Capítulo 27
Llamas de rabia
La noche se volvió mucho más
oscura para Agnes cuando Némesis y ella se alejaron de Artemisa, dejándola sola
y amedrentada en medio de los árboles, encerrada en aquellas brumas tan espesas
que le impedían atisbar el brillo de las lejanas estrellas. En algunas
ocasiones, mientras regresaba a su hogar, Agnes se había planteado la
posibilidad de quebrar la valentía y la seguridad en las que se protegía y
volver junto a Artemisa para calmar su miedo entre sus brazos, para abrazarla
contra su pecho asegurándole que nadie le haría daño jamás mientras ella
respirase. Deseaba destruir con saña (para que nunca más volviesen a erigirse)
los muros que de repente las habían separado, lanzándolas a realidades
completamente opuestas; pero entonces recuperaba la fortaleza que le había
permitido enfrentarse al poder de Artemisa siendo capaz de esconder los
verdaderos sentimientos que se encerraban en su alma trémula y herida.
Aquellos pensamientos tan
confusos fueron un puñal que rasgó lentamente la apatía y la frialdad que
habían guiado su comportamiento. Cuando estaba a punto de llegar a su cabaña,
Agnes notó que la mujer que la volvía tan imponente y poderosa había comenzado
a morir en los brazos de la nostalgia, de la desesperación y de la tristeza.
Como la presa que impide el
fluir de un agresivo río, se deshizo el muro que retenía las verdaderas
emociones que le anegaban el alma y entonces éstas se derramaron por todo su
ser, destruyendo el pequeño ápice de cordura que la había mantenido enlazada a
la realidad extraña en la que existía. Entonces Agnes notó que el desaliento
más oscuro y gélido creaba un vacío en su corazón por el que cayeron la
valentía y la seguridad que hasta entonces le habían impedido desmoronarse y la
habían protegido de la Agnes real que se escondía en aquella alma ya tan
torturada por las injusticias de la vida.
Cuando la rodeó la soledad que
moraba en su hogar, cuando intentó buscar calor en su lumbre ya extinguida y
cuando se percató de que lo único que la rodeaba era oscuridad y vacío, Agnes
comenzó a llorar desgarradora y desconsoladamente.
Ansiaba destruir aquella
estúpida fortaleza que tanto intimidaba a Artemisa, ansiaba deshacer para
siempre el miedo que le inspiraba a Artemisa; aquél que, sin duda, sólo había
nacido de los labios de Neftis. Neftis era la que había provocado aquella
horrible situación. En aquellos momentos, Agnes se había olvidado de que había
sido ella misma la primera en asustarse al ser consciente de que Artemisa
estaba a punto de llegar a su vida. Era incapaz de evocar el recuerdo de
aquellas noches en las que se había esmerado por celebrar rituales que
fortaleciesen su magia e intensificasen su poder. Necesitaba buscar algún
culpable de aquellos espantosos y tristes hechos y lo hallaba en Neftis, en
aquella mujer celosa que seguramente sólo deseaba separarlas.
Se preguntaba por qué la vida
no podía ser más amable con ella, por qué, desde que la habían arrancado de
Galicia, apenas había sido capaz de encontrar los matices más hermosos de cada
instante. Era cierto que, durante los primeros años que había morado en
aquellos lares, había sido medianamente feliz junto a Gaya, Némesis y Gilbert,
pero en aquellos momentos de su existencia ya no le quedaba nada. Había perdido
el amor de aquellas personas que tanto la habían protegido, cuidado y querido
como si fuese su hija. Sólo Némesis continuaba junto a ella, fiel y leal, quizá
mucho más fiel y lealmente de lo que jamás hubiesen estado a su lado las
personas que había conocido. Y, además, Artemisa, con su magia, la intimidaba
profundamente, la tornaba de polvo, la volvía insignificante. Ni siquiera en
aquellos instantes Agnes recordaba que era Artemisa quien se sobrecogía
infinitamente cuando ella la miraba. Había desaparecido la estela de su poder y
se había marchado también la presencia de aquella mujer que tan valiente le
facilitaba comportarse, dejándola irrevocablemente a solas con la insania.
Además, recordaba,
incesantemente, como si aquéllos fuesen los únicos instantes que componían sus
días, lo que había ocurrido cuando había llegado al valle sagrado dispuesta a
compartir con los demás miembros del aquelarre el ritual de Beltane. Evocaba
sin tregua la horrible forma como Neftis y Gaya le habían hablado y también las
estremecedoras miradas que todos le habían dedicado. Le costaba muchísimo
entender por qué nadie la había acogido en aquellos momentos tan mágicos, por
qué la habían tratado así, con tanta repulsión, con tanto odio y desprecio;
pero lo que más lamentaba, por encima de todas las cosas, con una intensidad
asfixiante, era haberse comportado de ese modo tan espantoso con Artemisa.
Aunque apenas pudiese recordar los oscuros momentos que había vivido con ella
en el bosque, no dudaba de que la mujer que había interactuado con Artemisa no
se asemejaba en absoluto a la que ella siempre había sido. Nunca se habría
dirigido a Artemisa con aquel rencor y aquella desconfianza tan gélidos, nunca,
ni tan sólo si ella la rechazaba con saña.
— Némesis,
non sei que fixen. Nemesiña, eu non era quen falaba así, eu non podía dominar
as miñas palabras nin o meu xeito de falar. Némesis, eu non quero ser así, tan
desprezable. Por favor, Némesis, dime que non é verdade que lle falei a
Artemisa con tanto odio e rancor, por favor. Dime que todo foi un horríbel
pesadelo... Se é verdade que xa non son quen fun sempre, quero morrer axiña,
axiña... Eu non quero facerlle dano a Artemisa. Eu o único que desexo é
protexela de min, da miña alma ferida, da miña tolemia... Némesis, por favor,
dime que todo foi un soño... Non podo aturar a muller que vive agora en min,
non podo...
Némesis no soportaba que Agnes
llorase así, tan profundamente, con tanta desolación. Le parecía que, si Agnes
se derrumbaba, el mundo perdía toda la hermosura que lo impregnaba, la noche se
tornaba mucho más oscura e impenetrable y ni siquiera cabía la posibilidad de
que existiese un leve amanecer que quebrase aquellas sombras que tanto la
intimidaban. A Némesis no le gustaba la noche, no le gustaba la oscuridad. Se
perdía entre los árboles cuando aquellas brumas tan absorbentes y nocturnas la
envolvían, cuando no era capaz ni de detectar la presencia de los remotos
astros. Sus ojos no estaban acostumbrados a atravesar con su poder aquellas
tinieblas tan insondables. Y mucho menos se creería capaz de respirar cuando la
luz del día no brillaba si Agnes se hundía de ese modo.
Ansiaba pedirle que renaciese,
que no permitiese que el desaliento la amedrentase así, pero ya no tenía voz.
Notaba que la tristeza que le anegaba el alma a Agnes se había encerrado también
en sus ojos cristalinos y dorados. Entonces, Némesis deseó, con una intensidad
desgarradora, vengar el dolor de Agnes, vengarla por todo el daño que le habían
hecho, por el modo como la trataban, por cómo la habían rechazado todos.
No dudaba de que era Artemisa
la principal causante del sufrimiento de Agnes. Aunque jamás se hubiese
marchado del alma de Agnes aquella nostalgia tan punzante que ensombrecía su
existencia, Agnes había podido vivir serenamente hasta antes de que Artemisa
apareciese. La llegada de Artemisa a su presente había derrumbado
definitivamente la estabilidad de sus frágiles sentimientos. Agnes había
empeorado muchísimo desde que Artemisa se había mezclado con su vida.
