miércoles, 13 de septiembre de 2017

EL ABRAZO DE LA TIERRA: CAPÍTULO 26. CULPA Y DESESPERACIÓN


Capítulo 26

 

Culpa y desesperación

 

Beltane se aproximaba. El sol de la mañana, el que refulgía con intensidad hasta que la cercanía de la noche lo intimidaba, ya había dorado en exceso los pétalos de las flores, había reverdecido definitivamente los árboles caducifolios y había madurado los primeros frutos de la primavera. Cantaba en el bosque una dulce orquesta de pajaritos que rompían con mucha suavidad el silencio que se acumulaba entre los troncos y emanaba de la tierra. El río discurría con pausa, como si no quisiese asustar a aquellos pequeños e indefensos animalitos que tanto adornaban la naturaleza con sus silbidos melindrosos.

Incluso ya se adivinaba la presencia tersa y cálida del verano en el matiz azulado que teñía los atardeceres y en las tibias brisas que se negaban a aceptar que la noche debía ser más fría que el día. Los aromas que impregnaban la tierra parecían hechos de sensualidad, de vida, de amor. Por doquier se respiraba la continuidad de la existencia, el renacer de cada aliento que guarnecía el bosque, de cada ser que moraba allí, en aquella naturaleza tan exuberante, tan poderosa, tan densa e indestructible.

Y aquella fluidez de vida y aliento se le introdujo a Agnes en el alma, deshaciendo las sombras gélidas que habían ocultado el brillo y el poder que todavía le anegaban el corazón, que todavía la definían y que de vez en cuando se convertían en el reflejo de aquella mujer imponente e impetuosa que intimidaba a quienquiera que se hundiese en sus profundos ojos negros.

La fortaleza que la acompañaba desde que amanecía hasta que atardecía (la que caía dormida en los brazos de la oscuridad cuando la noche se apoderaba del cielo) la convenció de que debía asistir a Beltane ignorando todos sus miedos y burlando cualquier ápice de inseguridad que desease detenerla. Ella tenía el mismo derecho que los demás a disfrutar de aquella ceremonia tan inmensamente mágica, tan poderosa y especial. Beltane siempre le había llenado el alma de energía, de vida, de vigores indestructibles. Sabía que aquella vez le convenía más que nunca participar en aquel ritual para el que Gaya y los demás miembros de El fuego de Hécate llevaban tanto tiempo preparándose.

Con aquel ritual, celebraban el reencuentro amoroso del Dios y la Diosa; el cual se manifestaba en la vida con la que la naturaleza se había revestido, en la madurez de los frutos que parecían bolas de existencia a punto de estallar, en el fulgor evanescente con el que el atardecer deseaba vencer las sombras de la noche y sobre todo en el calor que tanto gritaba tras haber sido silenciado por el último invierno; tan seco y gélido como todos los que atacaban aquellos lares. La vida se respiraba por doquier, se aspiraba el aroma de la sensualidad, del amor verdadero. Y precisamente eran aquellos estímulos los que incitaban a Agnes a olvidarse de su profunda tristeza y acudir a aquella celebración para demostrarles a todos que era mucho más valiente y fuerte de lo que creían. Especialmente, anhelaba asegurarle a Artemisa que su magia no la intimidaba tanto como parecía y que era capaz de sostener su mirada hasta que el Universo entero se deshiciese de sus más recónditos rincones.

Sin embargo, aunque se hubiese apoderado de ella la mujer fuerte y valiente que podía ayudarla a parecer imponente y en exceso mágica, no se había silenciado la voz de sus verdaderos sentimientos. A pesar de que se creyese capaz de hundirse en los ojos de Artemisa sin sentir miedo, cuando la recordaba tenía la sensación de que el corazón se le descontrolaba y comenzaba a latirle con una velocidad interrumpida que podía convertirlo repentinamente en una ígnea esfera de luz que estallaría acallando para siempre su existencia. El alma se le inundaba de calidez, se declaraba por dentro de ella un incendio que siempre se hallaba pronto a destruir definitivamente el ímpetu con el que ella deseaba enfrentarse a la vida. Apenas comprendía por qué se percibía tan trémula y temerosa cuando pensaba en Artemisa. De vez en cuando, se imaginaba que Artemisa atisbaba la sombra de las emociones más íntimas que se escondían en su alma, la insultaba delante de todos los miembros del aquelarre y les aseguraba que Agnes estaba terriblemente enferma y que, no obstante, se atrevía a acercarse a ellos para intimidarlos, para deshacerlos con sus horribles hechizos. Neftis corroboraba las hirientes palabras de Artemisa y entonces Gaya, Gilbert y las demás personas que presenciaban aquellos momentos se lanzaban a ella y la expulsaban de su lado mientras la despreciaban con saña y muchísimo odio.

Agnes regresaba de aquellos figurados momentos notando que su fortaleza se deshacía, que el alma le temblaba hasta desvanecérsele y que se iban de su interior aquellas sensaciones que tanto podían ayudarla a ser valiente; pero enseguida resurgía por dentro de ella la mujer que destruía todos sus miedos y parecía como si no hubiese existido en su vida ningún instante desalentador ni horrible.

La tarde en la que aquella ceremonia tan esperada tendría lugar, Agnes se esmeró en cuidar su aspecto. Se bañó calmadamente en el lago (cuyas aguas resguardaban la tibieza creciente de aquellos días) y después se vistió con las hermosas prendas que solía portar en los rituales. Se trataba de una falda oscura que tenía bordados de flores entre sus pliegues, de un estrecho jersey de tela fina y suave cuyo matiz violáceo resaltaba la profundidad de sus ojos y de una bonita chaquetita que se unía al místico color de la falda. Se esmeró también en elaborar una guirnalda de flores silvestres que después se colocó alrededor de la cabeza.

Némesis la miraba sorprendida y conmovida. Hacía muchos días que no detectaba tanto vigor susurrando en los ojos de su mejor amiga. Además, con aquella guirnalda tan hermosa y aquellas prendas tan elegantes que realzaban la estilizada y delgada forma de su figura, Agnes parecía muchísimo más imponente. Incluso Némesis tenía la sensación de que la imagen de Agnes era el reflejo de la aparición de una mística deidad.

     Némesis, queridiña, hoxe virás comigo —le comunicó agachándose enfrente de ella—. Non me importa que non te acepten no ritual. Eu non quero estar sen ti. Necesítote para ser forte. Ti es a miña valentía, es o meu poder. Eu non quero camiñar polo mundo se non estás comigo, se non estás ao meu lado. Xa verás que é un ritual moi bonitiño e máxico. Cando termine o ritual, pedirémoslle perdón a Artemisa. Sei que habemos de desculparnos por asustala. Pedirémoslle perdón e entón xa poderemos irnos de aquí e permitir que sexan felices todos. Nós regresaremos a Galicia, á miña querida terra. Galicia é un lugar moi fermoso no que ao fin seremos libres.

Cuando salieron de aquel hogar que tanto las protegía, Agnes notó que en el cielo se había acomodado una niebla resplandeciente que atenuaba el brillo azulado de los atardeceres primaverales que solían refulgir en aquellos lares. La presencia de aquellas brumas tan delicadas despertó levemente la sosegada voz de su intuición; la que hasta entonces había permanecido atenuada y calmada por la valentía y la energía poderosa que le inundaba el corazón. Entonces Agnes tuvo la sensación de que, al otro lado de aquellos momentos, la esperaban hechos que destruirían de repente la aterciopelada tranquilidad que le permitía sonreír y creer que la vida no era tan oscura e hiriente como pensaba. No obstante, se esforzó por ignorar aquellos avisos. Se concentró en los mágicos e hipnóticos ojos de Némesis para que su estabilidad anímica no se desvaneciese.

