedacito de mundo que para mí era el mundo entero. No, no había cambiado, no había cambiado...

Durante aquellas horas que permanecimos caminando, un aliento se me aferró al alma y me impulsó a compartir con Artemisa un sinfín de recuerdos que hacía mucho tiempo que no convertía en palabras. La felicidad brillaba en mi voz como jamás había fulgurado antes. Me parecía que aquellos instantes eran los más hermosos que había vivido nunca. Incluso eran mucho más bellos e intensos que los sueños que sin cesar se me repetían noche tras noche.

Y lo que más me animaba era que Artemisa parecía feliz, muy feliz, de vivir conmigo aquellos momentos, de ser parte de esa realidad en la que tanto había anhelado existir. No dejaba de alabar la belleza de esos bosques que yo amaba tanto y la quietud que por doquier exhalaba la calma más tersa, más acogedora y aterciopelada.

Al fin, distinguimos, entre los árboles, un pequeño grupito de casiñas cuya antigua apariencia parecía intangible bajo las primeras brumas de la noche. Me detuve de pronto cuando descubrí que mi aldea todavía existía.

     Artemisa —la llamé tomándola con fuerza de la mano—, es allí, es allí... Es allí, Artemisa, Artemisa...

No pude seguir luchando contra el poderoso llanto que se me esparció por toda el alma, que se adueñó de mi voz y de la claridad de mis pensamientos. Me hallaba precisamente en aquel bosque que tanto me había protegido cuando creía que la vida se tornaba sólo oscuridad para mí. Me hallaba en el fin de aquel camino que podía llevarme hacia el rincón más recóndito de aquella naturaleza que yo tanto había añorado.

     Ven, ven conmigo —le pedí a Artemisa entre lágrimas.

     Pero ¿no quieres que lleguemos a tu aldea? —me preguntó ella riéndose con ternura, sin impedir sin embargo que yo la guiase a través de los árboles.

     Quiero enseñarte algo. Deja allí nuestro equipaje. Nadie nos lo quitará, te lo prometo.

Cuando Artemisa se hubo desprendido de las maletas que transportábamos, entonces empecé a correr entre los árboles, presionándole la mano con una emoción que nunca me había palpitado en el alma. Parecía como si no hubiese pasado el tiempo. Notaba que aquella naturaleza tan hermosa, tan mágica y poderosa me abrazaba, me daba la bienvenida a través de la voz del viento, a través del musitar del agua y de los animales que saludaban con emoción a la preciosa noche que se derramaba sobre nosotras.

     Es aquí —le indiqué deteniéndome justo en aquel rincón del bosque que yo tanto amaba; aquél que siempre me había amparado de la mirada de aquellas personas que podían herirme con su incomprensión y su temor—. Aquí me protegía yo siempre y... aquí aprendí a amar a nuestra Diosa.

Artemisa no podía contestarme. Su silencio me desveló que estaba tan emocionada como yo y que ella también tenía el alma anegada en felicidad, en alivio, en conformidad.

     Aquí también brillan las estrellas —me comunicó susurrando admirada.

Jamás podré describir lo que yo sentía en aquellos momentos. Ni siquiera notaba que lloraba. La certeza de que de nuevo había vuelto, de que me hallaba allí, en aquellos bosques, en mi amada tierra, destruía cualquier pensamiento que desease asomarse a mi mente.

Me agaché lentamente y acaricié la tierra con mis manos, me aferré a su poderosa fuerza, a su húmeda presencia mientras, con una voz llena de lágrimas dulces, al fin lágrimas de alegría y alivio, musitaba:

     Volvín, Galicia, Galicia... Xa estou aquí, miña amada terra. Volvín, Galicia, e xúroche que nunca máis me irei do teu lado. Xúroche que xamais me arrincarán do teu lado, xamais, xamais. Non volverei abandonarte nunca máis, nunca máis, nunca máis.

Entonces tuve la sensación de que la voz del bosque se callaba. MI alma se quedó en silencio, temblando levemente, y una quietud aterciopelada me envolvió como si de una cálida y acogedora manta se tratase; pero, de pronto, como si precisamente aquel silencio que invadía la naturaleza despertase mis más profundas emociones, noté que el corazón comenzaba a latirme impulsado por una feroz nostalgia que me hizo experimentar un ineludible y vigoroso llanto.