—
Estou soíña, Némesis. Ninguén me quere... Agora si
é verdade... Némesis, Nemesiña... non me deixes soa nunca... —le pedía deshecha en llanto mientras
la acariciaba.
Némesis buscaba constantemente la mirada de Agnes, pero sus ojos estaban
inundados de unas lágrimas que ni siquiera le permitían captar las sombras que
la rodeaban. No había ninguna luz que alumbrase aquellos instantes. Agnes ni
tan sólo se había dignado encender la lumbre o alguna delicada vela que
quebrase aquella profundísima oscuridad; pero parecía como si aquello no
importase, como si nada importase, realmente.
De pronto, Némesis entendió que debía actuar antes de que fuese
demasiado tarde, antes de que el dolor que Agnes sentía se volviese
completamente destructivo y deshiciese para siempre la cordura de su querida
amiga. Se separó ágilmente de Agnes y se dirigió hacia la alcoba en la que
ellas siempre solían dormir. Agnes advirtió enseguida que Némesis le pedía, con
sus gestos y su mirada, que se protegiese en aquel lugar cuanto antes. No
dudaba de que Némesis le rogaba aquello porque anhelaba ampararla de algún
peligro que la acechaba desde las sombras de la noche. Así pues, tras quitarse
rápidamente la guirnalda y vestirse con su ropa de dormir, se acomodó en
aquella cama tan confortable y cálida y, como si el sufrimiento que le inundaba
toda el alma la hubiese agotado inmensamente, poco a poco se quedó dormida
entre sus lágrimas, entre los rescoldos de aquel llanto que tanto le había
agrietado el corazón.
Cuando Némesis se hubo asegurado de que Agnes se hallaba sumida en aquel
sopor que la distanciaba de la horrible realidad que vivía, entonces se alejó
de ella y salió de aquella cabaña tan acogedora para lanzarse a la oscuridad de
la noche. Ignoró el leve temor que se le repartió por todo el cuerpo cuando
aquellas hondas sombras la rodearon. Sólo junto a Agnes se había atrevido a
desplazarse entre los árboles mientras la noche reinaba. No obstante, deseaba
ser valiente. No quería que sus miedos la detuviesen. Comenzó a dirigirse
rápidamente hacia la cabaña de Artemisa. Conocía perfectamente el camino que
debía recorrer, pues había seguido a Agnes en todas aquellas ocasiones en las
que ella se había aproximado al hogar de aquella mujer que le había destrozado
tanto la vida. Además, Némesis podía captar con su lengua el olor de Artemisa
escondido entre la hierba y entre las raíces de los árboles.
Siguió su rastro hasta que advirtió que cada vez se hallaba más cerca de
su cabaña. El alivio y la valentía más feroces se apoderaron definitivamente de
su corazón cuando descubrió que ya había llegado junto aquel hogar que tan
protector parecía y en el que, sin embargo, moraba la amenaza más horrible.
Buscó el modo de entrar en la cabaña de Artemisa, pero enseguida
descubrió que la puerta de aquel hogar estaba herméticamente cerrada. Sin
embargo, al instante notó que, por una ventana que tenía los postigos
entornados, se escapaba el cálido aroma de la lumbre y los reflejos de aquellas
llamas que quebraban las sombras de la noche.
Némesis, con muchísimo sigilo, se adentró en aquella morada tan
entrañable empujando con su poderoso cuerpo los postigos de aquella ventana. Al
fin, la rodeó la calma que dormía junto a Artemisa en aquella cabaña y se quedó
quieta, intentando acostumbrar sus ojos a la tenue luz que emanaba de la
chimenea.
Descubrió a Artemisa durmiendo en un rincón de la cabaña. Se percató
enseguida de que Artemisa vivía más precariamente que Agnes. Un colchón (que
parecía bastante mullido), una almohada blandita y unas mantas de lana formaban
la cama en la que se protegía. Aquella cama reposaba sobre unas gruesas
alfombras que, seguramente, combatirían el intenso frío de las noches de
invierno; pero Némesis no entendía por qué Artemisa dormía con la lumbre
prendida si aquella noche era tibiamente espesa.
Se acercó cautelosamente a ella, intentando no hacer ruido, y entonces
la miró con una inquebrantable curiosidad por primera vez desde que ella se
había adentrado en su calmada existencia.
Artemisa dormía profunda y plácidamente. Se cubría con una gruesa manta
de lana y tenía hundida la cabeza en una horonda almohada que a Némesis le
pareció en exceso confortable. Un ondulado mechón de sus cabellos le cruzaba la
frente, ocultándole levemente su ojo izquierdo, perdiéndose después por la
frondosidad de su rizosa y nocturna melena.
Parecía tan indefensa, tan frágil... Némesis se preguntó cómo era
posible que una mujer de cuya presencia emanaba tanta quietud y calma pudiese
herir con tanta saña, tan sólo con su magia, a alguien tan poderoso como Agnes.
Mas Némesis sabía que ninguna criatura existente, ni siquiera la más
invencible, resistiría el poder de su veneno. Némesis, instintivamente, sabía
que su veneno era uno de los más mortíferos de la Tierra. Podía derribar con
una de sus mordeduras al animal más grande y feroz. Y Artemisa moriría con una excesiva
brevedad si la atacaba, si hundía sus colmillos en su frágil cuello.
No obstante, Némesis no quería matar a Artemisa de un modo tan
desvelador. Sabía que, en cuanto encontrasen su inerte cuerpo, enseguida
podrían adivinar por qué había abandonado la vida. Las señales que su veneno
dejaba eran indelebles y profundamente evidentes.
Némesis miró a su alrededor, analizando todos los detalles que formaban
su entorno. Cuando sus ojos se hundieron en el baile de la lumbre, entonces una
idea poderosa e irrefutable se le esparció por todo el cuerpo, apoderándose de
su alma y de su voluntad; la que hasta esos momentos había sido inocente e
incluso entrañable.
Se acercó a la chimenea y buscó el badil con el que seguramente Artemisa
removería los rescoldos del fuego para volver a prenderlos cuando se hubiesen
cansado de resplandecer. Lo encontró enseguida, apoyado en uno de los muros de
la cabaña.
Con muchísimo sigilo, lo envolvió en su poderoso cuerpo y, empleando
toda la fuerza que le latía en el alma, lo arrastró hacia la chimenea. Sin
pensar en nada, se esforzó por empujar con el badil alguno de los leños que
ardían con ímpetu, quebrando con sus llamas la fría oscuridad que invadía todos
los rincones de aquel hogar.
La asombró descubrir cuán fuerte podía ser. Apenas le costó conseguir
que el leño cayese al suelo. Lo impelió con ligereza hasta que, al fin, logró
que las llamas que todavía lo quemaban rozasen la alfombra que protegía el
lecho en el que Artemisa dormía tan profundamente, sin ni siquiera intuir lo
que estaba ocurriendo a su alrededor. Sin embargo, en el mundo de los sueños,
Artemisa y Némesis compartían un instante completamente estremecedor cuyo matiz
aterrador estaba a punto de lanzarla hacia la vigilia.
Némesis comprobó con placer y satisfacción que las llamas incendiaban
demasiado rápidamente aquella antigua alfombra. Se sobrecogió cuando percibió
que un humo denso rodeaba la cama de Artemisa, quien, súbitamente, abrió los
ojos despertada por el intenso calor que vociferaba junto a ella.
Con rapidez y cautela, Némesis salió de la cabaña por la misma ventana
por la que había entrado. Impelió con su cola el postigo que había abierto para
poder introducirse allí y después se ocultó entre los árboles.