Némesis no dejaba de transmitirle fortaleza con sus dorados ojos espirales y a Agnes le parecía que toda la valentía que podía anegarle el alma brotaba de la de aquel animal que tanto la quería, a quien estaba tan irreversiblemente unida, mucho más unida de lo que jamás lo estuvo con nadie. Némesis la había ayudado más que cualquier otro ser, la alentaba continuamente, la rescataba del abismo de la tristeza cuando más hundida se sentía...

Lentamente, la mujer valiente que escondía entre sus brazos a la Agnes frágil y en exceso sensible fue acomodándose en aquella alma que tan herida estaba, fue apoderándose cada vez más irrevocablemente de todos sus pensamientos, de sus más recónditas emociones, de sus recuerdos y de sus anhelos. Agnes notaba que una esfera de luz iba acallando las sombras que le latían en el corazón. Una corriente tibia de energía resplandeciente le recorría las entrañas, volviéndola cada vez más impetuosa, tornándola, al fin, en el reflejo de aquella mujer que ella deseaba ser realmente. Se detuvo de pronto en medio de los árboles cuando experimentó la fuerza de aquella nueva personalidad que había nacido por dentro de ella, con mucho más brío que nunca, y sonrió amplia y luminosamente al ser plenamente consciente de que se habían marchado de su alma aquella inseguridad y aquella timidez que los demás convertían en un arma con la que atacarla hasta destruirla.

     Si, son máis forte do que pensan. Son máis poderosa que calquera deles —se dijo notando que la valentía que tanto la impulsaba a caminar por la vida se convertía en la única realidad que vivía y en la única emoción que le anegaba el alma.

Entonces no tuvo miedo. Ya no temía que Artemisa pudiese deshacerla con su mágica mirada ni que los demás creyesen que ella era peligrosa. Si se atrevían a insultarla o a expulsarla del ritual, ella podría defenderse sin sentir inseguridad ni temor. Sí, era fuerte, muy fuerte.

Lo que nadie podría revelarle en aquellos momentos, lo que ni siquiera Némesis podía intuir era que la Agnes que había nacido repentinamente remplazando a la que siempre había sido estaba devorando el vínculo que podía conectar aquellos momentos con los recuerdos que después quedarían de ellos en su memoria. Agnes no sería capaz de evocar los instantes previos al ritual, al preciso momento en el que al fin llegó al valle sagrado en el que ya había comenzado la ceremonia.

Mas ella no quería herir a nadie. No quería intimidar a ninguna de aquellas personas que tanto apreciaba. Lo único que anhelaba era compartir con ellas (y sobre todo con Artemisa) la magia y el misticismo de aquel ritual tan especial. Creía firmemente que aquélla sería la última vez que participaría en Beltane junto a ellos.

Se marcharía cuando aquella ceremonia hubiese terminado. Volvería a Galicia y se alejaría para siempre de aquellas personas que tanto se habían desvivido por ella. No quería que siguiesen perdiendo el tiempo de su vida intentando ayudarla. Creía con un convencimiento estremecedor que no merecía la pena que se esforzasen por rescatarla de la inmensa nostalgia que le agrietaba el alma. Serían felices, al fin, cuando ella se fuese, cuando desapareciese su presencia, su oscuro recuerdo... y por ello quería vivir intensamente aquella noche, quería que los últimos momentos que compartirían estuviesen anegados en luz, en amor, en magia.

Mas, de pronto, cuando estaba a punto de descender la pequeña cuesta que la separaba del valle sagrado, oyó que, desde lo más profundo de aquel lugar, nacían unas voces amenizadas con la quietud del atardecer. Se elevaban al cielo versos preciosos que alababan la majestuosidad de la naturaleza, el renacer de la vida y la cercanía del verano y que rogaban también por una esplendente cosecha que los ayudase a sobrevivir.

Agnes se quedó totalmente paralizada cuando descubrió que habían comenzado a celebrar el ritual sin ella. Era cierto que no le había asegurado a nadie que asistiría a aquella ceremonia, pero le dolió inmensamente en el alma que nadie se hubiese molestado en cerciorarse de que realmente deseaba faltar a aquellos momentos tan hermosos. Se le abrió de repente una brecha en el corazón por la que cayeron sin remedio todas las buenas sensaciones que la habían impulsado a desear vivir con ellos aquellos instantes tan místicos y entonces se quedó paralizada en medio de los árboles.

Némesis todavía la miraba con aliento, pero Agnes apenas podía percibir las hermosas vibraciones que irradiaban los ojos de su amiga. Sólo sentía la potente decepción que gritaba en su interior, ensordeciendo cualquier ápice de paz y esperanza que pudiese impulsarla a sonreír.

Pensó entonces que ella era completamente prescindible en aquel aquelarre, que nadie la necesitaba de veras y que hacía muchísimo tiempo que ya se habían acostumbrado a su ausencia. Aquellas certezas la convencieron más profundamente de que debía marcharse de allí cuanto antes e incluso le insinuaron que jamás debía haberse mezclado con la existencia de aquellas personas que serían muchísimo más felices si nunca la hubiesen conocido.

Experimentó unas desgarradoras ganas de llorar cuando comprendió que, al contrario de lo que tanto había anhelado, no podía despedirse de aquella vida celebrando aquel mágico ritual, cuando fue plenamente consciente de cuán felices eran todos sin ella, sin captar su presencia. Sabía que no podía interrumpir el ritual una vez éste hubiese empezado y aquella certeza le golpeaba en el corazón como si quisiese derribárselo.

     Que hei de facer? —se preguntó trémulamente, incapaz de recordar que Némesis se hallaba a su lado, instándola a que no tuviese miedo ni se acobardase—. Xa non podo...

Entonces Némesis se colocó delante de ella, mirándola con una insistencia sobrecogedora. Agnes captó al instante la poderosa impotencia que irradiaban los ojos de la serpiente y, agachándose delante de ella, la abrazó como si hasta esos momentos nadie la hubiese acogido jamás con un cálido gesto de amor.

     Non podemos ir, Némesis, queridiña. Non podemos interromper o ritual —le advirtió muy quedo mientras deslizaba los dedos por su poderoso cuerpo.

Agnes volvió a mirar a Némesis. Intuía que ella deseaba hablarle, que anhelaba comunicarse con ella con aquel lenguaje silente que solamente Agnes sabía interpretar. Cuando se hundió en los ojos de Némesis, entonces, la voz del alma de su amiga se le adentró en el corazón, haciendo temblar sus convicciones y sus tristes pensamientos:

«Sí podemos ir, Agnes. Es más, debemos ir. No ocurrirá nada si interrumpimos el ritual. Tienen que entender que no pueden celebrar nada sin ti. La magia con la que intentan teñir esa ceremonia no tiene sentido ni fuerza si no estás con ellos. Tenemos que ir, Agnes. No te acobardes, no permitas que el desaliento te venza. Sé fuerte, Agnes. Eres mucho más poderosa que cualquiera de ellos, créelo. No pienso aceptar que el desánimo te haya abatido de nuevo. Me envolveré en tu cuerpo y te arrastraré hacia el ritual si es necesario. Si regresas a casa, me enfadaré muchísimo contigo y no te ayudaré nunca más. No quiero que seas cobarde, Agnes, porque no lo eres, yo sé que no lo eres. ¡Vayamos ya!»