Empecé a llorar con mucha más intensidad sin saber en realidad por qué plañía, sólo sintiendo que aquellas lágrimas y aquellos suspiros que me agitaban el alma se llevaban al fin toda la morriña que siempre me había inspirado el recuerdo de mi amada tierra. Se marchaba de mi interior la poderosa nostalgia que había ensombrecido tanto mi vida; la que, durante tanto y tanto tiempo, me había impedido captar los matices más hermosos de cada instante. Lloré desahogando toda la añoranza y la tristeza que siempre moraron en mi corazón. Lloré percibiendo que se cerraban al fin todas las heridas que la vida me había horadado en el alma. Se me curó el alma para siempre, absoluta e irrevocablemente para siempre.

Noté que Artemisa se agachaba junto a mí y me abrazaba con un cariño que intensificó y profundizó mi llanto; un llanto que brotaba de la felicidad más desgarradora y de toda la nostalgia que había sentido hasta entonces. Tuve la sensación de que el mundo que tanto me había herido en el alma desaparecía y que solamente quedaba ese pedacito de tierra que para mí era mi vida. Saber que era Artemisa quien me protegía contra su pecho y quien compartía conmigo aquellos dulcísimos y tan soñados momentos me emocionó mucho más.

     Artemisa, al fin, al fin, al fin, al fin, al fin regresé. Por fin estoy aquí, por fin, por fin —le decía entre lágrimas, riendo a la vez que lloraba; algo que sólo puede ocurrirnos cuando somos sinceramente felices.

     Sí, cariño, has vuelto, y nunca más te alejarán de tu tierra. Te lo prometo. Nunca más tendrás que marcharte.

     Gracias, gracias por acompañarme, por estar a mi lado en un momento tan importante, por querer vivir conmigo aquí...

     Gracias a ti por traerme contigo.

     No podría ni quiero estar con nadie más.

Artemisa, entonces, se acercó más a mí y me besó con una dulzura muy tierna. Con aquellos besos que tanto me acariciaban el alma, me hizo sentir que me quería más que nunca, que el lazo que nos unía se tornaba inquebrantable, poderoso y eterno; como el lazo que me unificaba con mi amada tierra.

El sentido de mi vida regresó a mí, invadiendo toda mi alma, volviendo luz mis más oscuros recuerdos. Un ánimo inquebrantable se me adentró en el corazón y, desde entonces, nunca perdí esa esperanza ni esas ganas de vivir que experimenté al regresar a mi tierra. Desde aquella noche, al fin, jamás volvieron los ataques de pánico ni tampoco la asfixiante tristeza que me arrebataba todo lo que yo era. Mi aliento no tembló nunca más. El alma ya no se me quebró más.

En cuanto tañí la tierra con mis manos, en cuanto supe, con toda la certeza que puede caber en un momento, que había vuelto a Galicia, se esfumó para siempre la presencia de la enfermedad. No volví a ser nunca más aquella mujer tan temerosa que podía perder la calma inesperada y tristemente. Nací de nuevo, aquella noche de primavera. Y fue también la presencia de Artemisa, su cariñosa compañía y su indestructible apoyo, la que fortaleció mi felicidad y mi aliento.

Nos alzamos del suelo y, notando latir mi corazón con una vida con la que no había palpitado antes, sintiendo en nuestra piel la frescura de la anochecida, nos dirigimos hacia mi aldeíña, cuyas casas de piedra nos daban la bienvenida desde los últimos suspiros del ocaso. Las estrellas ya brillaban, sólo el viento rompía el silencio que nos rodeaba y el olor a tierra mojada se nos introdujo en lo más hondo del alma.

Justo cuando estaba a punto de llegar a la casa en la que había nacido, nos encontramos con mi tío Damián (aquel hombre que quiso impedir que me arrancasen de mi tierra), quien parecía estar aguardando nuestra llegada desde hacía varias horas. Fue él quien nos recibió como si siempre hubiésemos formado parte de su vida; con un cariño similar al que los bosques nos habían entregado. Él fue quien me condujo de regreso a aquella morada de piedra ya tan antigua que todavía albergaba tanta vida y protección.