Némesis ni siquiera se había planteado la posibilidad de que su acción
también incendiase la preciosa naturaleza que rodeaba el hogar de Artemisa,
aquella naturaleza que Agnes y ella tanto amaban. Aquella idea sólo refulgió en
su mente cuando oyó que los muros de madera que creaban el hogar de Artemisa
comenzaban a temblar, amenazando con agrietarse. Entonces entendió que había
puesto en peligro la estabilidad y la hermosura de aquellos lares. También
descubrió que la cabaña en la que Artemisa moraba era mucho más antigua que la
que las protegía a Agnes y a ella.
El miedo más feroz se apoderó de sus gestos, de sus pensamientos y de
sus sentimientos. Apenas podía moverse. Ni tan sólo comprendía con nitidez el
significado de aquellos instantes. Sólo veía cómo Artemisa se esforzaba por
apagar aquel incendio que estaba devorando la materialidad de su vida lanzando
grandes cubos de agua, con los que, poco a poco, logró mitigar la furia con la
que el fuego gritaba.
Las feroces llamas de aquel horrible incendio que había estado a punto
de matarla se redujeron a simples rescoldos que resplandecían en medio de la
noche como si se hubiesen apoderado del fulgor de las estrellas.
De la cabaña de Artemisa ya no quedaba nada, sólo unos muros calcinados,
un techo derruido, unas cenizas que revelaban el recuerdo de sus objetos más
queridos.
Ni siquiera Némesis comprendía cómo era posible que la cabaña de
Artemisa hubiese ardido tan rápido. Nadie, jamás, sabría quién había provocado
aquel espantoso incendio; el cual era una clara amenaza a la vida de Artemisa.
Sin embargo, todas las personas que la conocían, sin dudarlo ni un
ápice, culparían a Agnes de aquella triste catástrofe. Némesis ni siquiera se
había planteado la posibilidad de que la desconfianza que Gaya, Gilbert, Neftis
y Artemisa le profesaban a Agnes se acreciese por culpa suya.
Cuando Némesis descubriese que había intensificado el rencor y el odio
que todos sentían por Agnes, se le quebraría el alma para siempre; pero aún
quedaban unos pocos meses para que aquella certeza llegase hasta ella, para que
supiese cuánto mal le había provocado a su querida amiga sólo por querer
defenderla.
Némesis se alejó de Artemisa notando que le latía en el corazón una
incipiente lástima que ensombreció la valentía y la satisfacción que le habían
inundado el corazón. La había entristecido ver llorar a Artemisa con aquel
desconsuelo tan punzante. Némesis era buena, era piadosa y dulce y fueron
precisamente aquellas cualidades las que la impulsaron a provocar un
acontecimiento tan horrible y desolador; el cual destrozó irrevocablemente la
vida de Artemisa y le arrebató todo lo que tenía, incluso su salud física y
anímica.
Némesis regresó a la cabaña en la que moraba junto a Agnes notando que
se le había aferrado al alma un presentimiento que le punzaba en las entrañas,
que deshacía el alivio que nacía de haber herido a Artemisa, de haberse vengado
de ella por el daño que le había ocasionado a Agnes. Era un presentimiento que,
por más que lo intentase, no conseguía descifrar, que no tomaba forma ante sus
ojos.
Cuando llegó al fin a su hogar, se introdujo en la alcoba en la que
dormía Agnes y se acomodó junto a su cama intentando calmarse. Estaba
intranquila y asustada, pero apenas podía entender por qué se encontraba así,
por qué experimentaba aquellas emociones que tanto la paralizaban.
Agnes dormía serena y profundamente, ajena a que, en aquellos momentos,
estaba ocurriendo un hecho que tornaría mucho más desgarradora la desconfianza
que todos sentían hacia ella, que ahondaría el desprecio y el temor que Neftis
y los demás le profesaban. Agnes se hallaba tan lejos de aquella realidad
hiriente, de aquellos sucesos que estaban derruyendo ya definitivamente la
estabilidad de su existencia...
Némesis la miró con lástima. Se fijó en que el contorno de los ojos de
Agnes aparecía enrojecido por culpa de las lágrimas; pero su rostro estaba
bañado por una calma muy aterciopelada y fulgurante que le acarició el alma a
Némesis, quien, al fin, consiguió conciliar el sueño y quedó sumida en una
inconsciencia que atenuó la fuerza de aquellas intuiciones que le arañaban el
corazón.
Mas, antes de dormirse, un pensamiento feroz y desgarrador le invadió la
mente, haciéndole comprender que su actitud lo único que había provocado había
sido que la situación de Agnes empeorase. Artemisa no estaba muerta. No la
había matado. El incendio con el que había pretendido destruir su vida
solamente había deshecho el lugar en el que se protegía, pero a Artemisa
todavía le latía el corazón, Artemisa todavía existía, todavía podía herir a su
querida Agnes, quien en aquellos momentos parecía mucho más frágil que nunca, a
quien la quietud en la que dormía tornaba mucho más apacible su apariencia.
Némesis estaba segura de que, para que Agnes pudiese vivir serenamente al fin,
Artemisa tenía que desaparecer.
No obstante, aunque Agnes pareciese tan sosegada, tan quieta, tan
inmensamente acogida en aquel sueño que la protegía de la realidad, su alma
sufría en aquellos instantes los terribles y desgarradores gritos de una
horrible pesadilla que estaba destruyendo mucho más su cordura. Se hallaba
sumida en un doloroso sueño que había paralizado sus sentimientos y se había
apoderado irrevocablemente de la calma de su existencia.
A su alrededor había un inmenso desierto sólo adornado con restos de
hogares ya demasiado olvidados, ya en exceso antiguos. Había perecido la luz
del día desgarrada por las sombras más tenebrosas de una noche sin estrellas ni
luna. Por el cielo flotaba una espesa niebla que solamente emanaba de los
rescoldos de un destructivo incendio que había devorado el aliento de los
árboles que antes habían poblado aquella inmensa extensión de tierra que
parecía alargarse hasta el infinito.
Tras ella susurraba una voz que no conocía y que, sin embargo, albergaba
en su sonar una lluvia inmensa de recuerdos. Una punzada de dolor emanaba de
aquellas palabras que se le introducían en el corazón convertidas en una
afilada espada que derruía su serenidad y su quietud. Palabras dolientes, que
cruzaban el silencioso y vacío aire que la rodeaba, palabras que ella deseaba
acallar con un alarido de horror e impotencia...
—
Mira
lo que hiciste de Galiza, Galiza... Es esto lo que fue tu tierra...
—
¡No
pronuncies su nombre con tanto desprecio! —quiso gritar mientras se volteaba y
se enfrentaba a la mirada de quien le hablaba con tanta maldad, pero su voz no
sonó. Sólo fue un seco susurro que se perdió en la inmensidad del silencio.
—
Galiza
ha desaparecido, como lo harás tú y todo lo que conoces. La locura te devorará
para siempre, igual que este incendio ha destruido tu amada tierra. Lo peor es
que nadie se acordará nunca de que vosotras exististeis.
Unas manos fuertes, callosas y agresivas la empujaban mientras aquella
voz le dedicaba palabras tan hirientes. Agnes intentó atisbar la silueta de
quien se dirigía a ella con tanto odio, pero lo único que había ante sus ojos
eran nieblas y oscuridad.
—
¿Quién
eres? —preguntó con fragilidad esforzándose por mantener el equilibrio—. ¡No me
toques! ¡Dime quién eres!
—
Galiza
ha muerto, como tú, como todo lo que eres. ¡Ahora ya conocerás bien la impiedad
y la soledad!