Agnes se quedó totalmente paralizada cuando interpretó las silentes palabras que se le escapaban a Némesis de la mirada. Sonaban tan exigentes, tan apremiantes y tan poderosas que Agnes no podía ignorarlas, ni siquiera contradecir a su amiga. Permaneció quieta y queda durante unos largos instantes en los que intentó ordenar sus pensamientos. Trató de adivinar qué tenía que hacer, si obedecer a Némesis o regresar a su cabaña sin molestar a nadie, sin impedir que los demás disfrutasen de aquel Sabbat tan especial que de tanta vida llenaba el alma.

Mas Némesis no dejaba de animarla con sus poderosos ojos. Al fin, los ruegos que continuamente le lanzaba se hicieron un hueco entre los descontrolados sentimientos que le anegaban el alma a Agnes y al fin se adueñaron de su trémula y tímida voluntad. Agnes notó que una fuerza impetuosa e invencible se esparcía por todo su ser. Aquella fuerza despertó a la mujer vigorosa e imponente que estaba a punto de hundirse bajo el desaliento y entonces se levantó del suelo percibiendo que el corazón le latía con más ánimo que nunca.

     Tes razón, Némesis —le aseguró sonriéndole con muchísimo amor—. Iremos. seguramente, non lles importará que interrompamos o ritual. Acollerannos coma se nada ocorrese.

Caminó rápidamente hacia el valle sagrado sin acordarse de que el alma se le había inundado de desaliento hacía apenas unos instantes. Aquella valentía y aquella energía tan tibia que habían deshecho su inseguridad le hacían experimentar una súbita alegría que la convencía de que realmente sí la necesitaban y la querían.

Aquella energía tan hermosa ni siquiera tembló cuando Agnes descubrió que Neftis y Artemisa compartían más íntimamente que nadie la impetuosa y resplandeciente magia que teñía aquella ceremonia. Las envolvía el humo fulgurante y el tibio aroma del incienso, esplendía en su piel el reflejo de la luz de las velas y caía sobre ellas la majestuosidad de los últimos rayos del atardecer. Bailaban y cantaban las trovas que todos les dedicaban a los elementos, a la Diosa y al Dios como si no existiese nada más en el mundo, como si a la Historia no le quedase ya instantes por vivir.

Ardía en el centro del círculo una cuidada y delicada hoguera que alumbraba las primeras sombras de la noche. Danzaban todos con alegría y muchísimo amor alrededor de aquellas sinuosas llamas cuyo baile también endulzaba aquellos místicos momentos.

Agnes se quedó quieta entre los árboles, sin saber qué debía hacer, sin tener ni la menor idea de cómo podía introducirse en aquellos instantes tan bellos sin que su magia se quebrase. De nuevo pensó vagamente que nadie la añoraba, que su llegada solamente desvanecería la calma y la felicidad con las que todos vivían aquel ritual. Notó que una punzante tristeza deseaba atenuar el brillo de aquella energía que tanto la impulsaba. Lentamente nacieron en su garganta unas intensas ganas de llorar que le llenaron los ojos de lágrimas; pero luchó con ahínco y desesperación contra aquellas emociones que tanto podían deshacerla y acobardarla, pues no quería que aquel vigor que Némesis le entregaba se desvaneciese.

De pronto, cuando creyó que el ritual terminaría sin que ella se hubiese atrevido a mezclarse con su impetuosa magia, notó que alguien la miraba con insistencia desde el círculo mágico. No dudó ni un momento de que las vibraciones que le acariciaban la piel provenían de los ojos de Artemisa. Alzó la mirada y se cruzó inevitablemente con la que Artemisa le lanzaba desde el misticismo de aquellos instantes.

Resplandecía en los castaños ojos de Artemisa el reflejo de las llamas de la preciosa hoguera que guarnecía el centro del círculo mágico. Agnes sintió que la mirada que Artemisa le dedicaba estaba anegada en emociones punzantes que cada vez se volvían más oscuras. Notó que le costaba respirar, que el corazón le latía descontroladamente y que un pavor muy intenso se le repartía por todo el cuerpo, acallando la bella energía que la había impulsado a querer vivir aquellos instantes.

Agnes miró disimuladamente a Némesis para que sus ojos mágicos le entregasen el vigor que ella estaba perdiendo. Némesis no sólo le transmitió fortaleza y valentía a través de aquella mirada tan brillante y hechizante, sino sobre todo seguridad y serenidad. Entonces, sin pensar en lo que hacía, Agnes se dirigió hacia el círculo mágico, interrumpiendo el ritual que celebraban todos, y se situó entre Neftis y Artemisa, quien se habían separado al notar que una energía extraña se mezclaba con las que impregnaban aquella ceremonia tan luminosa y especial.

Entonces tuvo la sensación de que todos la miraban con desprecio, extrañeza e incluso odio; un odio que se materializó a su alrededor y se le introdujo en el alma como si de un huracán desbocado se tratase. Le costaba entender por qué le dedicaban silenciosamente aquellas emociones tan dañinas y por qué nadie la acogía, aunque sólo fuese con una mirada tierna y tímida.

Se fijó especialmente en la forma como Artemisa la miraba. Enseguida atisbó rencor y un feroz pánico nadando en los ojos de aquella mujer que tan especial era para ella, a quien anhelaba pedirle perdón por cualquier percance que hubiese vivido por culpa suya. Le pareció incluso que Artemisa había comenzado a temblar y que buscaba a Neftis desesperadamente con sus asustados ojos.

Neftis la miraba desafiante y despreciativamente. Parecía preguntarle agresivamente con sus nocturnos ojos qué hacía allí, cómo se había atrevido a inmiscuirse en unos instantes que en absoluto existían para ella, cómo había osado interrumpir un ritual tan especial e importante con su oscura presencia.

Quiso buscar protección en los ojos de Gaya, quiso comprobar si ella tampoco la acogía. Entonces descubrió que tanto Gaya como Gilbert la observaban con recelo e incomprensión. Un silencio inquebrantable y tenso se había esparcido por el bosque, había acallado incluso el crepitar de la hoguera que ardía en el centro del círculo y una espesa atmósfera hecha sólo de hostilidad los había rodeado a todos.

     Disculpadme por haber llegado tarde. Podemos seguir con el ritual —les propuso Agnes intentando expresarse con naturalidad y felicidad, pero su voz sonó insegura, aunque en absoluto trémula.

     ¿Qué haces aquí, Agnes? —le cuestionó Neftis con apatía y distancia. Agnes se preguntó cómo era posible que alguien que tanto la había querido le hablase con tanto rencor y desprecio.

     Quería participar en el ritual —le contestó Agnes mirándola dulcemente a los ojos. Aunque latiese en ella la mujer que la impulsaba a ser valiente, no se habían desvanecido sus más tiernos sentimientos ni su verdadera forma de ser. Aquella identidad que tan imponente la volvía sólo la alentaba a comportarse con firmeza—. Por favor, continuemos con la ceremonia.

     No podemos seguir con el ritual una vez se haya interrumpido —aseveró Gaya—. Me temo que tendremos que acabar de celebrarlo cada uno por nuestra cuenta.

     No, Gaya, podemos reanudarlo —intervino Artemisa con amabilidad y dulzura. Agnes sintió una punzada de alivio y también de nostalgia cuando la oyó hablar de ese modo, cuando supo que la defendía delante de todos—. No creo que ocurra nada malo si continuamos con la ceremonia. No se desvanecerá la magia porque Agnes haya llegado tarde.

     Parece mentira que precisamente tú asegures algo así. Parece como si no supieses que un ritual debe empezarse, seguirse y terminarse exactamente con las mismas personas que lo iniciaron —la contradijo Gaya con tensión y nervios.