Cuando entré en mi casa después de más de treinta años sin estar allí, una lluvia de recuerdos cayó sobre mí, regresó a mi alma el entrañable olor de todos sus rincones, me acarició el silencio pétreo que siempre me acogía... Me parecía que el tiempo no había transcurrido. Si cerraba los ojos e inspiraba tranquila y hondamente los aromas que me rodeaban, podía reencontrarme con aquella niña que tanto había llorado por no poder impedir que la alejasen de su hogar. De pronto sentí latir en mí la voz de mi inocencia; aquélla que empezó a morir justo aquel amanecer en el que principió el fin a aquella vida solitaria en la que yo, sin embargo, nunca me creí abandonada... No pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas, nuevamente. Titubeé sin saber adónde tenía que dirigirme, qué debía hacer ni cómo tenía que reaccionar. Aunque hiciese tantos y tantos años que no me hallaba allí, noté con mucha fuerza que todavía había mucho de mí en aquella morada tan antigua en la que habitaba aún el eco de todos mis sentimientos y mis deseos.

Mi tío Damián y Artemisa aguardaban tras de mí a que hiciese algún movimiento que les indicase que ya me sentía capaz de empezar a recorrer los pasillos y las estancias que formaban aquel hogar tan especial para mí. Cuando al fin me dispuse a dirigirme hacia la que había sido siempre mi alcoba, me siguieron con el alma pendiéndoles de un hilo, sabiendo que aquellos momentos eran demasiado importantes e intensos para mí.

MI corazón estuvo a punto de detenerse cuando descubrí que mi habitación estaba tal cual la abandoné aquella madrugada en la que intenté huir de mi madre y de la obligación de marcharme de Galicia. Nada había cambiado. MI madre nunca tocó nada de lo que allí había. Sólo estaba limpia y muy bien ordenada.

Había, sobre la mesa de madera en la que yo siempre solía leer y escribir, un misterioso montonciño de sobres. En cuanto los descubrí, mi tío Damián enseguida me explicó que mi madre me había escrito un sinfín de cartas que nunca pudo entregarme, pues no sabía adónde enviármelas y tampoco tenía la esperanza de que yo quisiese leerlas.

No dudé ni un instante de lo que había que hacer. Las tomé entre mis manos. Deseaba leerlas cuanto antes, pero no me atrevía a hacerlo. Era plenamente consciente de que las palabras de mi madre me rasgarían el corazón y me harían experimentar una impotencia insoportable y muy hiriente; pero, sin prestarles atención a mis miedos, abrí la primera que tenía ante mí y deslicé atenta y nerviosa los ojos por las confusas letras de mi madre.

En todas ellas, mi madre me solicitaba que la perdonase, me aseguraba que se arrepentía profundamente de todo el daño que me hizo, me juraba que le gustaría volver atrás en el tiempo y deshacer el día en el que me alejó de allí y me confesaba por qué siempre se había comportado de aquel modo tan incomprensivo e injusto conmigo. Además, me desveló que la casa en la que siempre había vivido y las tierras que le pertenecían eran mías, siempre lo fueron, y que, cuando ella muriese, yo sería su única heredera.

Tal como había intuido, las palabras de mi madre me deshicieron el alma. No podía entender por qué el destino no nos había permitido reencontrarnos, no entendía por qué nunca se le había presentado la oportunidad de localizarme para poder hablar conmigo. Yo hacía ya demasiados años que la había perdonado, que había olvidado todos los errores que cometió. No tenía sentido que ella hubiese vivido con esa pena tan honda en el corazón. Quise asegurarle, desde la distancia insalvable que nos separaba, que no le guardaba ni el menor ápice de rencor, que incluso quedaban en mí pedacitos del amor que una hija tiene que experimentar hacia la mujer que le dio la vida. A mí nunca me costó perdonar, por lo que tampoco me sorprendía que no le reservase a mi madre ni la más sutil sombra de todas esas emociones horribles que su comportamiento alumbró en mi ser alguna vez.