—
¡Yo
no morí aún! ¡Y Galiza tampoco!
—
¿Ah,
no? ¿Y entonces qué es todo esto que te rodea? ¡Esto son tus amados bosques! ¡Y
esas ruinas son las casitas que componían tu querida aldea! ¡Yo misma lo he aniquilado
todo!
Entonces, de aquellas brumas tan oscuras que ningún viento conseguiría
disipar, surgió una figura esbelta, amenazante y poderosa que Agnes casi había
olvidado. Era Mayra, sí, era ella, la chica que, junto a Isabel, se había
burlado tanto de ella, la chica que había querido matarla, que había querido
destruirla para siempre con su maldad y su envidioso corazón.
—
¿Por
qué lo hiciste? —le preguntó notando que se apoderaba de su alma una impotencia
en exceso desgarradora y destructiva.
Mas Mayra no le contestó. Se lanzó a ella, empujándola con un brío con
el que jamás la había tocado, y entonces Agnes perdió el equilibrio. Cayó entre
el montón de madera quemada que antes había sido parte de sus amados bosques,
se le clavaron en la espalda y en los brazos las piedras que habían compuesto los
hogares que moldeaban la apariencia de su querida aldea y le pareció que el
cuerpo pesado de Mayra le arrebataba el aliento. El cielo que cubría aquel
horrible lugar, tan lleno de cenizas, la aplastaba sin piedad. Entonces se
esforzó por gritar con toda la fuerza que le palpitaba en el corazón, aunque en
aquel último suspiro se le marchase todo su ímpetu, toda su vida.
Mayra no dejaba de golpearla ni de arañarla en el rostro, en el cuello y
en los brazos. De vez en cuando, le tiraba con agresividad de los cabellos y le
hundía las uñas en el pecho. A Agnes le parecía que Mayra le hendía la piel con
un afilado puñal. Le costaba mucho distinguir los detalles de aquellos
horribles momentos. Lo único que podía sentir era que su aliento se desvanecía y
que perdía la última estela de claridad y de razón que le había inundado la
mente y la había mantenido atada a la realidad.
—
¡Desgraciada!
¡Asquerosa meiga! ¡Estoy muerta por culpa tuya! ¡Pero tú regresarás dentro de
muy poquito al hospital del que jamás tendrías que haber salido! ¡Te devolverán
cuando menos te lo esperes a ese horrible lugar donde debías haber muerto! —le
chillaba Mayra con un ímpetu desgarrador.
Entonces Agnes volvió a gritar, esta vez notando que su voz sí sonaba en
medio de aquel absorbente vacío. Fue precisamente su voz la que la extrajo de
aquella espantosa pesadilla que no era más que el reflejo de todos sus miedos.
Abrió los ojos sintiéndose completamente desorientada y aturdida. Estaba
sentada en la cama y apretaba entre sus manos la manta que la había protegido
de la oscuridad de la noche. Intentó dominar el acelerado ritmo de su
respiración, pero le costaba tanto inspirar que incluso creyó que perdería para
siempre su aliento, su vida, el hálito de aire que podía mantenerla unida a su
existencia.
Némesis se hallaba a su lado, mirándola compasiva y cariñosamente, pero
Agnes no podía captar la serenidad que se desprendía de los espirales y dorados
ojos de la serpiente. Cada vez se sentía más asfixiada por aquella bola de
hierro que le presionaba el pecho; la que ardía con una creciente intensidad,
como si solamente estuviese hecha de fuego.
—
Nemesiña, axúdame... Némesis... —le pidió esforzándose por hacer
sonar su frágil voz.
Némesis se acercó a Agnes y apoyó la cabeza en su pecho mientras la
envolvía en su poderoso cuerpo. Agnes se aferró desesperadamente a su amiga
mientras cerraba con fuerza los ojos y trataba de respirar con serenidad, pero
el aire que se le introducía en el cuerpo era tan ardiente, tan asfixiante...
Se mezclaban con su desesperación unas intensísimas ganas de llorar que
le apretaban la garganta como si quisiesen deshacérsela. Agnes presionaba cada
vez más desesperadamente el cuerpo de Némesis. Notaba que el pecho se le
encogía y que una punzada interminable de dolor se le hundía con profundidad en
las entrañas.
Némesis miró insistentemente a Agnes; pero Agnes todavía tenía los ojos
cerrados. Némesis le lamió cuidadosamente el cuello para llamar su atención,
para convencerla de que no estaba sola, de que ella jamás la abandonaría ni la
desprotegería. Al fin, Agnes abrió los ojos y miró con tristeza a su amiga.
«Es Artemisa quien te provoca este dolor y está haciéndote tanto daño»,
le advirtió con furia y desesperación. «Tienes que vengarte de ella. ¡Tienes
que destruirla, Agnes! ¡Celebremos ahora un ritual para enviarle oscuridad!
¡Podemos lograr que su alma se enferme para siempre y entonces desaparecerá!»
—
Némesis, tiven un pesadelo horríbel —le comunicó con la voz quebrada.
«Artemisa también te envía las pesadillas que te atacan. Está haciéndote
un daño irreversible. ¡Tienes que reaccionar, Agnes!»
— Artemisa...
Non, Artemisa é moi boa e máxica. Ela só ten bondade no seu fermoso corazón,
Némesis... Eu non quero facerlle dano. Eu estou doente hai moito tempo xa. Ela
non é quen me enferma.
«¡Sí, sí, es ella, Agnes! Yo quiero vengar todo el daño que está
haciéndote, pero tienes que permitírmelo. Yo puedo matarla si me lo ordenas,
Agnes. Yo soy muy poderosa, mucho más que nadie. Agnes, sé que me alejarán de
ti cuando menos nos lo esperemos. Por eso tenemos que actuar con rapidez.»
—
Non teñas medo, queridiña Némesis. Eu nunca
permitirei que me separen de ti —le pidió ya más calmada mientras la acariciaba con mucha ternura.
Al notar que Agnes se sentía cada vez más serena, la miró con un cariño
interminable mientras volvía a apoyar la cabeza en su pecho, convencida de que
la fortaleza que había nacido en el alma de Agnes era ya invencible.
—
Non te preocupes por nada, Némesis. Nós
regresaremos a Galicia moito antes de que sigan facéndonos tanto dano.
Volveremos á miña terra e ninguén poderá romper a nosa liberdade. Seremos
libres, prométocho, e ninguén nos fará dano nunca máis, nunca máis, queridiña —le aseguró mientras la acariciaba
cada vez más dulcemente—. Non teñas medo. Eu non son tan débil como pensan e
moito menos se ti estás comigo.
«Agnes, si supieses lo que hice esta noche...», pensó Némesis
estremecida. Incluso sus propios sentimientos la sobrecogían. Estaba segura de
que Agnes la odiaría si descubría que había incendiado la cabaña de Artemisa.
— Dorme,
miña Némesis. Nótoche tan esgotadiña... Non durmiches ben esta noite, verdade?
Descansa, queridiña, descansa...
La aterciopelada voz de Agnes y sobre todo el tono dulcísimo y cariñoso
con el que le hablaba fueron alejándola lentamente de la espantosa realidad que
vivían. Además, las caricias que Agnes no dejaba de darle intensificaron la
sensación de amparo y calidez que la arropaba. Némesis cerró los ojos
desprendiéndose definitivamente de las intuiciones y los miedos que le presionaban
el alma y se hundió en una calma que Agnes no se atrevió a quebrar. Se apartó
de ella, desenvolviéndose con cuidado de su poderoso cuerpo, y después se
dirigió hacia el lago que había junto a su hogar. Necesitaba que sus frescas y
nítidas aguas retirasen de su piel las energías que la misma vida le había
lanzado.