     Yo creo que la magia de Agnes es lo bastante hermosa como para que nos ayude a proseguir sublimemente con el ritual —insistió Artemisa.

     ¡La magia de Agnes no es en absoluto hermosa, Artemisa! —la contradijo Neftis con impotencia—. ¿Acaso no recuerdas lo que te pedí, Artemisa? ¿Qué te ocurre? ¿Es que Agnes te ha hechizado? ¿No te acuerdas de lo que está haciéndote?

     Y encima se atreve a venir con ese horrible bicho —susurró otro miembro del aquelarre.

     Tienes que irte, Agnes —indicó Gilbert—. No te encuentras bien. No es conveniente que estés aquí ni que celebres con nosotros este ritual.

     Ya lo has oído, Agnes. ¡Vete! —le exigió Neftis con rabia—. ¿No te das cuenta de que nos has asustado a todos, especialmente a Artemisa? Ella quiere defenderte porque le inspiras mucha lástima, pero en realidad te teme porque eres peligrosa y malvada. Márchate de aquí, Agnes. El ritual ya no puede continuar porque tú lo has destrozado con tus espantosas energías. Fuera de aquí, Agnes. Lárgate. Nadie te quiere aquí. No te queremos aquí, ¿verdad, Gaya?

     Neftis tiene razón, Agnes. Esta vez no puedes participar en nuestro ritual. Se desprende de tus ojos una energía muy inquietante que destruye el misticismo de esta ceremonia que debe ser tan especial y luminosa. Mañana, si lo necesitas, iré a visitarte y hablaremos largo y tendido, pero ahora me temo que tendrás que volver a tu cabaña.

Entonces llovió del cielo una gélida y asfixiante oscuridad que rodeó sin regreso a Agnes, que se le introdujo en todos los rincones de su cuerpo y desvaneció definitivamente la calma que le había permitido afrontar con valentía y seguridad aquellos momentos. Le pareció que su corazón la abandonaba para huir lejos de las terribles emociones que le habían anegado el alma. Se sintió súbitamente sin aliento, le faltó el aire y la capacidad de comprender lo que estaba ocurriendo. Lo único que sabía era que nadie la quería, que todos los que la rodeaban y que supuestamente tanto la habían respetado la rechazaban y la odiaban.

     Tienes que irte cuanto antes, Artemisa —le pidió Neftis situándose delante de ella—. Vete, vete antes de que esta malvada meiga te destruya para siempre. Vete. Lo único que desea es absorber toda tu magia. Ha venido porque quiere quitarte tu energía, porque quiere matarte, Artemisa.

     Pero... ¿qué dices, Neftis? —le preguntó Agnes incapaz de susurrar, con un pánico atroz ensombreciendo su voz.

Agnes se estremeció profundamente cuando descubrió que a Artemisa se le habían llenado los ojos de un pánico destructivo que parecía poder desvanecer el fulgor aterciopelado de las estrellas y de la luna. Artemisa se alejó de allí sin que nadie pudiese prever sus movimientos, sin que nadie la detuviese ni le pidiese que no se marchase, sin que nadie le asegurase que lo que Neftis acababa de comunicarle no podría ser cierto jamás.

Se le partió el alma cuando vio que Artemisa se alejaba de ellos, perdiéndose entre las densas sombras de la noche, desapareciendo entre los poderosos árboles que cercaban aquel valle mágico. El silencio más desgarrador se esparció por doquier, acallando los suspiros con los que la naturaleza expresaba su quietud; mas de pronto Neftis lo quebró sin piedad. Se dirigió a Agnes empleando una agresividad con la que hasta entonces nadie la había oído expresarse:

     ¿Es que no has oído a Gaya, Agnes? ¡Tienes que irte de aquí! ¡Artemisa está tan asustada y enferma sólo por culpa tuya! ¡Idos de aquí tú y tu maldita serpiente!

     Ya basta, Neftis —oyó que le pedía Gaya, pero el desconsuelo y el miedo que le anegaban el alma a Agnes eran tan intensos que apenas podía percibir los detalles de su entorno—. No es necesario que la trates así. Hermanos, regresad a vuestros hogares y terminad de celebrar Beltane a solas. Nosotros ya no podemos proseguir con el ritual. Agnes, ¿quieres que Gilbert o yo te acompañemos a tu casa?

Agnes no le contestó. La gélida parálisis que se había apoderado de todo su ser se acrecía incesantemente y se volvió ensordecedora e insoportable cuando descubrió que todos los miembros del aquelarre deshacían el círculo mágico y se alejaban de allí sin ni siquiera entregarle una mirada acogedora o una palabra amable.

Sin ni tan sólo advertir que Gaya se había apiadado levemente de ella, sin ni siquiera saber que la había defendido con timidez de las acusaciones de Neftis, Agnes se apartó de aquel lugar notando que el alma se le resquebrajaba, sintiendo que se desvanecían todas las emociones tiernas que podían controlarla. Se abrió ante ella la noche más oscura, cayó sobre su existencia la tormenta más devastadora y sus recuerdos más mágicos se hundieron bajo el mar más bravo y agresivo de la Tierra. Apenas podía respirar, pues el desconsuelo que le había anegado todo su ser la asfixiaba, pero no se detendría, no quería detenerse hasta percibir que su hogar la protegía de aquellos momentos tan horribles, tan inmensamente espantosos.

Némesis se deslizaba tras ella, intentando controlar la rabia que sentía, tratando de ignorar la impotencia que le ardía en el pecho. Si los animales pudiesen llorar, Némesis lo haría con una frustración mucho más poderosa que cualquier huracán. En aquellos momentos, le latía en el corazón una infinita ira y sobre todo unos deseos imperturbables y poderosos de destruir a quienes tanto habían herido a su querida Agnes.

El peso de la desolación que le aplastaba el alma le arrebató a Agnes el ímpetu de caminar. Le pareció que la tierra comenzaba a temblar bajo sus pies y tuvo que aferrarse al poderoso tronco de un árbol para preservar su equilibrio. La respiración se le había vuelto profunda y espesa y le costaba mucho percibir el frescor de la noche; aquél que podía convencerla de que el aire que la ayudaba a sobrevivir no se había desvanecido.

Mas, aunque aquel ancestral árbol la ayudase a mantenerse erguida, Agnes tenía la sensación de que la gravedad se había disuelto en la nada. Tuvo que sentarse en la hierba para asegurarse de que el suelo de sus días no había desaparecido.

En cuanto se acomodó junto a aquel tronco tan grueso y protector, Némesis se acercó más a ella y apoyó la cabeza en su pecho. Agnes entonces sintió la calidez con la que su amiga deseaba arroparla y volvió a acariciarla como antes, aunque, esta vez, con un deje de profunda tristeza que ensombrecía la suavidad con la que le deslizaba sus fríos y delgados dedos por su escamosa piel.

     Agora si chegou o fin da nosa vida, Némesis. Agora si é evidente que ninguén me quere, que para todos son odiosa e desprezable. Non entendo nada, miña Némesis. Non entendo o que pasou. Por que todos ódianme tanto? Por que cren que quero facerlle dano a Artemisa? Por que nin sequera Gaya e Gilbert defendéronme?

Agnes comenzó a llorar desgarradora, pero silenciosamente, notando que cada suspiro de dolor que se le clavaba en el alma era un afilado puñal que destruía todas sus esperanzas, sus más tiernos deseos, su confianza hacia la vida y hacia quienes la conocían y supuestamente tanto la habían querido.

Némesis no dejó de mirarla en ningún momento. Némesis ansiaba que Agnes se hundiese al fin en sus ojos para que pudiese comunicarse con ella y transmitirle lo que ella pensaba. Se removió inquieta entre los brazos de Agnes, buscando la forma de que Agnes la mirase.