Me gustaría liberar todas las palabras que me escribió para deshacer cualquier ápice de oscuridad que pueda enturbiar su recuerdo. No deseo que su nombre y su existencia queden teñidos por el rencor. Ansío que en la Tierra no quede ni siquiera la más delicada estela de ese resentimiento que alguna vez pude experimentar hacia ella... Por eso transcribiré la carta que más me acarició el corazón y que más me hizo llorar; la que más me conmovió y me hizo arrepentirme de no haberla buscado nunca para asegurarle que siempre pude perdonarla...

«Queridiña filla miña:

Non sei se teño dereito a chamarte deste xeito. Quizais penses que hai moito tempo que ti deixaches de ser a miña filla o eu a túa nai, pero eu nunca esquecín de que naciches das miñas entrañas, do meu corpo, e levas en ti un gran anaco da miña alma e da miña maneira de ser.

Nesta carta, quero dicirche moitas cosas que sempre quixen que souberas. Arrepíntome moitísimo de todo o que te fixen, Agnes. Sei que pensas que non souben coidarte, que fun una nai horríbel e inxusta, pero o único que eu desexaba era protexerte. Si, quería protexerte, Agnes. Aínda que che custe crelo, eu era e fun sempre coma ti. Eu tamén tiña todas esas capacidades que ti tes, que sempre tiveches e que seguramente aínda tes. Eu sempre fun unha nena moi especial, coma ti. Cando era unha rapaciña moi pequena, podía saber o que lles ocorrerían as persoas que eu quería, pero nunca fun quen de confesalo. E, cando descubrín que ti tamén tiñas esas facultades que a min tan infeliz me fixeron sempre, o mundo caeu sobre min. Eu non quería que ti sufriches o que eu sufrín na miña vida, sempre calando, sempre sendo diferente. A túa avoíña tamén era coma nós, pero ela si soubo vivir feliz e conforme có súo xeito de ser e non se agochaba de ninguén. A xente a quería porque era moi especial, porque era moi boa persoa e sempre axudou a todos aqueles que se achegaban a ela, pero nós sempre fomos diferentes. Eu non quero escusarme, pero quero que entendas por que sempre tiven tanto medo. Non quería que che fixesen dano. Se repito as miñas palabras, é porque non sei como dicir todo o que sinto. Eu tamén podía ver o futuro, eu tamén era esa meiga que todos pensaban que ti eras, e non quería que ti sufriches o rexeito de todos os veciños. Afasteiche de nosa terra porque estaba convencida de que poderías curarche da esta doenza. Eu só quería protexerte da incomprensión das persoas que non poden aceptar que haxa seres tan máxicos, pero equivoqueime, equivoqueime moitísimo, queridiña, e sempre o souben. Tampouco souben entender o grande que era a túa alma, o fermoso que era o teu corazón. Fun sempre moi pequeniña diante as túas facultades. Non souben comprenderte e iso é o que máis dóeme no máis profundo das miñas entrañas.

Sei que non teño dereito a pedirche que me perdoes, pois fun moi cruel contigo, pero non quero morrer sen pedirche perdón, sen dicirche que me arrepinto moito de todo o que che fixen, Agnesiña. Boteiche moitísimo de menos sempre. Hai moito tempo que desexaba atoparte para poder confesarche todo o que sinto, pero non sabía como facelo. Chamei ao hospital nel que pensaba que estiveras, pero dixéronme que alí nunca tiveron una paciente que se chamase Agnes. Aquilo desconcertoume moitísimo, tanto que chorei durante moitas horas... Onde estiveches, queridiña? Que fixeron contigo? Onde che levaron, miña filla? Eu pensaba que nese lugar nel que quería que estiveras poderías estar ben, pero nin sei onde viviches todos estes anos.

Pero nunca perdín a esperanza de poder falarche, por iso agora estou a escribir esta carta que tanto gustaríame que leses. Agnes, eu aínda quérote moitísimo e teño moitas cousas que contarche. A miña casa e as miñas veigas son túas, Agnes. Cando eu morra, todo o que teño será teu. Xa escribín o meu testamento. Ademais, o teu tío Damián axudarate cando veñas. Nesta aldeíña nunca estarás soa, Agnes. Todos coñecen o que ocorreu e arrepíntense do dano que eles tamén che fixeron. Aquí tes a túa casa, a túas terras, o teu fogar, Agnes. Se desexas visitarme antes de que chegue o meu fin, podes facelo, queridiña. Eu necesito moito darche una aperta e todos os biquiños que non che din.