No obstante, aunque Agnes se comportase tan nítidamente, con tanta
serenidad, con tanto cariño incluso, no estaba en su ser la voz de sus reales sentimientos.
La percepción de la realidad se albergaba tergiversada en su mente. En aquellos
momentos, ya había comenzado para Agnes aquella época decadente que mutaría
para siempre los sentimientos que ella le profesaba a la vida. Estaba irrevocablemente
convencida de que todas las personas que la conocían la odiaban profundamente y
deseaban destruirla. Némesis era la única que la quería de verdad. El amor que
Némesis le entregaba le impedía creer que estaba totalmente sola. Némesis nunca
la abandonaría, por muy enferma que estuviese.
Sin embargo, Agnes ya no se acordaba de su enfermedad. No se acordaba de
que la locura la acechaba siempre desde cualquier rincón, desde todas las
sombras de la noche. Para ella, aquélla era la única realidad que existía. Aquel
modo de ser, de pensar y de actuar era el único que se albergaba en su ser. No
concebía que morase en su alma otra Agnes distinta a aquélla que la guiaba en
aquella mañana tan dorada y calmada.
Mientras se bañaba, intentó recordar los momentos que había vivido antes
de que el sueño deshiciese su consciencia, pero le resultó completamente
imposible evocarlos. Sin embargo, no le importó. Creía que había empezado para
ella una nueva vida en la que nadie se atrevería a hacerle daño nunca más.
Tenía demasiado presente que existía en el mundo una mujer que había destruido
para siempre el amor que le habían dedicado las personas que la conocían y que
precisamente era aquella mujer quien deshacía la calma de su vida, quien le
enviaba las más terribles pesadillas y quien le arrebataba el aliento.
Debía desvanecer la magia de Artemisa, pero no sabía cómo podía atenuar
su fortaleza. Agnes creía que Artemisa era invencible y que, a través de los
rituales más oscuros, ella le enviaba aquel profundo desaliento; mas, de
repente, aquellos pensamientos le desvelaron cómo podía atacar a Artemisa sin
que nadie lo intuyese siquiera.
Ella también había aprendido a celebrar rituales muy oscuros a través de
los que invocaba las fuerzas más tenebrosas de la vida. Podía reclamar la
presencia de almas fenecidas hacía ya muchísimos siglos para que la ayudasen a
destruir la luz de un alma bondadosa. Sí, podía hacerlo. Su magia podía
convertirse en un vigor invencible. Y Némesis podría alentarla, podría
entregarle la fortaleza que necesitaba para llevar a cabo aquellos estremecedores
propósitos.
Miró hacia el cielo cuando aquellos pensamientos tan potentes le
inundaron la mente y entonces, entre las nubes que ocultaban el sol de la
mañana, le pareció detectar unas brumas opacas que trataban de desvanecer el
brillo de aquel día tan primaveral. Se preguntó de dónde procedía aquella
niebla tan sospechosa; la que le recordaba al humo que muchas veces manaba de
las hogueras con las que los campesinos de su aldeíña quemaban las hierbas que
podían entorpecer sus cosechas.
Entonces se acordó rápidamente de que, hacía mucho tiempo, cuando apenas
tenía cuatro años, había ardido de repente una casa muy antigua que quedaba
cerca de la suya. Los vecinos de la aldea se habían esforzado lo indecible por
apagar aquel incendio que amenazaba con desvanecer los árboles que protegían
aquellas calles tan ancestrales. Agnes había observado cómo el humo de aquel
horrible incendio devoraba los muebles que poblaban aquel hogar y cómo éste
después ascendía hacia el cielo, mezclándose entonces con las invencibles nubes
que escondían la luz del sol.
Mas aquel recuerdo tan antiguo también se perdió entre las nubes de humo
que atenuaban el fulgor de aquel día tan extraño y silencioso. De repente,
Agnes notó que apenas susurraba la naturaleza a su alrededor. No cantaban los
pájaros, tampoco musitaba el viento que de vez en cuando mecía las ramas de los
árboles. Éste soplaba calladamente, como si no quisiese quebrar aquella falta
de vida; la que era tangible y asfixiante.
Algo acaecía. Sí, Agnes lo supo con demasiada certeza, de forma
innegable. Había ocurrido algo horrible, pero apenas podía descubrir de dónde
procedía aquella intuición tan poderosa. Había sucedido algo que había quebrado
para siempre la quietud de aquella vida que hasta entonces le había parecido el
reflejo del terremoto más destructivo; pero cuyo recuerdo, años después, le resultaría
el más suave y dulce que jamás pudo haber existido hallándose tan lejos de su
tierra...
Transcurrió aquel día apenas sin sobresaltos. Agnes se entretuvo
cultivando las hortalizas que en verano debían nacer de la tierra. Se esmeró
también en limpiar su cabaña, en purificarla no sólo con agua y jabón, sino
también con rituales que le permitiesen expulsar las energías oscuras que se
habían acumulado en sus rincones. Actuaba apenas sin conocer el porqué de sus
acciones. Lo único que deseaba era cubrir todos los instantes con alguna tarea
que la mantuviese lejos de sus punzantes sentimientos.
Cuando creía que aquella calma tan aterciopelada se desharía en brazos
del principio del ocaso, se dedicó a cortar verduras para elaborar una
deliciosa sopa. Se hallaba cocinando tranquilamente cuando, de pronto, oyó que
alguien llamaba a la puerta de su hogar.
Un ramalazo de impotencia y miedo le recorrió las entrañas, paralizando sus
pensamientos y enfriando sus emociones. No deseaba hablar con nadie y mucho
menos con alguna de aquellas personas que tanto daño le habían hecho; pero
también era consciente de que, si ignoraba aquel llamado, cualquiera podía
introducirse en su morada para comprobar si aún respiraba. Tenía demasiado
presente que la mayoría de aquellos seres que formaban su existencia sabían que
ella no estaba del todo sana y que podía destruirse a sí misma sin que nadie
pudiese evitarlo.
—
Agnes,
sabemos que estás ahí. Ábrenos, por favor.
Era la voz de Gaya la que se introducía insistentemente en la espesura
de aquel calmado momento. Agnes se fijó en que los ojos de Némesis también se
habían llenado de inquietud. Estuvo a punto de pedirle que se escondiese en su
alcoba, pero entonces volvió a sonar la voz de Gaya, esta vez con una severidad
que a Agnes estuvo a punto de detenerle el corazón:
—
Agnes,
como no nos abras, nosotros mismos entraremos en tu cabaña sin tu
consentimiento.
Agnes se esforzó por ocultar el miedo que experimentaba y se revistió con
aquella máscara hecha de valentía y fortaleza que le permitía parecer imponente
y poderosa. Entonces abrió la puerta rogando que ningún hecho hiciese temblar
su apática serenidad.
No se sobrecogió cuando descubrió que Gaya no había venido sola. Al
pedirle: ábrenos, supo al instante que la persona que la había acompañado a su
hogar era Gilbert. Por eso, fue capaz de mirarlos a los dos con una fortaleza y
una calma totalmente efímeras y fingidas, pero a las que su alma se aferraba
como si fuesen lo único que existía en el mundo.
—
Necesitamos
hablar contigo, Agnes —la avisó Gilbert con serenidad, pero Agnes notó que
estaba muy nervioso.