Al fin, Agnes buscó, entre las oscuras sombras de la noche, la poderosa mirada de Némesis. A Agnes le pareció que Némesis tenía los ojos llenos de lágrimas, pues resplandecía en ellos una luz que jamás había brillado antes en sus miradas hipnóticas. Intentó convencerse de que era el fulgor de las estrellas el que relucía en los dorados ojos de su amiga, pero aquella certeza no era tan poderosa como el esplendor que irradiaba aquella mirada tan expresiva. Némesis también parecía sentirse inmensamente triste y decepcionada.

     Non entendo por que nos odian tanto, Némesis —le susurró con una voz llena de lágrimas, tan susurrante como el último aliento que emana de la noche que ya se desvanece ante la llegada del alba.

Al oír lo triste y brumosa que había sonado la voz de Agnes (la que siempre la inspiraba y la convencía de que era mucho más poderosa y fuerte de lo que jamás había creído), Némesis reunió en su corazón las energías que le anegaban el alma y las emociones que con tanta desesperación la atacaban y miró a Agnes con un vigor jamás empleado antes. Ansiaba que irradiasen de sus ojos, convertidos en alaridos de impotencia, los pensamientos y los sentimientos que aquella situación le provocaba.

Agnes se quedó quieta, nadando cada vez más serenamente en los ojos de Némesis, los que le comunicaban certezas que, al principio, le costaba mucho entender; pero el silencio que la rodeaba y la insistencia con la que Némesis la observaba la ayudaron a comprender nítidamente el significado de las insonoras palabras que Némesis le entregaba:

«Es Artemisa. Ha sido por culpa de Artemisa. Es Artemisa quien los ha convencido a todos de que tú estás haciéndole daño y que quieres destruirla. Es Artemisa quien ha encendido en el corazón de todos ese odio que te profesan. Tienes que destruirla, Agnes, tienes que defenderte, tienes que erguirte potente y fuerte entre las sombras de tu vida, tienes que luchar por ti, por tus sueños. Artemisa está desvaneciendo tu energía. No permitas que te hunda y te silencie para siempre. Véncela y luego marchémonos de aquí cuanto antes; pero no nos vayamos sin que te hayas vengado de ellos por todo el mal que te han causado, Agnes, mi querida Agnes.»

     Artemisa é moi boíña, Agnes. Ela nunca lle faría dano a ninguén —le comunicó con una voz queda y trémula.

«Artemisa te teme porque sabe que eres mucho más fuerte que ella y por eso quiere destruir tu magia, Agnes, y tú no debes permitirlo. No puedes permitir que alguien tan débil como Artemisa te intimide ni te acobarde. Artemisa ha destrozado el amor que todos sentían por ti. Por culpa suya, Gaya, Gilbert y Neftis te odian. Ya no puedes recuperar su cariño, pero por lo menos tienes que vengarte de todo el daño que Artemisa te ha hecho y después irte de aquí. Tenemos que marcharnos antes de que sigan haciéndote más daño.»

     Pero eu non se como podo vingarme de Artemisa. Non me atrevo a facerlle dano. Eu quéroa moito, Némesis

«No puedes querer a alguien que te odia y que desea que desaparezcas. Puedes vengarte de ella tan sólo intimidándola con tu hipnótica mirada. Sabes perfectamente que tu magia es muy poderosa, Agnes. Incluso puedes debilitar la de Artemisa con esos rituales tan místicos y potentes que sabes celebrar. Tienes que atenuar su vigor y su energía. Destruye la energía de Artemisa. No se merece que sufras tanto por culpa suya. ¡Ella no vale nada comparada contigo! ¡Maldita sea, Agnes! ¿Por qué no te das cuenta de lo valiosa y especial que eres? ¡Eres más mágica que nadie!»

     Némesis...

Agnes notó, entonces, que de la tierra, del aire e incluso de los troncos de los árboles emanaba una inmensa energía que la rodeaba como si de un manto hecho de vigor se tratase. Se desvanecieron lentamente las sensaciones que la asustaban, las emociones que tanto la empequeñecían y esos sentimientos que tanto le destruían el alma y de pronto nació por dentro de ella una fuerza que acalló cualquier pensamiento que pudiese susurrar en su mente.

Cerró con fuerza los ojos, intimidada por la potencia y la insistencia con la que Némesis la miraba. No se creía capaz de permanecer hundida en aquellos ojos que parecían gritar en vez de mirar. Las emociones que anegaban el alma de Némesis se le transmitían a su corazón con demasiado brío, como si se adentrasen en su cuerpo convertidas en un vendaval que arrasaba cualquier sentimiento que pudiese latirle en su ser. Al mismo tiempo, cada vez se notaba más unida a aquella serpiente que le inspiraba tanta valentía y que le entregaba tanto ímpetu.

Entonces creyó que nadie más podría vencerla, que para siempre podría ser esa mujer valiente que destruiría cualquier sonrisa burlona, cualquier palabra hiriente o cualquier mirada aterradora que le dedicasen. Se levantó de la tierra advirtiendo que su materia se había vuelto volátil, que su alma ya no le pesaba tanto y que incluso su corazón había recuperado la cadencia tranquila de sus latidos. Inspiró profundamente con la intención de captar todos los aromas que guarnecían aquella noche y, cuando percibió que el aliento de la naturaleza se había esparcido por todo su ser, le sonrió a Némesis y empezó a caminar con tranquilidad, alejándose del último rincón en el que había estado a punto de desvanecerse.

La luz de la luna llovía con muchísima suavidad de aquel cielo estrellado. Descendía a la tierra convertida en suaves caricias esplendentes que quebraban con delicadeza las sombras que dormían entre los troncos de los árboles.

Agnes creyó que, a pesar de lo terriblemente mal que había empezado, aquella noche era una de las más hermosas que vivía en mucho tiempo. El frío del invierno ya se había ocultado bajo la tierra y sólo una brisa tímida recordaba de vez en cuando que la naturaleza también podía revestirse con la gelidez más asfixiante. El ambiente que lo invadía todo estaba cargado de fragancias brillantes y revitalizantes y de sonidos que acogían y acariciaban el alma. Además, la plateada luz de la luna volvía mucho más mágicos aquellos instantes que a Agnes tanto le llenaban el corazón de esperanza.

Cuando pensaba que la imagen entrañable de su cabaña aparecería quebrando el vacío de la noche, Némesis se detuvo de repente. Agnes advirtió que su amiga se esforzaba por atravesar la oscuridad con sus hipnóticos ojos dorados. Estuvo a punto de preguntarle qué ocurría, pero entonces oyó que alguien lloraba entre los árboles.

Agnes reconoció enseguida a Artemisa en aquellos suspiros tan profundos. Sí, era Artemisa quien lloraba. Artemisa se hallaba sentada entre los troncos de los árboles, en aquella tierra tan anegada en vida. Tal vez estuviese perdida, tal vez no se sintiese capaz de buscar el camino de regreso a casa entre aquellas sombras tan absorbentes. Agnes fue consciente, al instante, de que nadie se conocía tan bien como ella aquel bosque con todos sus rincones, con sus escondidas sendas. Enseguida dedujo que era la única que podía ayudarla a encontrar su cabaña; pero entonces se acordó de todas las horribles certezas que Némesis le había comunicado; las que continuamente le emanaban de sus ojos brillantes, y aquel tierno anhelo de ayudarla se hundió en la impotencia que le provocaba saber que Artemisa había conseguido que todos los que la querían la odiasen tan injustamente.