Se non queres saber nada máis de min, entendereino, Agnes. Teño o meu corazón cheo de tristura e impotencia. Necesito o teu perdón para poder irme desta vida. Deus non poderá perdoarme nunca todo os erros que cometín, pero, se teño o teu perdón, poderei partir máis serena cara a morte...

Aínda me lembro de todas aquelas ocasións nas que me pedías que non te afastase de Galicia, todas aquelas veces que me dixeches que Galicia era o teu único fogar... O máis horríbel é que eu o sabía e eu non quería escoitarte porque sabía que, se o facía, non podería ser forte e eu desexaba que ti foses feliz noutro lugar nel que ninguén te rexeitase por como eras, pero todo foi un erro, Agnes, un triste erro que nunca puiden perdoarme...

Despídome con moitos bicos y apertas, apertas moi fortes, para que as sintas na distancia que nos separa, que che separa da túa terra, que tamén te espera con o corazón cheo de esperanza, Agnes.

Ánxela Meilán»

Descubrir que mi madre se arrepentía de cómo se había comportado conmigo me alivió profundamente, me arrancó del alma las cicatrices de aquellas heridas que no se me cerraron definitivamente hasta que regresé a mi tierra. No podía guardarle rencor a mi madre porque, aunque hubiesen sido horribles los años que permanecí lejos de Galicia, también, gracias a que estuve en otro lugar, pude reencontrarme con Artemisa, la otra mitad de mi alma. Todos los hechos que nos ocurren, por muy dolorosos que sean, llevan en su seno un porqué, llevan tras de sí una razón que los une a nuestro destino.

Entonces noté que se cerraba definitivamente la puerta que me separaba de aquellos años terribles que tanto me había costado soportar. Se cerraba para no volver a abrirse más, para no dejar pasar a través de sus rendijas ni el menor soplo de ese aire que podía traerme el olor de los desalentadores recuerdos que siempre guardaría en mi memoria, aunque éstos me hiriesen. Ya no me dolió más mi pasado ni tampoco tuve miedo a evocarlo. De él había aprendido también a ser fuerte. De todas las experiencias terribles que me habían golpeado pude extraer muchísima sabiduría y serenidad.

Empezó, al fin, aquella vida en la que tanto había soñado existir con Artemisa. Regresamos juntas a aquel pasado que había quedado pendiendo de nuestra muerte, recuperando todo lo que habíamos ansiado tener. Y no estuvimos solas. Mi tío Damián nos ayudó día y noche, nos proporcionó todo lo que necesitábamos, aceptó nuestra presencia, nos acogió en su vida y nos quiso como nadie lo había hecho hasta entonces. Además, las personas que habitaban en aquel entonces en mi aldeíña tenían el alma anegada en una bondad y en una magia que esplendían mucho más que todas las estrellas del firmamento unidas en un único fulgor. Todos, enseguida, nos unimos creando la familia más leal y hermosa.

Todos nos introdujimos en una vida distinta llena de lucha y bendiciones, lucha por cada nuevo amanecer, por nuestra vida. Aunque dispusiésemos de la ayuda de todos los que habitaban allí, tuvimos que esforzarnos por construirnos nuestra nueva existencia, pero nunca nos desalentamos, nunca. Pugnamos contra el abandono para que éste no deshiciese la magia que moraba en las calles de mi aldeíña. Cuidamos siempre de los bosques que rodeaban nuestro hogar e incluso nos atrevimos a devolverle a aquel rincón del mundo la vida que el paso del tiempo le había arrebatado. Cultivamos de nuevo la terriña olvidada, replantamos robles y pinos para revivir aquellos pedacitos de naturaleza que estaban desalentados y le entregamos a nuestro eterno hogar la mayor parte de nuestra energía para que nunca más volviese a apagarse su nostálgica luz.