—
Pasad
—les invitó retirándose de la puerta con educación. Cuando los tres se hallaron
en el interior de aquel hogar tan acogedor, entonces Agnes les propuso—: Podéis
cenar conmigo si lo deseáis. Hice más sopa de la necesaria, tal vez porque
intuía que ibais a venir. Hace mucho tiempo que no comemos juntos.
—
Te
lo agradecemos mucho, Agnes —le respondió Gaya cariñosamente, pero Agnes sabía
que fingía—. Verás, Agnes, estamos aquí porque queremos preguntarte cómo te
encuentras.
Agnes se volteó y, distraídamente, se dedicó a remover con una cuchara
de madera la sopa que cocinaba. No le apetecía conversar con ellos sobre sus
sentimientos. Ya no confiaba en ellos y mucho menos quería que conociesen qué
emociones le anegaban el alma.
—
Agnes,
sabemos que estás sufriendo otra recaída —intervino Gilbert con calma—. No es
necesario que lo niegues. Te conocemos perfectamente y podemos intuir cómo te
encuentras sólo hundiéndonos en tus ojos.
—
Y
creemos que esta crisis es muchísimo más grave que cualquiera que hayas
padecido antes.
—
Nosotros
queremos ayudarte, Agnes. No creas que te hemos abandonado y que te hemos
dejado sola. No es verdad. Continuamente pensamos en ti.
—
Y
sobre todo nos parece que esta recaída es muchísimo más importante porque estás
actuando de un modo muy preocupante, Agnes.
—
¿Queréis
callaros ya? —les preguntó perdiendo la calma mientras se encaraba a ellos—. No
tenéis ni idea de lo que siento y continuamente me mentís. Me dejasteis sola
hace ya mucho tiempo y apenas sois conscientes de lo que pienso.
Agnes les hablaba con un rencor infinito; lo cual los sobrecogía
profundamente a ambos. No obstante, no permitieron que los sentimientos de
Agnes los detuviesen. Fue Gaya quien se atrevió a quebrar aquel silencio tan
denso que se había apoderado de aquella conversación que amenazaba con
convertirse en la más hiriente de la Historia:
—
Agnes,
nosotros te queremos de verdad. Es comprensible que te cueste creernos si de
veras te sientes tan sola, pero no hemos dejado de confiar en ti, cariño.
—
¡No
me mientas más, Gaya! Nada era lo que fue siempre.
—
¿Por
qué estás tan convencida de que ya no te queremos y de que nos hemos olvidado
de lo que significas para nosotros? —le preguntó Gilbert con mucha calma.
—
¿De
verdad queréis que os responda?
—
Sí,
por supuesto —le indicó Gaya.
—
Todo
cambió desde que apareció Artemisa. Artemisa destruyó el amor que todos me
profesabais. Lo único que existe para vosotros es Artemisa. Me odiáis por culpa
suya. Ya no confiáis en mí porque ella os convenció de que soy peligrosa y que
sólo deseo hacerle daño, pero no es cierto. Yo no quiero herir a nadie. Además,
El fuego de Hécate fue la familia que siempre soñé tener y ahora nadie me
quiere, todos me detestáis, ¡y eso ya no podrá cambiar jamás, jamás, jamás! —exclamó
con rabia y una impotencia desgarradora.
—
Y,
entonces, si no es cierto que no quieres herir a nadie, ¿por qué has incendiado
la cabaña de Artemisa? —le preguntó Gaya perdiendo definitivamente la
paciencia.
—
Gaya,
no...
—
No,
Gilbert, no me interrumpas. No me impidas que le pregunte todo lo que deseo que
me conteste. ¡Sé que ha sido ella! ¡Artemisa lleva semanas encontrándose muy
mal! ¡Y se encuentra así desde que conoció a Agnes! Dime, Agnes, ¿por qué
quieres destruirla? ¡Has querido matar a Artemisa!
—
¿Qué
dices, Gaya? —le cuestionó ella perdiendo definitivamente la calma, alzando la
voz con una frustración desgarradora. Incluso notó que el corazón le latía cada
vez más rápidamente, cada vez con más ímpetu—. ¿Cómo te atreves a acusarme de
algo tan horrible?
—
¡Sé
que has sido tú!
—
Tranquilízate,
Gaya. No es conveniente que la ataques de ese modo. Tampoco estamos seguros de
que haya sido ella —intentó serenarla Gilbert, pero Gaya también había perdido
la tranquilidad que le permitiría comportarse de forma razonada y lógica.
—
¡Yo
no fui! ¡Ni siquiera sabía que la casa de Artemisa ardió! —les aseguró Agnes
empezando a temblar.
—
¡Has
sido tú, Agnes! ¡Artemisa asegura que vio tus ojos en medio del humo!
—
¡Yo
no fui, Gaya! ¡Vosotros me conocéis! ¡Sabéis que yo nunca le haría daño a
nadie! ¡Por la Diosa! ¿Por qué no me creéis? —les preguntó con una voz llena de
lágrimas—. ¿Cómo es posible que penséis algo tan espantoso de mí? ¡A mí jamás
se me ocurriría actuar así! ¡Yo no soy ninguna asesina! —gritó desvalida
apartándose de Gaya, quien pretendía tomarla de las manos para evitar que
huyese.
—
Basta
ya, Agnes, basta ya de hacernos tanto daño. Artemisa está muy enferma
seguramente por culpa tuya. Neftis nos contó que te descubrió celebrando
rituales oscuros a través de los que le enviabas energías horribles a Artemisa
—seguía acusándola Gaya.
—
¡Eso
no es verdad! ¡No puedo creerme que penséis así de mí! ¡Idos de mi casa si lo
único que queréis es acusarme de cosas que yo jamás hice!
—
Estás
enferma, Agnes, y tu enfermedad te ha destruido irreversiblemente. Te has
vuelto peligrosa —le desveló Gaya intentando expresarse con lógica y cordura,
pero los nervios que aquella situación le provocaba quebraban su dulce y
entrañable voz—. Hemos venido a visitarte porque queremos que vengas con
nosotros. Hoy mismo te devolveremos al...
—
¡No,
no, Gaya, no le digas eso! —le exigió Gilbert con tensión situándose junto a
Agnes—. Escúchame, Agnes, tienes que hacer un esfuerzo por serenarte. Cuéntanos
lo que ocurrió cuando te fuiste del valle junto a Némesis.
—
¡¡Es que no lo recuerdo...! —protestó ella comprendiendo que sería precisamente
aquella amnesia que le inundaba la memoria la que fortalecería los pensamientos
de Gaya y de Gilbert—. Sé que regresé a mi casa junto a Némesis y después me
quedé dormida... —intentó decirles, pero su confusión tornaba trémulas sus
frases.
—
¿Eres
consciente de que tu locura puede obligarte a actuar de forma impremeditada,
Agnes? —le sugirió Gilbert con delicadeza.
—
Yo
no estoy loca, Gilbert —musitó asustada—. Por favor, no me llevéis a... No, no,
por favor, no, no, no...
—
Vendrás
conmigo a mi casa y permanecerás allí durante un tiempo. Necesitas que te
ayudemos, Agnes —le aseveró Gilbert tomándola del brazo.
—
¡Yo
no iré a ninguna parte en la que no me quieren, en la que piensan que estoy
loca! —vociferó apartando de su lado la mano de Gilbert con un violento golpe.
Después se situó junto a Némesis y se agachó en el suelo aspirando a que ella
la protegiese. Némesis enseguida se arrimó a Agnes y miró a Gaya y a Gilbert
con los ojos llenos de amenazas—. ¡Idos de aquí! ¡No quiero volver a veros
nunca más, nunca más! Fóra da miña casa! —les ordenó apenas sin pensar en sus palabras.