Némesis la miró suplicante, comunicándole con sus ojos brillantes que aquélla era la ocasión perfecta para intimidar a Artemisa y para demostrarle que nadie tenía derecho a desvanecer su seguridad de ese modo. A Agnes apenas le costó interpretar el significado de la silente y potente mirada que su amiga le dirigía; la que, de pronto, le inspiró una valentía mucho más invencible que cualquiera que le hubiese invadido antes el corazón.

     Vaiamos xunto a ela, Némesis. Creo que necesita a nosa axuda —le susurró sonriéndole burlona. En aquellos momentos, su verdadero carácter estaba durmiéndose en brazos de la mujer poderosa que ya tantas veces se había adueñado de todo lo que ella era—. Non a deixemos soíña.

Artemisa estaba tan sumida en su llanto que apenas podía detectar el eco de los sonidos que llenaban su alrededor, pero, de repente, oyó que alguien se acercaba a ella con sigilo. El miedo que le latía cada vez con más fuerza en el alma se intensificó hasta volverse casi insoportable cuando Artemisa atisbó la imponente silueta de Némesis entre las oscurecidas plantas del bosque.

Deseó huir, anheló ser valiente para alejarse de aquel rincón cuanto antes, pero sabía que, sintiéndose tan aterrada, no conseguiría divisar entre los árboles ni la senda más brumosa. Además, aunque notase que las estrellas brillaban tras las frondosas copas de los árboles, reflejándose de vez en cuando en sus lágrimas, a Artemisa le parecía que la noche que la rodeaba, que tan impiadosamente la cubría, era la más oscura e impenetrable que había vivido en muchísimo tiempo.

Alguien se había situado ante ella, pero estaba tan asustada que apenas podía distinguir las facciones de la persona que en esos momentos le hablaba y la miraba. Lo único que percibía era la poderosa energía que se desprendía de aquella lejana voz y de aquellos ojos que estaban fijos en ella, como si quisiesen extraerle la vida.

     Artemisa, ¿qué haces aquí? ¿Estás perdidiña?

Era Agnes, sí, era ella, quien le hablaba con tanta serenidad, con aquel deje de nostalgia tiñendo su dulce voz, tornando muchísimo más entrañable su modo de expresarse; el que siempre le había parecido tan tierno, tan melódico, tan inmensamente arrullador... Mas en aquellos momentos estaba tan sugestionada por las insistentes advertencias que Neftis le había dedicado que apenas podía captar los matices hermosos que definían a Agnes. Le parecía que la forma de hablar de Agnes era hipnótica y hechizante. Creía que Agnes podía dormirla sólo pronunciando algunas frases con aquel acento tan bello y cariñoso. Además, sus profundísimos ojos negros le resultaban tan absorbentes que apenas podía huir de su mirada cuando Agnes la observaba con aquella mezcla de fascinación y timidez que tan delicada la volvía.

     Sólo quiero irme a mi casa —le contestó sin pensar ni controlar sus palabras.

     Nosotras podemos acompañarte si lo deseas.

     No, no, no, no, por favor. Dejadme en paz.

     ¿Por qué estás tan asustada? —le preguntó sonriéndole amablemente mientras la tomaba de las manos. Artemisa quería que Agnes la soltase, pero no se atrevía a moverse—. ¿Qué crees que podemos hacerte? Tranquilízate. Nunca te heriremos. Némesis, afástache un pouquiño dela. Está demasiado asustadiña. Ten moitísimo medo, coitadiña —le pidió expresándose con mucha más dulzura que antes.

Artemisa notó que Némesis se retiraba de ella y se acomodaba junto a Agnes, pero todavía no había dejado de mirarla; lo cual la amedrentaba cada vez más. Le parecía que los ojos de Némesis resplandecían como si se albergase en ellos toda la luz que hay esparcida por el Universo y, además, las vibraciones que emanaban de aquella mirada tan insistente y espiral la empequeñecían sin cesar, como si fuesen una roca que podía aplastarla sin remedio.

     Artemisa, me enteré hace tiempo de que Gaya quiere que seas su sucesora, pero creo que ni Némesis ni yo queremos tener una suprema sacerdotisa tan cobarde que ni siquiera es capaz de encontrar el camino de regreso a su cabaña, a la que la asusta tanto la oscuridad de la noche... Verdade, Némesis?

     Yo no quiero ser la suma sacerdotisa del aquelarre —lloró Artemisa con más desesperación y profundidad.

     Pues me temo que no puedes huir de tu destino, pero tampoco me importa si lo eres o no, pues, cuando llegue el momento de que te conviertas en suprema sacerdotisa, nosotras ya estaremos muy lejos de aquí.

     Agnes...

     Eres tan cobarde, Artemisa... Crees que puedes vencerme con tu magia, pero se te olvida que no eres tan poderosa como nosotras. Escúchame: no te atrevas a atacarme nunca. Sé que quieres destruirme —le aseguró apretándole las manos.

     Eso no es verdad, Agnes.

     ¡Por supuesto que lo es! —exclamó con rabia, pero sin alzar la voz—. No es necesario que me mientas, pues yo conozco toda la verdad siempre.

     Quiero irme a casa...

     No temas. Nosotras te acompañaremos a tu casa.

Agnes apenas era consciente de las palabras que le dirigía a Artemisa, pues no era su verdadera personalidad quien las pronunciaba, sino aquella mujer que reinaba con tanta autoridad en su cuerpo, en su alma y en su corazón; la que había deshecho el eco de la voz de sus más profundos sentimientos. Agnes jamás podría rememorar los detalles de aquellos instantes, pues, cuando aquella identidad que tanto la dominaba desapareciese al fin, se llevaría consigo todos los recuerdos de los momentos que había vivido. Aquella noche, se iniciaba una época de confusión que solamente se albergaría en su memoria en forma de oscuridad y de nieblas que nunca la cordura podría disipar.

     Ven con nosotras. No tengas miedo. Nosotras somos mucho más poderosas que tú y te defenderemos si alguien quiere hacerte daño, ¿vale? —le propuso alzándose del suelo y tirándole insistentemente de la mano—. ¿Qué te ocurre? ¿No puedes caminar?

Artemisa se esforzó por ignorar el pánico que tanto le hacía temblar y se levantó de la tierra percibiendo que su equilibrio se había desvanecido. Se agarró involuntariamente a la mano de Agnes con una fuerza imprevista y del todo inconsciente. Agnes notó que la valentía que le había permitido enfrentarse a aquellos momentos se tornaba mucho más vigorosa al advertir que en esos momentos Artemisa dependía única e irrevocablemente de ella.

No obstante, Agnes sabía que, si permanecía asida a la mano de Artemisa, si no la soltaba, aquella valentía y aquella seguridad que tan imponente la volvían ante Artemisa comenzarían a agrietarse hasta desvanecerse, dejando entonces al descubierto los verdaderos sentimientos que yacían bajo aquel traje de mujer despiadada y calculadora que tanto asustaba a Artemisa. Ni siquiera podía preguntarse si merecía la pena revestirse con aquel disfraz que le ofrecía una imagen completamente opuesta a lo que ella era en realidad, pues la mujer que la dominaba apenas le permitía pensar y le impedía recuperar los recuerdos de su pasado y de su presente.

Así pues, notando que aquella acción la tornaba más valiente, Agnes soltó la mano de Artemisa y comenzó a caminar ágil y velozmente entre los árboles. Sabía perfectamente hacia dónde tenía que dirigirse, pues ella no estaba perdida y además no la controlaba tampoco el inmenso pánico que a Artemisa le impedía reconocer el lugar donde se hallaba.