Anhelo que esas experiencias también se mezclen con el viento del tiempo para que nunca queden olvidadas, pero en esta narración ya no caben más instantes. Quizá algún día vuelen lejos de mi alma o de la de Artemisa esas palabras que desvelarían todos esos hermosísimos recuerdos; pero creo que por el momento ya hablamos suficiente. Desde que regresé a mi tierra, recuperé lo que siempre fui de veras. Y ahora, cuando ya transcurrieron tantos años de aquella noche tan hermosa, sé que ya puedo morir en paz, pues para siempre me protegerá el abrazo de la tierra.

 

FIN

 

2 comentarios:

  1. Es una sensación agridulce. Por un lado, feliz por este final que acaba tan bien para las protagonistas. Sabía que este era el final, pero leerlo es la confirmación, la forma de sentirte en paz y como decirlo, quedarte más tranquilo. Es comos saber que una tarta de chocolate está muy buena pero necesitas probarla para quedarte satisfecho. Por otra parte, me siento algo trise porque es el final de la historia, el final de una etapa. Han sido muchos meses de lectura,entre El abrazo de la tierra y Calderos de magia y luz.

    Sé que hay mucho más, han vivido muchas experiencias, momentos malos (como cuando Artemisa se marcha tres años, Agnes se intenta suicidar, la aparición de Casandra, la muerte de Neftis, la enfermedad de Gaya y su muerte...muchas cosas, que tenemos la suerte de conocer, si no, nos sentiríamos con ganas de saber que es lo que viven durante todos esos años. No aparecen todos estos personajes, pero es que no es necesario, conocemos lo que pasó con ellos, necesitamos centrarnos en ellas.

    El momento en el que llega a Galicia es muy mágico, uno de los momentazos de la novela, algo que deseas leer con ansias desde que se marcha. Se palpa la emoción, la sensación de alivio al encontrarlo todo intacto, la alegría de volver por fin. Es algo así como una madre que busca a su hijo, y al fin lo encuentra después de tantos años.

    Han sido muchos años, 30 desde que la obligaron a marcharse. Es lo que veía desde el principio, que esta era la cura para su enfermedad, pero nadie era capaz de verlo. Es llegar y curarse por completo. Cuanto sufrimiento se habría ahorrado la pobre de haber podido regresar antes. Es cierto, no habría conocido a Artemisa, pero es que ha sufrido lo que no está escrito (mentira, está escrito jajaja).

    Que su madre le haya dejado la casa y las tierras es una forma de enmendar sus errores. Que su habitación siga intacta es otra muestra de que su madre estaba arrepentida y que esperaba que regresase algún día. Es difícil perdonarla, la verdad. Agnes no vive con odio en su corazón, no sé si es una virtud o que ella trabaja para que en su vida no exista el odio, pero es sin duda la mejor opción y una suerte. Vivir odiando, o con rencor en tu corazón no es sano, es mejor perdonar, olvidar y seguir adelante. Yo creo que terminaría perdonando, es su madre, pero...es que ha sido tremendamente dura, ha sido radical, tanto que la destruyó. Debió seguir investigando, debió luchar más por ella. Morir sin saber si tu hija te odia o te perdona...es terrible. Encima, le confiesa que ella es igual de especial, que tiene la misma magia y que sabe lo que es. Eso me sorprende, porque aunque intentara protejerla, sus acciones hicieron todo lo contrario, no la protegió en ningún momento, la destruyó, la aniquiló. Desde su experiencia, debería haberle hablado,ayudado para que pudiese convivir con sus facultades especiales y que el mundo no la hiriese. Se equivocó mucho,y yo creo que al final el karma le pasó factura. No me alegro por su triste final, pero tampoco me puedo echar las manos a la cabeza por eso.

    Agnes y Artemisa por fin alcanzan la felicidad, esa que tanto deseamos. Es cierto, hay problemas en todas partes y las cosas no siempre son tan perfectas, pero el entorno y estando juntas, las adversidades se superan mucho mejor.

    Me alegro de haber podido seguir sus vidas, sus historias. Hemos compartido muchos momentos juntos, he sufrido y vivido junto a Agnes todos y cada uno de sus sentimientos. Ha sido intenso, emocionante y sobretodo, mágico.