Gaya y Gilbert no sabían qué debían hacer. Ni tan sólo susurraba en su
interior la voz de su sabiduría. Lo único que podían reconocer era que habían
actuado con Agnes de la peor forma posible y que las consecuencias de su pésimo
comportamiento eran completamente irreversibles.
—
Fóra da miña casa! —volvió a exigirles hablando en gallego, apenas sin
acordarse de a quien le lanzaba aquella orden tan hiriente; cuya agresividad
Némesis intensificaba con sus ojos hipnóticos.
—
Tenemos
que irnos, Gilbert. Ya volveremos a hablar con ella cuando esté más tranquila
—le susurró Gaya sobrecogida.
—
No
podemos dejarla sola ahora.
—
Ni
siquiera sabe que somos nosotros quienes nos hallamos a su lado. Tenemos que
irnos antes de que Némesis...
En efecto, Némesis había comenzado a aproximarse a ellos con sigilo,
pero también de forma amenazante. No dejaba de mirarlos con rabia e impotencia.
Incluso de sus ojos emanaba una voz poderosa que también los expulsaba de aquel
hogar.
Gaya y Gilbert salieron de la cabaña de Agnes notando que les había
caído sobre el alma una piedra feroz y desgarradora que estaba deshaciendo
todos los sentimientos bellos que la vida podía inspirarles. Gaya estaba cada
vez más convencida de que había sido Agnes quien había incendiado el hogar de
Artemisa y, por su parte, Gilbert no dudaba de que Agnes debía regresar al
hospital del que él la había rescatado hacía casi diez años. Agnes no podía
seguir viviendo sola, tan turbada como estaba. No había atisbado en sus ojos ni
la sombra más sutil de la mujer que había conocido. Agnes había muerto en los
brazos de la locura y parecía completamente imposible rescatarla de aquella
crisis tan horrible que le había arrebatado la cordura; la cual ellos habían
empeorado acusándola de ese modo tan estremecedor.
—
No
hemos sabido actuar bien con Agnes, Gaya —le indicó Gilbert con una lástima
destructiva.
—
¡Yo
ya no puedo más, Gilbert! —exclamó Gaya llorando desesperada—. Artemisa está
muy enferma y presiento que esto no ha hecho más que empezar. ¡Estoy cansada de
sentir siempre miedo y de temer por la vida de todas las personas que quiero!
—
Agnes
nunca mataría a nadie, Gaya —intentó sonreírle, pero él también estaba en
exceso sobrecogido.
—
No
podemos confiar en ella, Gilbert. Agnes está muy enferma, cada vez está más enferma,
y estoy totalmente segura de que su locura la incita a hacer cosas que después
no puede recordar...
—
Artemisa
está muy sugestionada por el absurdo miedo que siente. No entiendo cómo es
posible que alguien pueda asustar tanto a otra persona tan sólo con su forma de
mirar y de ser. Es incomprensible.
—
Pues
Artemisa tiene tanto miedo porque sabe y siente que Agnes le envía energías
horribles a través de los rituales oscuros que celebra y porque es plenamente
consciente de que Agnes la odia y quiere destruirla.
—
¿De
dónde sacas esos pensamientos, Gaya? —le cuestionó notando que el alma se le
llenaba de rabia.
—
¡Son
cosas que todas sabemos!
—
Agnes
no odia a Artemisa, al contrario. ¿¿Acaso no te has dado cuenta de cómo la
mira? Anoche, cuando llegó a Beltane...
—
¡Anoche
llegó con una energía horrible, Gilbert!
—
Fuisteis
vosotras quienes la recibisteis con una energía horrible, Gaya. Agnes deseaba
celebrar Beltane con nosotros. Le brillaban los ojos cuando llegó.
—
¡Y
encima se atrevió a venir con su maldita serpiente!
—
Némesis
es su mejor amiga. Es la única que la comprende y que no la ha dejado sola
nunca.
—
¿Es
que defiendes a Agnes? ¡Esa serpiente ha estado a punto de atacarnos! ¿No te
has dado cuenta de cómo nos amenazaba con sus horripilantes ojos? ¡Estoy segura
de que Agnes le ha enseñado a defenderla y puede...!
—
Estás
delirando, Gaya.
—
¡No,
Gilbert! ¡Jamás se me ocurriría declarar certezas tan espantosas si no fuesen
ciertas!
—
Tienes
mucho miedo, cariño —le musitó tomándola delicadamente de las manos.
—
Tengo
miedo porque albergamos en nuestra vida a una mujer esquizofrénica y bipolar
que además sufre trastornos de personalidad. Estoy segura de que Agnes ha
cambiado ya para siempre y se ha convertido en una persona llena sólo de odio,
de rencor y resentimiento.
—
No
es justo que hables así de Agnes.
—
Tienes
que devolverla al hospital antes de que sea demasiado tarde.
—
Sí,
lo haré, pero primero tiene que encontrar la calma que nosotros mismos le hemos
arrebatado. Anda, volvamos a tu casa. Artemisa estará muy preocupada.
—
Artemisa
está enferma, Gilbert. Yo no sé lo que le ocurre. No ha dejado de vomitar en
todo el día, tiene mucha fiebre y se siente tan triste...
—
Sabremos
curarla, te lo prometo; aunque estoy totalmente seguro de que lo que la enferma
tanto es el miedo y los nervios que siente.
—
Es
Agnes quien la ha enfermado a través de sus rituales horribles —aseguró con una
voz casi inaudible.
—
Es
cierto que la magia de Agnes es muy poderosa, pero yo nunca he creído que
alguien pueda destruir la energía vital de otra persona tan sólo celebrando
rituales oscuros. Si Agnes pretende herir a Artemisa con su magia, ese mal que
invoca regresará a ella multiplicado infinitamente y entonces...
—
Pues
le estaría bien.
—
No
seas cruel, Gaya. No es propio de ti desearle el mal a nadie.
—
Yo
no le deseo el mal. Sólo quiero que desaparezca, Gilbert. Tendríamos que haber
permitido que regresase a Galicia. ¡Entonces nada de esto estaría ocurriendo!
—
Ya
no podrá volver nunca más. El único lugar donde se merece vivir es en ese
sanatorio, pero sé que morirá definitivamente si la encerramos allí de nuevo.
—
Es
lo que debes hacer y tienes que actuar con rapidez, Gilbert. ¡Tienes que
apartar a Agnes de nosotros de una vez!
Gilbert no fue capaz de contestarle. Permaneció sumido en un silencio
que, en lugar de serenar a Gaya, intensificaba el pavor que se le había
adueñado del alma. No podía dejar de preguntarse por qué Agnes deseaba destruir
a Artemisa cuando ella nunca le había hecho daño a nadie, cuando a ella jamás
se le había ocurrido atemorizar a nadie con su magia...
Parecía como si se hubiesen borrado todas las sendas que quedaban por
existir en su destino. Gaya se sentía perdida en una vida que no comprendía. Se
había iniciado aquel día una época muy oscura en la que solamente brillaba la
soledad, la tristeza, la enfermedad. Desde que Artemisa había acudido a su
hogar cuando la mañana apenas tenía minutos de luz, había presentido con
firmeza que todo su mundo se había derrumbado y se había desvanecido para
siempre la tierna magia que había impregnado sus hermosos días.
¡Estaba deseando leer este capítulo! Tengo que decir que me has sorprendido, ni por asomo me imaginaba algo así.