     Agnes, por favor, espérame —le pidió intentando dejar de llorar—. ¡Agnes! ¡Agnes!

     Estoy aquí, Artemisa —le contestó con apatía deteniéndose antes de ascender la cuesta que la alejaría de aquellos lares—. Sé dónde tengo que ir.

     Pero no me sueltes, por favor. No puedo ver casi nada. Está muy oscuro...

     ¿Nunca caminaste en medio de la noche por el bosque? —le preguntó mientras la agarraba con lejanía del brazo.

     Sí, pero...

     Pero ahora estás demasiado asustada, ¿verdad? —le cuestionó sonriéndole burlona.

     Tú no solías comportarte así conmigo —reflexionó Artemisa con lástima.

     Anda más deprisa. Yo también tengo ganas de llegar a mi casa y he de hacerlo antes de que sea más tarde —le exigió esforzándose por ignorar los sentimientos que le habían suscitado las palabras tiernas y tristes que Artemisa acababa de dirigirle.

Artemisa luchó contra su pavor para poder caminar con serenidad y firmeza, para no parecer tan cobarde y asustadiza ante Agnes, quien parecía burlarse de ella con cada palabra que le dirigía y desde sus profundos ojos expresivos. Además, la presencia de Némesis, la que le resultaba completamente imponente, la más imponente que jamás se había mezclado con su destino, acentuaba sus temores y su inseguridad y dotaba de mucho más significado las advertencias con las que Neftis tanto la había amedrentado.

     Qué lástima que no pudiésemos celebrar juntas Beltane —le indicó de pronto Agnes con su voz aterciopelada y su entrañable y melancólico modo de expresarse—. Me habría gustado mucho compartirlo contigo. Ya nunca más tendré la oportunidad de asistir a vuestras ceremonias.

Artemisa no era capaz de contestarle. En aquellos momentos, le parecía que el ritual de Beltane formaba parte de un sueño, de otro tiempo, de otra vida incluso. Apenas podía evocar los instantes que habían compuesto aquella ceremonia desde que empezó hasta que Agnes apareció.

     Ya estamos a punto de llegar, Artemisa —le anunció soltándola de pronto—. No es necesario que te acompañe hasta la puerta, ¿verdad?

     No, no es necesario —le respondió casi inaudiblemente.

     Pues entonces... hasta pronto, Artemisa, o quizá hasta nunca —le sonrió en medio de la noche. Entonces desapareció y Némesis se deslizó tras ella.

Artemisa notaba que todo el pavor que le anegaba el alma y la inseguridad que tan trémula la volvía se le aferraban al estómago convertidos en un asfixiante dolor que le retorció las entrañas. Experimentó de repente unas náuseas horribles contra las que fue incapaz de luchar. Comenzó a vomitar sin que pudiese encontrar un rincón del bosque que la arropase en aquellos momentos tan horribles.

Se encontraba tan desvalida, tan desvanecida... Incluso le parecía que se hallaba completamente sola en el mundo, que se habían esfumado todas las personas que la conocían y que podían ayudarla. Creía que se había internado por error en un mundo desconocido, en una existencia que la hería con cada segundo que la formaba, en un presente que en absoluto se asemejaba al que había soñado vivir. Aquellos espantosos momentos, tan brumosos, tan asfixiantes, eran el reflejo de los que componían su pasado, tan lejano ya.

Intentó serenarse, pero apenas podía encontrar paz en medio de tanto desconsuelo y tanto pavor. Incluso, cuando trataba de evocar aquel momento en el que Agnes había aparecido interrumpiendo el mágico ritual que celebraba junto al aquelarre, le parecía que ni Gaya ni Gilbert habían sabido defenderla del poder de aquella mujer que tanto estaba absorbiendo su energía, contra quien Neftis no dejaba de prevenirla.

Cuando las náuseas perdieron la intensidad con la que la atacaban, se introdujo en su cabaña rogando que, al traspasar aquella puerta que la protegía de la noche, dejase atrás no sólo la oscuridad que la rodeaba, sino también el pánico y la inseguridad que habían ensombrecido sus días y habían convertido en pesadillas todas sus noches.

Se preguntó por qué su vida se había vuelto tan incomprensible, por qué se había apoderado de sus días una niebla tan gélida que apagaba cualquier ápice de calor que le templase el alma, por qué no había sabido ni sabía afrontar los momentos tensos con los que la Diosa deseaba fortalecerla. Entonces se imaginó, rápida y apasionadamente, que, a la mañana siguiente, se dirigía corriendo hacia la cabaña de Agnes y le pedía que no se odiasen, que conversasen serenamente acerca de lo que sentían, que no se temiesen la una a la otra. Anhelaba insistirle en que ella podía ayudarla, en que jamás se le había ocurrido burlarse de ella ni tampoco dedicarle palabras hirientes cuando ella no podía oírla para quebrar el amor que los demás le profesaban. Ansiaba poder prometerle que ella jamás le haría daño y que siempre estaría a su lado tomándola de la mano para guiarla por los caminos que formaban su destino; pero enseguida entendió que el mal que Agnes y ella se habían hecho de forma involuntaria era irreversible, pues había nacido de acontecimientos intangibles que ninguna de las dos sabría describir. Era imposible derruir ya las barreras que las separaban y las habían encerrado en mundos distintos.

Sin embargo, Artemisa no dudaba de que aquello no habría sucedido si Neftis no le hubiese suplicado que no se acercase a Agnes, si Neftis nunca le hubiese confesado que Agnes era en realidad una mujer tan oscura; pero ¿cómo podía ser oscura una mujer tan mágica, cuya voz irradiaba tanta añoranza, cuya forma de hablar era tan entrañable y melodiosa, de cuyos ojos se desprendía tanta admiración hacia la naturaleza y hacia los recuerdos más bonitos de su existencia? ¿Cómo podía ser cruel una mujer que la miraba con fascinación, que sonreía tan efímera, pero resplandecientemente? Artemisa estaba segurísima de que Agnes no albergaba en su interior ni la menor estela de maldad ni de rencor. Era posible que Agnes sí sintiese recelo y resentimiento hacia la misma vida, pues ésta no la había tratado con la dulzura y el amor que se merecía recibir, pero sabía que Agnes no se atrevería a herir a nadie nunca.

Mas Artemisa la temía. Aquella realidad era inmutable. Artemisa ya no podía controlar los sentimientos que se le despertaban tan intensamente cuando Agnes se hallaba a su lado o cuando oía que alguien hablaba de ella. Había nacido entre Agnes y ella una energía que la aterraba, que la deshacía, que incluso podía destruir la calma con la que ella deseaba existir y que llenaba de oscuridad todas sus noches. Artemisa no vivía serenamente desde que Neftis le había exigido tan insistente y desesperadamente que se alejase de Agnes y que no permitiese que ella se mezclase con su existencia. Lo que le costaba entender era por qué le habían influido tanto aquellos avisos que, seguramente, Neftis le habría lanzado guiada únicamente por los celos. A veces, Artemisa creía que Neftis estaba inmensamente celosa. Lo más probable era que hubiese detectado las tiernas emociones que se les habrían escapado de los ojos a Agnes y a ella cuando se habían mirado en las pocas ocasiones en las que se habían encontrado en un ritual.

Todas aquellas preguntas, aquellos pensamientos y aquellas dudas fueron conduciéndola, lentamente, hacia el mundo de los sueños. Artemisa apenas podía mantener los ojos abiertos, pues los párpados le pesaban como si se le hubiesen convertido en hierro. Se encontraba tan débil, tan febril, tan delicada...