    Me queda hacer una valoración general de la historia, así que voy a ello. Gracias por compartir conmigo esta historia, que sé que forma parte de ti, que esconde muchos de tus sentimientos, de tus pensamientos más íntimos y profundos. Me siento afortunado por poder vivirlos y que me hayas permitido formar parte de este mundo que has creado. Muchas gracias, Ntoch. ¡Ahora que hago sin Agnes y Artemisa! Las echaré de menos.

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  2. Qué hermoso final para tan hermosa novela. Tal vez porque el universo tiene algún tipo de justicia cósmica, Agnes va sellando las heridas del pasado. Eso es palpable cuando dice que

    Entonces noté que se cerraba definitivamente la puerta que me separaba de aquellos años terribles que tanto me había costado soportar. Se cerraba para no volver a abrirse más, para no dejar pasar a través de sus rendijas ni el menor soplo de ese aire que podía traerme el olor de los desalentadores recuerdos que siempre guardaría en mi memoria, aunque éstos me hiriesen. Ya no me dolió más mi pasado ni tampoco tuve miedo a evocarlo. De él había aprendido también a ser fuerte. De todas las experiencias terribles que me habían golpeado pude extraer muchísima sabiduría y serenidad.

    Pero antes de eso llega a casa, me encantan los momentos previos porque demuestran algo que siempre he pensado, y es que el viaje, el camino, es parte importante y gozosa, tanto y más como alcanzar el destino final. Agnes vuelve, vuelve a su hogar, a Galicia, a la lluvia, pero además no vuelve sola, sino con quien la completa, y aunque fue terrible su salida posiblemente con el tiempo le parezca que todo ello era necesario, al menos en parte, porque de haber seguido todo su curso natural posiblemente no habría llegado a convertirse en la persona plena que finalmente ha llegado a ser.

    Llega andando, sintiendo la tierra, despacio, empapándose del paisaje, llenándose de su polvo. Es tan bonita la descripción de las casas de piedra, la llegada entre dos luces, a esas horas en que todo parece irreal y más hermoso... es una entrada con todos los sentidos, con el olor, con la vista, con el oído y el olfato... está genial.

    Y la casa sigue ahí, su cuarto sigue ahí, para poder enganchar con su pasado. Falta su madre y, ¡oh sorpresa! Era meiga, como Agnes, como su abuela... es triste imaginar qué presiones y humillaciones tuvo que sufrir esa pobre mujer para reaccionar así contra su hija. Se arrepintió, pero ya nunca logró coser el desgarro, y su vida y su muerte posiblemente tuvieron un sufrimiento comparable al de Agnes, y quién sabe si no mayor. Espero que de algún modo pueda ver con una sonrisa que su hija volvió y le envía su perdón.

    Las cartas están escritas en un gallego tan bonito, tan dulce, que cuesta imaginar que quien las redactó fue esa misma mujer, dura e insensible, de los primeros capítulos. No importa, ya pasó. Y es que este final no es un final, es un principio, y eso es justamente lo que más me gusta del libro: que no cierra ni termina, que nos enseña que la vida es como esa serpiente cósmica que se muerde la cola, que no hay final, que todo son ciclos, que no hay principios. Está en nosotros buscar y encontrar la felicidad, pero siempre la podremos hallar si la buscamos sabiamente y con esperanza.

    Han sido muchas páginas de sensibilidad, de tener el corazón en un puño, de temer por Agnes, de lamentarme por Neftis, o por Gaya, o por... da igual. El viaje es el camino. Y lo último que escriba quiero que sea algo que dice Agnes y resume toda la novela en una frase:

    Empezó, al fin, aquella vida en la que tanto había soñado existir con Artemisa.

    ¿Te has dado cuenta de que esta frase es un microrrelato? Da para una tarde entera de reflexiones. Así es lo que escribes, así es como escribes; porque te diriges al corazón y a la cabeza, tu libro entra por los ojos y por los oídos, entre sus páginas he sentido la necesidad de escuchar música, de beber té, de encender incienso. Es una historia tan linda que no puede ser leída solo una vez: gracias por traerla de tu mundo al de todos.

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