ResponderEliminarCuando la casa de Artemisa arde, pensaba que la culpable era Agnes. Estaba seguro de que había sido ella, por lo que no me planteaba ninguna otra posibilidad. Conforme he ido leyendo capítulos de esta historia, he ido cambiando de opinión y ya señalaba casi con total seguridad que había sido Neftis. Su odio hacia Agnes le habría llevado a quemar la casa de Artemisa para que todo el mundo la acusase, pero me equivoqué. En ningún momento se me pasó por la cabeza que hubiese sido Némesis, ¡Némesis! No lo habría adivinado nunca. Aunque se arrepiente casi en el acto, luego sigue en sus trece e insta a Agnes para que acabe con la vida de Artemisa. Es más, ella misma piensa que su plan ha sido un fracaso porque sigue viva...Es fiel a Agnes, de eso no cabe la menor duda, pero comete errores fatales y ella la está induciendo a un destino totalmente devastador.
Está claro que Némesis se equivocó, y mucho. A causa de este terrible error, ha empujado a su querida Agnes a la desconfianza y odio de los demás. No se les puede culpar, creer que es ella la culpable (yo mismo lo pensé igual), pero duele que las personas de más confianza de Agnes, las que se supone que más le quieren la condenen de esa manera. Gilbert es el único que todavía deposita algo de confianza en ella, pero Gaya...sinceramente, su forma de pensar y de actuar no me gusta nada. La que parecía una madre para ella en otra vida, la que se supone que la cuida...es injusta, muy injusta. Ellos mismos la han empujado al abismo,dejándola caer sin hacerle el menor caso.Las palabras de Agnes hacia ellos son duras, pero cargadas de verdad. No puedes pretender que las cosas sean como dices y cuando dices, esto no funciona así. Ahora le quieren imponer cosas, vienen con caretas falsas de amor y en realidad son otra cosa. A Gaya le da igual que Agnes se pudra y muera en ese hospital, esa es la gran verdad, Gilbert parece cansarse y está a punto de ceder...Imperdonable. Quizás yo sea rencoroso o estoy hecho de otro material, pero jamás podría perdonarles, sobretodo a Gaya.
Encima, Agnes tiene pesadillas espantosas. Mayra se le aparece en un sueño, y de la forma más terrible (haciendo honor a su prestigio como loca interna maltratadora profesional jajaja). ¿Será verdad eso de que está muerta? ¿Habrá muerto en alguna de esas terapias ilegales? No lloraré su muerte.
Este capítulo es terrible para Agnes. ¡Debería huir ahora que está a tiempo!Yo no me lo pensaba dos veces. ¿Que le queda ahí? Es cierto que una parte de ella se aferra a su amor a Artemisa, pero después de lo ocurrido y de esa extraña obsesión de que es su enemiga, lo mejor es marcharse para siempre. Siendo tan hábil en la supervivencia en el bosque, podría sobrevivir de acá para allá hasta encontrar un lugar seguro en el que sobreponerse y regresar a Galicia.
En fin, sé que no ocurrirá, está todo escrito (en esta ocasión es una realidad jajaja) y que su futuro inmediato no es ese. Es un gran capítulo. Némesis es clave para que las cosas se precipiten y los acontecimientos cambien para siempre. ¡Me está encantado!
Al fin se sabe quién tiene la responsabilidad del incendio de la cabaña de Artemisa, y la respuesta no deja de ser sorprendente: ¡Némesis lo hizo! Es una reacción muy primaria, de defensa, para proteger a Agnes de quien piensa que es su peor enemiga; se equivoca, desde luego, pero desde el punto de vista del animal lo que hace no deja de tener lógica. Posiblemente es la propia Agnes quien inconscientemente ha causado esta reacción, porque se ha mostrado totalmente desconsolada, y Némesis simplemente quería ayudarla y también vengarse... Estou soíña, Némesis. Ninguén me quere... Agora si é verdade... Némesis, Nemesiña... non me deixes soa nunca... —le pedía deshecha en llanto mientras la acariciaba.
ResponderEliminarTras la destrucción de la cabaña y todas las reflexiones que vienen después (incluida una que me hace estremecer sobre que Némesis sabrá en unos meses el alcance de su error, y temo que eso puede ser fatal para ella), viene el pasaje de la pesadilla de Mayra. Me parece una de las partes más brillantes e inspiradas del capítulo, esa visión apocalíptica de Galicia en ruinas como venganza por su muerte (que creo real), coincide plenamente con lo que Mayra haría si pudiera: tratar de hacer todo el daño posible. Mayra es la maldad. Y la sensibilidad de Agnes la convierten en un blanco posible de sus malos deseos, toda esta parte es muy agobiante pero a la vez hermosa y terrible.
¡Desgraciada! ¡Asquerosa meiga! ¡Estoy muerta por culpa tuya! ¡Pero tú regresarás dentro de muy poquito al hospital del que jamás tendrías que haber salido! ¡Te devolverán cuando menos te lo esperes a ese horrible lugar donde debías haber muerto! —le chillaba Mayra con un ímpetu desgarrador.
Esa es la peor amenaza, para mí la parte más dura de la novela está precisamente en el hospital, y veo que, poco a poco, empieza a planear como una sombra funesta en el futuro de Agnes; ella misma seguro que ya siente el pánico más absoluto pensando en una nueva reclusión de la que no tendrá esperanzas de salir. Así que toma, una vez más, la decisión de marcharse a Galicia; pero ahora ya es demasiado tarde para ello.
ResponderEliminarGaya y Gilbert acuden a su cabaña, evidentemente no para interesarse por ella, sino para corroborar una acusación con la que la han condenado de antemano; y es que, para qué engañarnos, todo apunta a su culpabilidad: tenía los motivos, la ocasión, y los medios. Y, sobre todo, una parte de ella misma piensa que efectivamente pudo ser la causante del incendio; esa falta de plenitud, esa defensa no absoluta de su propia inocencia resulta fatal.
No obstante la intervención de Gilbert, y sobre todo de Gaya es demoledora. Una madre que pensara que su hija ha hecho algo así actuaría de otro modo, si no justificándola sí al menos preguntándose qué pudo haber pasado, qué sufrimientos la impulsan, poniéndose en definitiva de su parte; Gaya no, la condena desde un primer momento. Gilbert, en cambio, creo que actúa también movido por un remordimiento en cuanto a que no actuó como debía con Agnes, y en el fondo piensa que él mismo es responsable de cualquier cosa que Agnes hiciera; algo, que además, sería cierto desde el punto de vista penal: al ser su tutor sería él, y no Agnes, quien ante la ley asumiría cualquier castigo. Estoy seguro que no es por eso directamente, claro, pero sí que se culpará del abandono de Agnes, y no me extraña. Y ahora, Gaya presiona para que vuelva al hospital, justo lo que Mayra predice para Agnes, me estremezco solo de pensarlo... Realmente si hay un personaje siniestro en este capítulo es Gaya, ya que Némesis actuó mal, pero por buenos motivos.
El final es absolutamente demoledor...
No seas cruel, Gaya. No es propio de ti desearle el mal a nadie.
— Yo no le deseo el mal. Sólo quiero que desaparezca, Gilbert. Tendríamos que haber permitido que regresase a Galicia. ¡Entonces nada de esto estaría ocurriendo!
— Ya no podrá volver nunca más. El único lugar donde se merece vivir es en ese sanatorio, pero sé que morirá definitivamente si la encerramos allí de nuevo.
— Es lo que debes hacer y tienes que actuar con rapidez, Gilbert. ¡Tienes que apartar a Agnes de nosotros de una vez!
Por suerte es solo el final del capítulo, no de la novela, en cierto modo he descansado porque sé algo muy importante, pero temo tanto por lo que le vaya a pasar a Agnes...