Se durmió notando que la piel le ardía, que le dolía la cabeza y los ojos y que tenía el estómago lleno de nervios que continuamente se agitaban como si quisiesen destruir los sutiles ápices de paz que podían albergarse en su alma. Lo que ni siquiera podía imaginarse era que en el mundo onírico en el que se introducía la esperaban pesadillas que desharían para siempre la seguridad y la energía hermosa que le había permitido vivir en aquella existencia tan mágica y mística amando todo lo que formaba sus instantes.

2 comentarios:

  1. Tenía ganas de que llegase este capítulo. Es un momento importante en la historia, cuando realmente se siente traicionada y rechazada. Me sobrecoge cuando Némesis le transmite todas esas palabras. Le infunde fortaleza y confianza en si misma. Quizás sabiendo lo que iba a ocurrir no le habría aconsejado que acudiese a la ceremonia, pero lo único que intentaba es que su amiga fuese fuerte y afrontase los problemas.

    El trato recibido por parte de todos es nefasto. Neftis es la peor, dedicándole palabras cargadas de odio sin que nadie se lo recrimine ni defienda a Agnes. Ni Gilbert y Gaya la defienden. Me he acordado un poco de Carrie, de Stephen King. Ella tiene poderes, es poderosa, pero desea ante todo ser aceptada, tener amigos. Cuando en la fiesta de fin de curso la maltratan y se ríen de ella (incluso una profesora que siempre le apoyó), se los carga a todos. El trato de todos es igual, aunque a Agnes no se le va tanto la cabeza como a Carrie, por suerte para todos. Me parece fatal que Gaya la trate así, y Gilbert. Ella no iba con malas intenciones ni malas energías, intentaba celebrar el ritual con la mejor de las intenciones. De verdad que Neftis es monstruosa. Yo por menos, me habría largado para no volver. Me costaría mucho (por no decir que no lo haría), perdonar todo esto. ¿Cómo confiar de nuevo en toda esta gente? Han sido en exceso crueles con ella.

    Me sorprende que Némesis le diga que debe destruir a Artemisa. Si Artemisa es la única que la ha defendido. Se equivoca de objetivo, debería haber sido Neftis, que es realmente su peor enemigo. Me estaba recordando a la serpiente de Edén, cuando les dice a Eva y Adán que coman del fruto prohibido. Némesis tiene mucha influencia en ella, y sus palabras pueden ser determinantes. ¿También se percata de que Artemisa y ella sufrirán mucho por su amor? ¿Son celos? ¿Se cree las palabras de Agnes y también la considera un enemigo?

    Para rematar, cuando se encuentra a Artemisa en el bosque es cruel y seca con ella. La única que la defendía. Con ese comportamiento le da la razón a la lunática de Neftis y los demás. Creo que es ahora cuando Artemisa se enferma...Este es el momento en el que Agnes pierde totalmente el control, por lo que recuerdo. Irá de mal a peor...sabía que sucedería, pero nunca quieres que llegue. Me da mucha pena, que una persona buena se pierda por culpa de los malos tratos de los demás y una enfermedad. Pobre Agnes...

    Es interesante leer esta otra versión de lo ocurrido. Recuerdo que Agnes me parecía malvada y deseaba que dejase en paz a Artemisa, pero cuando conoces de cerca la historia...todo cambia. Por eso es bueno siempre saber las dos partes de una historia para poder opinar.

    Me está gustando mucho. Esto se está poniendo cada vez más difícil para Agnes y Artemisa, pero muy interesante para nosotros, los lectores. Enhorabuena, me parece una historia extraordinaria. ¡Que sigaaaa!

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  2. Es sorprendente la fuerza que toma Agnes en este capítulo, y efectivamente resulta también muy mágica. El episodio de Beltane y su interrupción ya lo conocía, pero ahora resulta mucho más claro e interesante; Agnes interrumpe a propósito, eso es indudable, y comprendo que se sienta herida cuando lo han iniciado sin ella... en realidad la cosa empieza antes. Me impresiona cuando late en ella esa doble realidad, como si en cierto modo se estuviese apagando su personalidad y siendo suplantada por esa mujer fuerte, decidida y más oscura; pero ¿de dónde viene esa personalidad? ¿es su enfermedad, es Némesis? Bien lo representa este párrafo... Agnes notaba que una esfera de luz iba acallando las sombras que le latían en el corazón. Una corriente tibia de energía resplandeciente le recorría las entrañas, volviéndola cada vez más impetuosa, tornándola, al fin, en el reflejo de aquella mujer que ella deseaba ser realmente.

    Por cierto, que lo que no cambia son los bonitos párrafos en gallego, es genial cómo me parece tan normal que una chica se dirija a una cobra usando el gallego: Némesis, queridiña, hoxe virás comigo —le comunicó agachándose enfrente de ella—. Non me importa que non te acepten no ritual. Eu non quero estar sen ti. Necesítote para ser forte. Ti es a miña valentía, es o meu poder. Eu non quero camiñar polo mundo se non estás comigo, se non estás ao meu lado.

    Némesis sin duda está influyendo en Agnes, me pregunto si esos diálogos entre ellas son reales, es decir, ¿verdaderamente lo que aparecen son pensamientos de la cobra, o solo lo que Agnes percibe, y de este modo canaliza, por así decir, sus miedos y aprensiones? Porque no comprendo la animadversión de Némesis contra Artemisa, ¿por qué destruirla? A no ser, claro, que Némesis supera todo de ella y tuviera ganas de destruirla porque ella en otra vida también hubiera sido amantes de Agnes y la vea como una amenaza, pero esa realidad no me gustaría nada, ya que en todo caso para mí Némesis me cae bien, incluso si está equivocada en sus acciones me parece un ser puro, y ese tipo de razonamientos son tan humanos (en el peor sentido)...

    A partir de ahí el capítulo tiene dos escenas principales: el frustrado ritual, donde hay un choque entre Agnes y los demás (con especial repelús a causa de la actitud de Némesis), y luego la conversación entre Agnes y Artemisa, que también da bastante miedito, la verdad.

    En el ritual es innegable que Agnes "da mal rollo", ha venido con ganas de liarla, y la lía. Incluso Gaya, de la que no lo habría esperado, efectivamente trata de echarle un capote, pero ella no se da ni cuenta, empeñada como está en dar un fuerte golpe de atención, o no sé cómo llamarlo.

    Y en el encuentro con Artemisa ya se ha desatado por completo la tragedia, es decir, Agnes ya no es quien solía ser..

    Vaiamos xunto a ela, Némesis. Creo que necesita a nosa axuda —le susurró sonriéndole burlona. En aquellos momentos, su verdadero carácter estaba durmiéndose en brazos de la mujer poderosa que ya tantas veces se había adueñado de todo lo que ella era—. Non a deixemos soíña.

    Lo que viene a continuación es un desastre, un comportamiento cruel y lleno de saña. Ahora quien me da ternura y pena es Artemisa, no Agnes, porque se porta con ella mal, muy mal. ¿Por qué no se va simplemente? Tiene el valor hasta de despedirse de ella con un "hasta nunca", cuando es evidente que Artemisa nunca le dio motivos para agredirla, en realidad, Gaya o Neftis han tenido sus altibajos, también Gilbert, pero ¿qué tiene contra Artemisa? ¿Qué le ha quitado el puesto en el aquelarre, o su futuro? No comprendo por qué se ha puesto así contra ella... y lo cierto es que ahora me temo lo peor... Sé que pronto va a pasar algo malo, y intriga en papel de Agnes, ¿qué pasará? Aaaaaah... tendremos que seguir atentos a nuestras pantallas...

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